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Chile bipolar: del estallido social a Daddy Yankee en solo mil días Opinión

Chile bipolar: del estallido social a Daddy Yankee en solo mil días

Germán Silva Cuadra
Por : Germán Silva Cuadra Psicólogo, académico y consultor
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Lo que debería hacernos reflexionar, al cumplirse tres años del estallido social, es qué aprendimos o qué hemos logrado corregir como sociedad de esas demandas que nacieron de la toma de conciencia de la desigualdad e injusticias sostenidas en el tiempo. Todo parece indicar que muy poco. Y tal como lo ha demostrado la historia de Chile en las últimas décadas, los ciclos se repiten, pero con una diferencia: cada vez son más cortos. Entonces, así como hace mil días la elite decía “no lo vimos venir”, todo parece indicar que, nuevamente, se está acumulando energía que, tarde o temprano, tendrá que salir. Y les aseguro que pronto la gente estará reclamando contra los partidos y contra los poderes fácticos que, hoy, parecieran hacer oídos sordos a la sociedad civil.


No hay nada más simbólico, lamentablemente, de la brutal evolución que ha tenido este país –en apenas tres años– que la figura de Pancho Malo. Un hombre condenado por homicidio, agresivo, agitador de masas, promotor de la violencia y de ultraderecha. El exbarrista ha pasado a representar la antítesis de un país que un 18 de octubre de 2019 –hace poco más de mil días– tomó conciencia de la desigualdad acumulada por años, décadas tal vez, y se lanzó a las calles, pacíficamente, a decir basta, es la hora del cambio. “No a la colusión”, “Por una pensión digna”, “Hasta que la dignidad se haga costumbre”, decían los carteles improvisados con que miles de chilenos copaban las principales calles y plazas del país.

Y pese a que una de las principales exigencias era una nueva Constitución, lo importante era que las personas estaban expresando su cansancio con un sistema que necesitaba un urgente ajuste. Tanto es así que, en las primeras semanas de movilizaciones, fue el propio ex Presidente Piñera quien intentó capitalizar una marcha en que millones de santiaguinos coparon, de punta a cabo, las avenidas Providencia y Alameda. Pese a que las protestas habían partido con violencia en el Metro, luego vino el turno ciudadano, que logró motivar e involucrar a gente común y corriente. Después, grupos que no respondían a nadie, se apoderaron de algunos espacios, dando pie a saqueos y violencia.

Recordemos que la propia gente no dejaba que flamearan banderas de partidos, solo estaban permitidas las banderas de los Pueblos Originarios (PPOO). Esto reflejaba la molestia y rabia contra los partidos políticos chilenos –la institución más desprestigiada de todas–, lo que se vio reflejado, un año después, en el plebiscito de entrada –80% votó por que el órgano constituyente estuviera integrado en un 100% por personas elegidas por la gente–. Luego vendría la elección de los 155 constituyentes, donde los partidos fueron, literalmente, arrasados por los independientes. Vaya paradoja. Hoy son los partidos los que dominan la segunda parte del proceso constitucional –excluyendo a la sociedad civil e independientes– y ponen candados: el Senado “autorizaría” el texto que emerja de una Convención, antes de ser plebiscitado. Por otro lado, la bandera de los PPOO fue guardada en el baúl de los recuerdos y, por supuesto, hoy sería una falta de educación pedir la plurinacionalidad o reconocimiento de nuestros pueblos originarios.

Tampoco nadie se atrevería hoy a mencionar la colusión o la desigualdad. A nadie se le pasaría por la cabeza decir que está dispuesto a compartir parte de su 6% adicional para aportar a la pensión de los más pobres, o para compensar las lagunas previsionales de miles de mujeres y hombres que hoy reciben pensiones miserables. Pareciera que las demandas colectivas ya no existieran y, menos, que hubiera pasado todo lo que vino después, incluido un Mandatario de izquierda, que obtuvo hace menos de un año la votación más alta para elegir a un Presidente de la República.

¿Qué le pasó a Chile que cambió tanto y tan rápido? Por supuesto, este no es el espacio para la profundidad que requiere esa pregunta, pero al menos tratemos de responder con una primera aproximación. A estas alturas, no cabe duda de nuestra bipolaridad. Somos un país extremo, que va de una punta a otra sin intermedios. Mal que mal, llevamos nada menos que diecisiete años –todo lo que duró la dictadura– pasando de un polo a otro. A la saga Bachelet-Piñera se suman los dos plebiscitos con resultados opuestos, la elección, desarrollo y caída de la Convención y, por supuesto, la elección de Gabriel Boric. Siempre transitando en los extremos –¿dónde está el llamado centro en estas casi dos décadas ?–, en los bordes.

¿Cómo pasamos de una ciudadanía que marchaba por los otros, despreciaba a los partidos y enfrentaba los poderes fácticos, hasta un presente en que nadie parece haber elegido a Boric, ni elegido a los convencionales, ni menos votado Apruebo en el plebiscito de entrada? Por supuesto que la inseguridad, los portonazos, La Araucanía, migración e inflación –varios heredados del Gobierno anterior– han influido; sin embargo, cuesta entender este cambio radical. Desde una sociedad que expresaba su deseo de ser más solidaria, de gente que marchaba por las calles –antes de la violencia– para pedir derechos sociales para ellos y los más abandonados, hasta el rechazo de cualquier grupo que pueda poner en riesgo los derechos individuales.

Tan bipolar es nuestra sociedad, que los mismos que hasta hace unos meses se horrorizaban con las conductas de la Tía Pikachu -que por supuesto contribuyó al fracaso de la CC– o del nefasto Rojas Vade, hoy miran impávidos a Pancho Malo participar de una de las mesas que está definiendo el mecanismo para el nuevo proceso constitucional…

Tan bipolares somos, que hace tres años observábamos a un pequeño grupo de enajenados que rompían todo a su paso y que intentaban justificar sus conductas con un relato político muy poco creíble. Sin embargo, hoy, los mismos enajenados irrumpen en el recital de Daddy Yankee, rompen rejas e invaden la cancha porque creen que es “su derecho ganado”. Ni en los primeros ni en estos hay una motivación política, ni social. Pero sí tienen algo en común: son la expresión de grupos que se sienten fuera del sistema y tienen rabia

¿Qué tiene de distinto el que lanza una bengala en un partido y deja herido a un jugador o rompe la infraestructura del estadio del rival, para luego saquear los locales que están en las inmediaciones, o mata a un hincha del equipo contrario por portar la camiseta del club que le acaba de propinar una goleada a su equipo, con esos que destrozaban lo que se les cruzaba por delante, quemando o saqueando pequeños locales comerciales de gente tan pobre como ellos? Nada. Sin embargo, expresan momentos distintos de esta polarización que hemos vivido desde hace diecisiete años.

Pero, de fondo, lo que debería hacernos reflexionar, al cumplirse tres años del estallido social, es qué aprendimos o qué hemos logrado corregir como sociedad de esas demandas que nacieron de la toma de conciencia de la desigualdad e injusticias sostenidas en el tiempo. Todo parece indicar que muy poco. Y tal como lo ha demostrado la historia de Chile en las últimas décadas, los ciclos se repiten, pero con una diferencia: cada vez son más cortos. Entonces, así como hace mil días la elite decía “no lo vimos venir”, todo parece indicar que, nuevamente, se está acumulando energía que, tarde o temprano, tendrá que salir.

Y les aseguro que pronto la gente estará reclamando contra los partidos y contra los poderes fácticos que, hoy, parecieran hacer oídos sordos a la sociedad civil. Al menos eso pareciera caracterizar a una clase política que, repitiendo lo que le pasó a la CC, está definiendo el nuevo proceso constituyente encerrada entre cuatro paredes.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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