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Carta a mis padres concertacionistas Opinión

Carta a mis padres concertacionistas

El hijo díscolo
Por : El hijo díscolo El nombre de este perfil corresponde a un seudónimo para proteger la identidad de su autor/a
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El rol que desempeñaron en “los 30 años” hace imposible no tomar de manera personal el discurso de octubre de 2019. En términos biográficos, debe ser muy duro dedicar toda la vida a lo público y ver levantarse un país que reniega de todos sus aportes. Pese a sentirme muy hijo de la revuelta, esa era la parte del discurso que menos me apelaba. Pero ver derrotado al “octubrismo” (que horrible palabra) no constituye en ningún caso una victoria de la transición ni del rol que la Concertación jugó en ella. Eso les ha llevado a confundir la defensa de su legado con la defensa del statu quo y a abordar este proceso desde una crítica que no propone con suficiente fuerza una alternativa que imagine un país distinto, que se haga cargo de la profunda fractura social.


Crecí admirando la posición que tomaron en el momento más complejo de la historia de Chile. Siempre temí crecer bajo la sombra de ser “el hijo de”; sin embargo, no podía evitar el orgullo que me invadía cuando se hacía alguna alusión a su rol en la oposición a la dictadura. Lo que hicieron requirió coraje y valentía, a riesgo incluso de sus cuerpos. El no haber vivido ese horror me hace pensar todos los días en si hubiese sido capaz yo de correr los peligros que ustedes tomaron. Esa es una de las razones de mi admiración y una de las tantas de mi cariño.

Dicha admiración no acaba con la dictadura, pues fueron actores esenciales de una de las épocas más pacíficas y prósperas de la República. Al respecto, hago un mea culpa a nombre generacional, pero también personal, por el análisis ahistórico que a veces hemos hecho del período. La justicia “en la medida de lo posible” es una desafortunada frase, pero es fácil decirlo treinta años después del boinazo. Para qué hablar de los avances del período en materia de reducción de la pobreza o tantas otras. Incluso el indefendible modelo de concesiones, hecho a medida de los intereses empresariales y factor determinante en el desmembramiento de lo público, implicó, por ejemplo, que un viaje Santiago-Puerto Montt tomara 12 horas en lugar de 18.

El rol que desempeñaron en “los 30 años” hace imposible no tomar de manera personal el discurso de octubre de 2019. En términos biográficos, debe ser muy duro dedicar toda la vida a lo público y ver levantarse un país que reniega de todos sus aportes. Pese a sentirme muy hijo de la revuelta, esa era la parte del discurso que menos me apelaba. Pero ver derrotado al “octubrismo” (que horrible palabra) no constituye en ningún caso una victoria de la transición, ni del rol que la Concertación jugó en ella. Eso les ha llevado a confundir la defensa de su legado con la defensa del status quo y a abordar este proceso desde una crítica que no propone con suficiente fuerza una alternativa que imagine un país distinto, que se haga cargo de la profunda fractura social.

Quizás yerro en el análisis, pero es la forma más convincente que he tenido de entender su manera de leer al país en estos últimos años. Esta no es una invitación a jubilarlos, muy por el contrario. Nuestra generación, que comienza a gobernar, pide a gritos su ayuda y su experiencia política. Su consejo y guía es necesaria, pero deben entregarla desde la humildad hacia un país que hace rato dejaron de leer bien, pues su lectura está teñida por la defensa de su rol en el pasado.

El objetivo de esta carta no es discutir la propuesta de nueva Constitución, ni siquiera convencerles de votar Apruebo, pero sí de cuestionar el rol que ha jugado parte de la ex Concertación en este proceso constituyente. Han puesto a disposición del público numerosas aprensiones respecto a falencias que ven en la propuesta. Valoro que se hagan parte de la discusión y varias de estas aprensiones han sido un aporte. Todas las he escuchado y algunas de ellas compartido, pero el pragmatismo con que las fundan nos tiene hoy discutiendo aspectos casi formales, en muchos de los casos, y reformables en el caso de las estructurales. Yo preferiría, en lugar de ello, discutir la comunidad política que imaginamos.

Han levantado también el problema de que esta Constitución no une a las chilenas y chilenos, que es partisana y que nos perdimos la oportunidad de construir “la casa de todos”. Pero ustedes hicieron buenos (y malos) gobiernos con una camisa de fuerza mucho más apretada. Esta podrá no ser su Constitución favorita, pero su estructura (sin Leyes Orgánicas Constitucionales, por ejemplo) permite el desarrollo de un programa de derecha de una forma que la actual Constitución nunca permitió uno de izquierda. Cuesta entender entonces el fatalismo con que presentan los escenarios que se abren de ganar el Apruebo, sin darle al texto, ni a nuestra generación, siquiera el beneficio de la duda.

Insisto, no vengo a jubilarles, me he instruido y conmovido con la lucidez que han tenido por estos días personas de su edad y aún mayores. Personalmente, me posiciono bastante más a la izquierda de Agustín Squella, pero rescato de él que, crítico del proceso como el que más y lleno de aprensiones respecto de la propuesta, no ha dejado por ello de mirar con optimismo la construcción de un país más digno y humano.

Les quiere,

Su hijo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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