No puede ignorarse que tanto la posición financiera neta del gobierno como la de deuda pública se han deteriorado significativamente respecto de la existente en 2008. En efecto, en siete años la posición financiera neta del sector público se ha deteriorado en alrededor de 20 puntos del PIB, mientras que la deuda neta del gobierno central, que sigue siendo negativa, se ha deteriorado en alrededor de 15 puntos del PIB.
El pobre desempeño económico de Chile, junto a las fuertes exigencias por mayor gasto público asociado a las reformas estructurales del gobierno y presiones de diversos grupos, han generado un escenario fiscal muy complicado no obstante la reforma tributaria, diseñada para recaudar 3 puntos del PIB, de los cuales 1 punto se utilizaría para cerrar la brecha estructural en las cuentas fiscales. Sin embargo, un débil crecimiento de la economía, en parte explicado por los efectos de las mismas reformas estructurales, ha llevado a un escenario que, el propio Ministro de Hacienda, en un gesto de honestidad intelectual y política muy raro en nuestro país, ha reconocido como complicado y que garantiza que el déficit fiscal efectivo y, muy probablemente, también el cíclicamente ajustado, se mantendrán en rojo hasta avanzada la próxima década.
El Informe de las Finanzas Públicas 2016 (IFP-16), presentado recientemente por el Director de Presupuestos al Congreso muestra que, con proyecciones de crecimiento más bien optimistas, por ejemplo, comparadas con que ha revisado hace pocos días el FMI, el déficit fiscal efectivo seguiría siendo importante en 2019, cuando representaría un 1,8% del PIB. El déficit cíclicamente ajustado, por otro lado, que el gobierno pretende reducir de 1,6% del PIB en 2014 a 1,1% en 2017, sería de 0,5% del PIB en 2019, suponiendo que el próximo gobierno ratifica la trayectoria de reducción anunciada por el ministro de Hacienda Rodrigo Valdés.
Este, sin duda, no es un panorama terrible comparado con el de la mayoría de los países y considerando que la deuda pública bruta se ubicará en torno a 18% del PIB a fines de este año. Es evidente que no hay necesidad de realizar un ajuste severo ni inmediato para estabilizar las cuentas fiscales, pero la complacencia que, fácilmente, puede generar la todavía robusta situación fiscal del país, es lo que puede terminar perdiéndola por postergaciones sucesivas por “necesidades más urgentes” que requieren seguir gastando, cosa que suele ser muy popular entre los políticos y gobiernos de todos los pelajes.
No puede ignorarse, además, que tanto la posición financiera neta del gobierno como la de deuda pública se han deteriorado significativamente respecto de la existente en 2008. En efecto, en siete años la posición financiera neta del sector público se ha deteriorado en alrededor de 20 puntos del PIB, mientras que la deuda neta del gobierno central, que sigue siendo negativa, se ha deteriorado en alrededor de 15 puntos del PIB. Considerando el punto de partida, la situación fiscal sigue siendo muy sólida, pero el deterioro de los últimos años ha sido muy rápido. Adicionalmente, el IFP-16, muestra que para 2017-2018, el gasto fiscal comprometido supera aquel compatible con el compromiso de reducción del déficit cíclicamente ajustado, por muy poco en todo caso (0,1% del PIB), pero ello anticipa que, primero, no se podrá realizar ningún gasto que ya no esté comprometido y, segundo, que estos últimos deberían ser recortados marginalmente para cumplir con la meta de déficit. Si a lo anterior se agrega que el supuesto de crecimiento tendencial para todo el período (2015-2019) parece optimista (3,7%), lo mismo que el efectivo, (3,25%) resulta probable que los déficits, efectivo y cíclicamente ajustado, sean mayores a lo previsto. No puede descartarse, además, desvíos mayores por la tendencia habitual de los gobiernos a justificar aumentos de gastos con cualquier pretexto.
Alternativamente, el próximo gobierno puede estar tentado a promover nuevos aumentos de impuestos para cerrar la brecha, tema que podría ser parte de la campaña presidencial de 2017.
La posición fiscal de Chile sigue siendo muy sólida, pero se está deteriorando, que pase a ser relativamente débil en unos pocos años más no es difícil de imaginar, con lo que uno de los pilares básicos de nuestra fortaleza macroeconómica se puede deteriorar casi sin darnos cuenta. Con ello vendría el aumento en el riesgo-país, eventualmente reducciones en la clasificación de riesgo y la vuelta a la inestabilidad macroeconómica que ha sido la característica histórica de nuestra economía, con tasas de interés más altas, crecimiento restringido por una “restricción externa” y, probablemente, más inflación junto a un debilitamiento de la independencia del Banco Central, destruyendo el pilar monetario que sustenta nuestra estabilidad macroeconómica.
Todo esto puede parecer alarmista y exagerado, y espero que así pueda ser interpretado en el futuro, pero la trayectoria que está arrastrando la situación fiscal desde 2009 y las tendencias populistas que se observan, nos hacen temer que este escenario no sea tan irreal ni improbable.
Alejandro Fernández Beroš
N. de R. Este análisis apareció originalmente en el Informe de la Consultora Gemines de octubre