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Riquelme: el genio dijo adiós

Riquelme: el genio dijo adiós

El volante trasandino, el “jugador más grande en la historia de Boca” como señalaron por twitter miles de hinchas xeneizes enterados de la noticia, anunció su retiro del fútbol a los 36 años. Con él en cancha, el club de la rivera ganó cinco torneos nacionales, una Copa Argentina, tres Copas Libertadores y la Copa Intercontinental, venciendo a Real Madrid.


“Se fue el jugador más grande en la historia de Boca”, fue comentario reiterado de hinchas xeneizes en las redes sociales luego de que, el domingo por la noche, el talentoso volante Juan Román Riquelme, 36 años, anunciara su retiro del fútbol. Declaración que refleja la idolatría del pueblo boquense (“la mitad más uno”, como le gusta denominarse) por ese jugador que encandilaba con su juego y que enfureció a más de alguno con su carácter.

¿De qué otra manera puede explicarse una frase como esa de parte de hinchas que no pueden ignorar que esa camiseta ha sido vestida por tipos como José Sanfilippo, Angel Clemente Rojas y hasta el mismísimo Diego Maradona, entre otros grandes de la historia del rico fútbol boquense y argentino?

Pero Juan Román decidió que era hora de irse, de no jugar más, al menos profesionalmente. Cuando se hablaba de su inminente paso a Cerro Porteño, se decía que Flamengo estaba dispuesto a entrar a tallar por hacerse de sus servicios y hasta a Colo Colo se le dio en su momento como interesado, Riquelme sorprendió a todos señalando que colgaba los botines “porque después de haber dejado a Argentinos Juniors en Primera, ya no tengo motivaciones para seguir en esto, aparte de que no me imagino jugando en contra de Boca Juniors”.

El muchacho de San Fernando, el mayor de 11 hermanos de una familia humilde, dejaba atrás casi 30 años de su vida en la que como futbolista lo ganó casi todo, porque sólo le faltó ganar una Copa América y un Mundial para haberse inscrito entre los jugadores más exitosos de todos los tiempos. Tres Copas Libertadores, una Copa Intercontinental, la Medalla de oro en los Juegos Olímpicos de 2008, en Pekin, aparte de cinco títulos nacionales con Boca Juniors y una Copa Argentina, hablan del jugador que desde temprano supo convivir con el triunfo y el reconocimiento multitudinario.

Pero ese jugador extraordinario tuvo también su lado oscuro. De él se decía que era un elemento claramente “disociador”, que no le hacía nada de bien a la convivencia ni al vestuario. Poco amigo de recibir instrucciones y consejos, más de alguna vez chocó con el director técnico de turno, acaso confiando en que su etiqueta de jugador genial e impredecible lo blindaría con la hinchada y los dirigentes.

Para Carlos Bianchi, el entrenador con el cual compartió una época dorada en Boca, “Juan Román no es un mal tipo. Sólo es extraño, como casi todos los genios. De repente puede pasar al lado de uno y ni te saluda, pero al rato aparece y te puede conversar durante una hora”.

Entre los varios apodos de Juan Román (“Topo Gigio”, “JR10”, “Torero”) destaca el de “El último 10”. Y es que, como vienen sosteniéndolo muchos técnicos desde hace tiempo, entre los cuales Juvenal Olmos es nuestro estandarte, “el 10 es una especie en extinción”. En otras palabras, un jugador cuyo estilo de juego fue vital en otros tiempos, pero que no tiene cabida en el fútbol presente.

Frase por cierto discutible, como todo aspecto técnico que tiene que ver con el fútbol, sus distintas épocas y sus innumerables estilos. Y al parecer el juego de Riquelme, su modo de entender y de apreciar el fútbol, aún tenía vigencia, porque no en vano se transformó en figura vital para que su club de niño, Argentinos Juniors, retornara a Primera y él se transformara, a pesar de sus años, en una de las figuras más codiciadas del receso.

Dueño de una pegada exquisita, que lo transformaba en un temible ejecutante de tiros libres, Riquelme poseía además la técnica y la habilidad que distinguió siempre al jugador argentino. Capaz de ir una jugada antes que el resto, contaba con un panorama que lo hacía encontrar siempre al jugador mejor ubicado de su cuadro para llegar al gol, habilitándolo en el lugar y en el momento justos. Sus profundos pases vulneraban a la defensa más numerosa y bien parada, pero cuando había que despejar el camino no le faltaba el dribling cadencioso para encontrar el claro que rompiera cualquier esquema defensivo, por férreo que éste fuera.

Pero así como hay entrenadores que hasta pondrían plata de su bolsillo por contar con un jugador como Riquelme, existen otros a los que esa forma de sentir el fútbol no los convence para nada. Fue lo que a Juan Román le pasó con el holandés Louis Van Gaal, cuando llegó como gran precio a Barcelona desde Boca Juniors. El ahora técnico del Manchester United, que debió aceptar al argentino sólo porque la directiva culé se había hecho el propósito de contratarlo, no se demoró mucho en tasarlo y convencerse de que, para su forma de ver el fútbol, Riquelme no era el jugador más adecuado.

“Cuando usted tiene la pelota, es el mejor jugador del mundo –le dijo-, pero cuando la pierde me deja al equipo con diez”, remarcando una situación que se transforma en habitual con los jugadores como Riquelme, que se saben tan buenos con el balón en los pies que no se les pasa por la cabeza el luchar por recuperarlo.

¿Acaso Claudio Borghi, un talento de marca mayor, no era de ese mismo estilo? El Bichi metía veinte pases de gol por partido, pero nadie puede jurar haberlo visto nunca tirarse a los pies de un rival para intentar despojarlo de la pelota. Por lo mismo, no hizo huesos viejos en el Milan, a donde partió luego de una transferencia millonaria. Y tampoco hizo huesos viejos en ninguno de los equipos en que estuvo. En esto, Riquelme y Borghi eran como dos gotas de agua.

Desechado por el holandés, Barcelona lo cedió a préstamo al Villarreal y con él en sus filas y Manuel Pellegrini en la banca, el “Submarino amarillo” sacó patente de grande. Fue tercero en la Liga y en la Champions League se transformó en sorpresa mundial, llegando a fase de semifinales. Sólo lo eliminó el Arsenal y luego que, en el último minuto del partido de vuelta disputado en El Madrigal, Riquelme fallara el penal que habría obligado al alargue.

No fue ese penal fallido, sin embargo, la instancia que marcó el fin de la trayectoria de Juan Román Riquelme en el Villarreal. Lo cierto es que, incluso marcando ese tiro de doce pasos, Pellegrini ya no lo soportaba, sentimiento por el cual antes ya habían transitado otros técnicos. Y aunque el entrenador nacional, siempre tan compuesto, se negó a dar razones que fueran más allá de lo puramente futbolístico para explicar la salida del volante trasandino, se supo que Riquelme había terminado por hartarlo.

No sólo hacía exigencias propias del “divo” que indudablemente era en un plantel más bien modesto en cuanto a trayectoria y nombres (excepto el uruguayo Forlán), sino que se negaba a participar de los entrenamientos voluntarios a los que debían someterse los jugadores no citados o que se encontraban suspendidos. El acabose llegó cuando Juan Román empezó a incluir como miembros de la delegación del club en viaje a algunos de sus familiares que llegaban a visitarlo a España.

No fue todo. La gota que rebasó el vaso -se dice- fue cuando Riquelme, en medio de una charla técnica de Pellegrini, se puso a escuchar música en su MP 4 para hacer ostentación de que lo ignoraba absolutamente. Cedido a préstamo a Boca, el técnico nacional le bajó el pulgar cuando al argentino le llegó el momento de retornar. Boca Juniors, en esa instancia, no dudó en pagarle al Villarreal 15 millones de dólares por el pase, la cantidad más alta cancelada nunca por un club argentino en toda la historia. Mauricio Macri, presidente xeneize, le puso el pecho a las balas que le llegaban de todos los sectores en forma de ácida crítica, señalando que “Juan Román se paga solo”.

Si Macri no se arrepintió nunca de cancelar esa estratosférica suma por tener de vuelta al ídolo, de seguro más de una vez debe haber pensado si no se había equivocado rotundamente. Porque Riquelme firmó un contrato a fines de 2007 y hasta el 2010, sólo que en ese lapso los problemas con el díscolo astro no fueron ni pocos ni menores.

En marzo de 2009, Juan Román Riquelme renunció inesperadamente a la Selección Argentina, dirigida por Diego Armando Maradona. ¿Razón? El Diego había comentado que Juan Román había estado bajo su nivel en los dos últimos partidos con la camiseta boquense. Pero el hincha, “La 12”, como se le conoce a la barra brava del club, nunca le dio la espalda a su jugador preferido. El 2 de julio de 2011, se inauguró una estatua de tamaño natural de Riquelme en el Museo de la Pasión Boquense ubicado al interior de la “Bombonera”.

Ese jugador genial, único e irrepetible, ya no estará más en una cancha de fútbol deleitando a sus fanáticos y martirizando a sus rivales. Retirado, ya dijo que espera, algún día, ser presidente de Boca Juniors. Mientras, paralelas a sus enorme virtudes futbolísticas, seguirán transitando los recuerdos de hechos, polémicas y frases que lo tuvieron siempre como protagonista destacado.

Como una vez que, fastidiado por una entrevista que se alargaba más de la cuenta, le respondió al periodista: “Jugar con el 10 es sólo un detalle. El 10 es sólo un número. Cuando juego, no me miro la espalda”.

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