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Y los proyectiles de noviembre en la guerra de Ucrania, ¿quién los carga? Opinión

Y los proyectiles de noviembre en la guerra de Ucrania, ¿quién los carga?

Gilberto Aranda B.
Por : Gilberto Aranda B. Profesor titular Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile.
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Este episodio nos coloca en guardia respecto de la guerra híbrida, planteada por la doctrina Gerasimov, en que se combinan fuerzas convencionales, medios irregulares, represalias económicas, subversión social, y sobre todo toneladas de desinformación y verdades a medias, es decir, noticias falsas a granel. Ucrania sería el teatro de operaciones donde se ensaya el nuevo método, pareciera que no solo exclusivamente por parte de Rusia, esbozándose un polvorín que puede estallar en cualquier momento. Es que, aunque se haya sorteado aparentemente una mayor criticidad, previniendo una escalada acelerada, no se puede apostar a que cualquier otro error de cálculo precipite una beligerancia abierta con efecto cascada.


Se cuenta que en tiempos del franquismo en los cuarteles españoles donde se cumplía el servicio militar, experimentados instructores solían espetar a sus novatos reclutas en sus prácticas de tiro la decidora frase “A las armas las carga el Diablo”, que en algunas versiones ha sido seguida por un todavía más rotundo “y las disparan los idiotas”. Cierto o no, dicha fórmula no ha dejado dormir a políticos en tiempo de crisis pre-bélica. El recuerdo de como una serie de acontecimientos infaustos puede escalar a una conflagración bélica directa encuentra en la Primera Guerra Mundial su quinta esencia con más de 10 millones de muertos (por cierto inferior a los 50 millones de muertos del conflicto armada que inicio 20 años después que concluyera éste). De hecho el verano de 1914 parecía transcurrir sin mayores sobresaltos en Europa. Sin embargo, cuando menos se esperaba el magnicidio en Sarajevo desató la furia de Ares, envuelto en una cadena de ultimátum, muchos imposibles de satisfacer, equivalentes a una trampa mortal.  Kennedy lo sabía, por lo que en aquellos 13 días de octubre de 1962 en que el orbe estuvo al borde de una Tercera Guerra Mundial ante el despliegue de misiles, bloqueos e invectivas, citaba a menudo el ahora clásico libro de Barbara Tuchman “Los cañones de Agosto”. Allí la ganadora del Pulitzer relató los primeros 31 días en que los europeos fueron a la expedición militar confiados en una victoria rápida… que sin embargo duro 4 años.

Los paralelismo no faltan hoy, y ciertos internautas profetizaron hace menos de dos días que la hostilidad abierta a propósito del proyectil sobre territorio polaco eran los prolegómenos de un cataclismo mayor. Europa esperaba en vilo a la resolución de un organismo que aun cuando tiene su sede en un distrito contiguo a Bruselas, gran parte de las decisiones de sus 30 miembros dependen del visto bueno de Washington, la potencia que dio aliento a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) hace 73 años atrás, una alianza precautoria de Guerra Fría que ha proseguido expandiéndose a pesar que la Unión Soviética despareció hace 3 décadas. El martes pasado la pesadilla del mundo bipolar de bloques hostiles despuntó una vez más. Varsovia se comenzó a pintar la cara de Guerra, mientras la vocería del Kremlin apuntaba a una provocación. Los analistas y la prensa acompañaron el clima fatalista construyendo escenarios de alerta temprana. El artículo 4 de la Carta Atlántica –invocado en 5 ocasiones, una de la cuales fue precisamente por Polonia- podría ser esgrimido volcándose a una ronda de consultas de los estados partes de la OTAN ante la amenaza a la integridad territorial, la independencia política o la seguridad de uno de sus signatarios. Incluso algunos apostaban al artículo 5 que considera que todo ataque armado contra uno de sus miembros constituye una agresión contra todos, por lo que en virtud de la seguridad colectiva la respuesta militar sería conjunta. En otras palabras Estados Unidos y Rusia frente a frente. El panorama era tétrico… hasta que los acontecimientos dieron un giro en 180 grados y la responsabilidad del atentado apuntó a las propias fuerzas de Kiev.

Una revisión rápida de los eventos permite detenerse en una de las jornadas más crudas de la “operación especial” rusa que comenzó el 24 de febrero pasado (con acerca a los nueve meses de duración). Este 15 de noviembre cerca de 100 misiles rusos surcaron los cielos con el objetivo de dañar la infraestructura crítica de las ciudades más populosas de Ucrania, incluyendo Leópolis a escasos 70 kilómetros de la frontera con Polonia. Un par de días antes las fuerzas de Kiev habían recuperado Jerson, y el ejército ruso se replegaba desde uno de sus pocos logros de campaña. La posibilidad que el músculo kievita se abra camino hacia Crimea –región que resignó en 2014 cuando la misma Rusia la ocupó y declaró parte integral de su territorio- aparecía y aparece como posible. Moscú decidió entonces asfixiar los centros políticos económicos de su enemigo, aunque solo un cuarto de sus cohetes hicieron blanco. Fue cuando estalló el proyectil ruso en territorio polaco, matando a dos personas y dejando a los halcones declamando un estatus pre-bélico. Pero algo sencillamente no calzaba. Si Rusia retrocedía, y urgentemente requería reconcentrar su esfuerzo militar sobre su adversario, ¿Qué propósito tiene ampliar el frente adversarial sumando otros ejércitos en su contra? La respuesta llegó con la tesis de esquirlas del sistema anti-misiles ucraniano.

Y aunque esta partida de ajedrez continuará jugándose, y todavía falta verificación del suceso, este evento ya nos arroja algunas pistas. Nuevamente se hace evidente que, aunque la aventura militar de Putin no calibró adecuadamente la respuesta mancomunada de Occidente, existen relevantes matices entre los aliados OTAN. Los países que fueron parte del Imperio Soviético, o bien constituían eslabones de su cinturón de seguridad de Guerra Fría, tienen cierta inclinación a sobre reaccionar –con una historia reciente llevada a flor de piel-, interpretando todo movimiento del oso ruso como un acto agresivo. Por consiguiente su permanente reclamo de una presencia más contundente de los Estados Unidos deriva de una sensación de inseguridad atávica. Es el caso de Polonia y los Estados Bálticos. Varsovia convocó a su consejo de seguridad nacional mientras algunos altos cargos anunciaban los pasos a seguir para activar el mecanismo de seguridad colectiva aliado. En tanto Lituania anunciaba su respaldo completo a toda respuesta polaca. Este grupo está fuertemente determinado por la idea de que si no se detiene a Rusia hoy, en Ucrania, el próximo conflicto será mañana “en sus casas nacionales”.

Por otra parte están la Europa Occidental, con Alemania y Francia liderando, que aunque respalda las políticas de armar a Kiev y desplegar un conjunto de sanciones contra Rusia, no han descartado del todo una negociación diplomática que permita detener la conflagración. Su ánimo de apoyo a Kiev, que termina por impactarles a través de las represalias energéticas rusas, corre paralelo al deseo de construir cierta autonomía estratégica del Viejo Continente. Estos países son conscientes que una cosa es evitar que Rusia gane la guerra, objetivo plausible, pero otra muy distinta y poco viable es que la pierda del todo.

Finalmente este episodio nos coloca en guardia respecto de la guerra híbrida, planteada por la doctrina Gerasimov, en que se combinan fuerzas convencionales, medios irregulares, represalias económicas, subversión social, y sobretodo toneladas de desinformación y verdades a medias, es decir noticias falsas a granel. Ucrania sería el teatro de operaciones donde se ensaya el nuevo método, pareciera que no solo exclusivamente por parte de Rusia, esbozándose un polvorín que puede estallar en cualquier momento. Es que aunque se haya sorteado aparentemente una mayor criticidad, previniendo una escalada acelerada, no se puede apostar a que cualquier otro error de cálculo precipite una beligerancia abierta con efecto cascada. Como en la Primera Guerra Mundial, un paso en falso –como malentendidos, percepciones erradas o gestos involuntarios- pueden detonar una catástrofe global que supere incluso a los liderazgos más realistas y sensatos. Entonces, cuando generaciones completas sean castradas en el horror bélico, de poco valdrá que un Halcón infame declare cínicamente que “no hay novedad en el frente”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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