«Sin un crecimiento robusto de la inversión como el observado anteriormente y sin incremento de la productividad, debemos aceptar que es improbable que volvamos a ver cifras de crecimiento del PIB de 5% o más y aceptar que la capacidad de crecimiento de la economía se reduce cada año que la inversión se contrae».
Chile se ha beneficiado de los positivos efectos de la inversión en los últimos 25 de años, gracias a un marco de políticas económicas estables y creíbles, reglas del juego claras, un ambiente propicio para la inversión extranjera y, en algunos años, gracias a un escenario externo favorable, caracterizado por condiciones de financiamiento ventajosas y un elevado precio del cobre.
La inversión es clave para el crecimiento y para la generación de empleos. Entre 1989 y 2013 la inversión creció a un ritmo anual promedio de 9,1%, mientras que la economía creció a un robusto 5,3%. En el período 2010-2013 la historia no fue muy distinta: la inversión creció 10,1% anual promedio y explicó la mitad del crecimiento del PIB que nuevamente promedió 5,3%. En este caso, el 60% de la inversión provino directamente del sector minero.
Sin un crecimiento robusto de la inversión como el observado en estos dos períodos y sin incremento de la productividad, debemos aceptar que es improbable que volvamos a ver cifras de crecimiento del PIB de 5% o más y aceptar que la capacidad de crecimiento de la economía se reduce cada año que la inversión se contrae (como en 2014-2015). Esto explica por qué las proyecciones de crecimiento de tendencia o de mediano plazo se están revisando a la baja.
Un buen diagnóstico de los factores detrás de las fluctuaciones de la inversión es clave para promover las iniciativas que estén a nuestro alcance para contribuir a recuperar su dinamismo. Sin embargo, en la última década la inversión en Chile se ha visto beneficiada por dos factores que escapan de nuestro control y que difícilmente volverán a repetirse: el llamado súper ciclo del precio del cobre, a partir del año 2004, y las muy favorables condiciones de financiamiento externo, a partir del año 2010.
La inversión minera pasó de representar 3% del PIB el año 2003 a 7% del PIB en 2013, coincidiendo este incremento exactamente con el período de altos precios del cobre, lo que deja de manifiesto que el boom minero puede considerarse mayoritariamente exógeno a las condiciones económicas y políticas internas y responde netamente a las condiciones externas relevantes para el sector (precio del cobre, demanda de China y costos de financiamiento, entre otros).
El excepcional incremento del precio del cobre y las extraordinariamente bajas tasas de interés de los últimos años difícilmente se repetirán en el futuro cercano y sobre eso no es mucho lo que podemos hacer. Sin embargo, en este mismo lapso y de manera casi inadvertida, la inversión no minera —más vinculada a las condiciones locales— retrocedió desde 18% a 16% del PIB, sin una crisis de confianza ni política de por medio.
El año 2014 la inversión total cayó 6% y, según cifras preliminares del Banco Central, el grueso de esta caída se explicó por el retroceso de la inversión minera. Este análisis es complementario a otro hecho por el propio Instituto Emisor, que indica que el componente autónomo de la confianza, es decir, aquel no determinado por el ciclo económico interno y externo, si bien ganó importancia en la segunda parte del año pasado, explicó entre uno y dos puntos de la caída de la inversión total de ese año. Es decir, sin la incertidumbre política y económica la inversión habría caído un 4% o 5%.
En 2015 la inversión total tendrá una leve contracción, pese a un incremento cercano a 30% en la inversión pública. Esto significa que la inversión privada caerá en torno a 5%. Los determinantes de esta evolución siguen siendo los mismos que en 2014: la caída de la inversión minera y la persistencia de la desconfianza empresarial. La inversión no minera seguirá sin mostrar signos de recuperación, pero esto no es algo nuevo, sino una tendencia que se arrastra desde hace dos décadas y que estuvo oculta por el boom del mercado del cobre. Para 2016 las perspectivas no son mucho mejores, dados los menores espacios para la inversión pública y la nula evidencia disponible a la fecha que dé cuenta de un mayor dinamismo de la inversión privada.
Un país que invierte en capital físico y humano es capaz de crecer en el corto y en el mediano plazo, mientras que uno que no invierte hipoteca sus posibilidades de expansión económica y de mejorar el bienestar de su población. La incertidumbre en el ámbito de las reformas en nada ayuda a dinamizar la inversión en un contexto en que la inversión minera no volverá a crecer como en los últimos años.
Desde el punto de vista institucional, la inversión requiere reglas del juego claras, respeto pleno de los derechos de propiedad y reducción de los tiempos de tramitación y aprobación de las iniciativas de inversión. La excesiva judicialización de los proyectos se hace cada vez más insostenible en un entorno de peores condiciones financieras y precios relativos. Desde el punto de vista macro, dinamizar las inversiones requiere contar con tasas de interés bajas y un tipo de cambio competitivo, combinación en la que el Banco Central y Hacienda pueden jugar un rol clave en lo venidero si el menor crecimiento del gasto genera los espacios suficientes para que, una vez que la inflación ceda, el Instituto Emisor retome los recortes de la tasa de interés de política monetaria.
Hermann González
Economista Principal BBVA Research Chile