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Clave sociológica 2: redes sociales, un reto para la democracia chilena del siglo XXI Opinión

Clave sociológica 2: redes sociales, un reto para la democracia chilena del siglo XXI

Iván Ojeda Pereira
Por : Iván Ojeda Pereira Investigador del Centro Lithium I+d+i de la Universidad Católica del Norte
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En Chile nadie ha querido abordar el problema de la democracia digital y es urgente legislar al respecto. Estos espacios online pueden contribuir al debate, pero también, cuando no están regulados, pueden afectar negativamente a la democracia. Nuestra ley para controlar la diferencia de recursos en las campañas ya es insuficiente y la cantidad de dinero que se invierte en Twitter o Facebook durante el proceso electoral no es más que la «compra de opinión pública», una práctica que se esperaba erradicar en el siglo pasado. Las democracias deben aprender y la gobernanza de las redes sociales es probablemente una de las lecciones más relevantes de este siglo político.


El concepto de democracia es bastante controvertido, la pregunta ¿cuándo estamos en presencia de un sistema político democrático?, ha abierto importantes debates en las ciencias políticas. Desde mi perspectiva, hemos llegado a tres puntos mínimos.

Primero, un sistema político es democrático cuando existen elecciones, en donde participa la ciudadanía y existen dos o más partidos políticos en competencia. Segundo, la competencia electoral debe ser verdadera, es decir, los sectores que se encuentran en disputa deben poseer las condiciones más igualitarias posibles, de manera que los resultados electorales se puedan explicar por un apoyo de la ciudadanía a sus ideas, y no por otros elementos, como, por ejemplo, la cantidad de recursos para desplegar campañas. Tercero, un sistema político democrático divide los poderes del Estado y se ciñe o lo intenta a convenciones internacionales de derechos humanos, en donde se defiende la libertad de los individuos y se establecen límites a la acción del Estado.

Ahora bien, la observación de distintos sistemas políticos que se autodefinen como democráticos nos ha permitido comprender que las democracias reales no teóricas y sus funcionamientos son diversas y se vinculan a la historia sociopolítica de cada país. En este sentido, entendemos que existen muchas democracias y que, además, no son inamovibles, sino que van variando, fallando y aprendiendo.   

A propósito del plebiscito, pienso que la democracia chilena debe hacerse cargo de uno de los retos más significativos para el debate plural del siglo XXI: la gobernanza de las redes sociales, como una innovación necesaria y un aprendizaje urgente. La discusión sobre el rol de las redes sociales en el debate democrático electoral es bastante amplia y se ha intensificado en la última década. A lo menos debemos considerar dos formas de pensamiento perfectamente vinculables: la optimista y la crítica.

Optimismo: redes sociales como un espacio de debate político

La masificación de los celulares inteligentes, en conjunto a la irrupción en el mercado nacional del internet móvil, ha permitido que diversos grupos sociales mediante redes sociales puedan acceder a nuevos contenidos e información. El optimismo se basa en que este acceso permitiría un mejor debate democrático. Las redes sociales son ventanas de acceso a información en cualquier lugar y momento, lo cual es valioso y deseable. Los espacios virtuales cada vez se asemejan más a la vida física, los usuarios de redes sociales construyen su identidad digital, en donde, al no existir un “cara cara”, es más probable que emitan opiniones, sobre todo quienes no están acostumbrados(as) a hacerlo.  Además, otro elemento importante es que, en teoría, la información que circula en redes sociales es provista por los usuarios y las usuarias, por lo que se puede acceder a información plural, sin que sea la línea editorial la que filtre el contenido.

En este sentido, el optimismo se basa en entender que las redes sociales podían ser un espacio más de diálogo, discusión y comunicación política. Uno que, tal vez, podría volver a congregar a aquellos que ya no se sentían convocados a la política tradicional o que, por el contrario, habían sido apartados de este espacio por la elite.

Crítica: incidencia en votantes, desigualdad electoral y posibilidad de retorno al estamento

El escándalo en Estados Unidos después de que Trump basara su campaña en las redes sociales y utilizara los datos e información de los usuarios para posicionar su propaganda, ha sido uno de los casos más polémicos y ha suscitado un interesante debate. Detrás de las redes sociales existen auténticas empresas, cuyo producto de venta es la información que los usuarios generan voluntariamente. Diariamente, las personas utilizan Instagram, Facebook o Twitter. Allí, cada uno de sus comportamientos está siendo registrado y procesado por grandes ordenadores que permiten construir múltiples perfiles políticos y sociales. De esta manera, estas empresas pueden vender este conjunto de datos para dirigir diferentes tipos de campañas, desde la venta de un producto comercial hasta la búsqueda de un proceso electoral.

En Chile nadie ha querido abordar el problema de la democracia digital y es urgente legislar al respecto. Estos espacios online pueden contribuir al debate, pero también, cuando no están regulados, pueden afectar negativamente a la democracia. Nuestra ley para controlar la diferencia de recursos en las campañas ya es insuficiente y la cantidad de dinero que se invierte en Twitter o Facebook durante el proceso electoral no es más que la «compra de opinión pública», una práctica que se esperaba erradicar en el siglo pasado. Las democracias deben aprender y la gobernanza de las redes sociales es probablemente una de las lecciones más relevantes de este siglo político.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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