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Para la economía chilena, el 2015 fue otro año para olvidar Análisis económico

Para la economía chilena, el 2015 fue otro año para olvidar

Tal vez lo más sorprendente de 2015 es el notable estancamiento en el consumo. Si bien la inversión se contrajo fuertemente en 2014 y, en el peor de los casos muy levemente en 2015, hay explicaciones razonables para ello. En el caso del consumo privado, en cambio, el crecimiento previsto para el año que termina, no excede el 2%, que será su peor resultado del siglo, salvo la caída durante 2009 por la crisis financiera internacional y, antes de ello, en el siglo anterior, la caída por la crisis asiática en 1999. A diferencia de lo ocurrido en estos dos episodios, el desempleo se ha mantenido bajo, la ocupación ha crecido razonablemente, considerando el desempeño de la economía, lo mismo que las remuneraciones reales.


Este informe y comentario se publican a días de terminar el año 2015, época en que suelen hacerse balances de lo ocurrido en el año calendario, no obstante lo arbitrario que es esto, ya que la vida es un continuo cuya parcelación puede conducir a evaluaciones equivocadas. Desgraciadamente, en lo referente a la marcha de nuestra economía, el corte en diciembre no altera el análisis respecto de haberlo hecho seis meses atrás ni, probablemente, si llegáramos a hacerlo en seis meses más.

El crecimiento del PIB, más allá de los altibajos propios de una variable afectada por el ciclo económico y shocks recurrentes, ha mantenido una notable estabilidad en la mediocridad del 2%. Las proyecciones existentes para 2016 y las perspectivas para los próximos meses apuntan en la dirección de que esta mediocridad se mantendrá el año que viene con algún riesgo de que se deteriore marginalmente.

La mantención de un crecimiento sistemáticamente por debajo del estimado de tendencia debería estar generando holguras que deberían permitir crecer más rápido en el futuro. Sin embargo, la mantención de una situación de virtual pleno empleo en el mercado del trabajo, por una parte, y la conjunción de factores negativos, asociados a las reformas estructurales, por otra, hacen probable que, más bien, el crecimiento tendencial se ajuste a la baja hacia el efectivo, especialmente en un escenario donde la productividad no crece o, peor aún, decrece.

En particular, estamos pensando en la materialización de los efectos negativos de las reformas tributaria y laboral cuando estén plenamente implementadas. Adicionalmente, en la incertidumbre que implica el salto al vacío que se está dando en materia constitucional, donde la ausencia de planteamientos específicos de parte del gobierno respecto de áreas susceptibles de ser reformadas, mantiene la posibilidad de un cambio que altere todo lo esencial, como el derecho de propiedad, la independencia del Banco Central y el papel del Estado en la economía. Evidentemente, esta incertidumbre tendrá un costo no menor en la actividad y sobre el crecimiento potencial.

El escenario para 2016 se ve comprometido, además, de los efectos que vayan generando las reformas mal hechas, pese a los ajustes en proceso, y la persistente incertidumbre, por algunos factores puntuales más específicos. Por una parte, la política fiscal será menos expansiva que en 2015 y, por otra, los términos de intercambio probablemente se deteriorarán más, producto de una baja más significativa del precio del cobre y otras exportaciones y una más acotada del petróleo.

Tal vez lo más sorprendente de 2015 es el notable estancamiento en el consumo. Si bien la inversión se
contrajo fuertemente en 2014 y, en el peor de los casos muy levemente en 2015, hay explicaciones razonables para
ello. El persistente ajuste en la inversión minera y el deterioro en las expectativas por la incertidumbre asociada a las reformas, así como un sostenido intento por reducir el margen de acción de los privados explican al mal
comportamiento de la inversión.

En el caso del consumo privado, en cambio, el crecimiento previsto para el año que termina, no excede el 2%, que será su peor resultado del siglo, salvo la caída durante 2009 por la crisis financiera internacional y, antes de ello, en el siglo anterior, la caída por la crisis asiática en 1999. A diferencia de lo ocurrido en estos dos episodios, el desempleo se ha mantenido bajo, la ocupación ha crecido razonablemente, considerando el desempeño de la economía, lo mismo que las remuneraciones reales.

Las expectativas muy deprimidas es el único factor negativo comparable al de las recesiones anteriores, pero no está claro que esto sea suficiente para explicar el pobre desempeño del consumo. Lo complicado de esto es que, si bien las expectativas están dando algunas señales de recuperación, lo más probable es que el mercado del trabajo se deteriore un tanto en 2016 y las remuneraciones mantengan un crecimiento débil, por lo que es poco probable que el consumo se recupere muy vigorosamente, si es que logra repuntar algo el próximo año. En ausencia de una recuperación del consumo, no hay forma de que el PIB acelere de manera relevante su crecimiento, aun cuando la inversión mejore (como parece probable, desde una base muy baja) y en ausencia de un impulso vigoroso de la demanda externa.

La discusión, por otro lado, de cuánto de la desaceleración se explica por factores externos comunes a los exportadores de materias primas, como Colombia o Perú, y cuánto por factores internos, no se va a resolver muy
fácilmente porque las posiciones que apoyan a uno y otro campo están muy fuertemente influidas por factores
políticos.

En nuestra opinión, cuando se considera el efecto positivo de la baja en el precio del petróleo que coincide con los atisbos de recuperación a fines de 2014 y comienzos de 2015, se abona la hipótesis de que nuestro país se ha visto menos perjudicado que los demás de la región por la baja de las materias primas. Si a lo anterior se suma el importante recorte en las proyecciones de crecimiento tendencial para Chile, se puede concluir que el peso de los
factores internos es más que relevante en explicar el bajo crecimiento de los últimos dos años.

Es razonable suponer, además, que las perspectivas de crecimiento difícilmente mejorarán en 2016, o mientras no se recupere el precio del cobre (2017 o 2018 más bien) mientras el énfasis de la política económica no cambie en favor de una que privilegie el crecimiento, la inversión y el aumento de la productividad. Es fundamental, además, que se produzca un claro compromiso con restablecer los equilibrios fiscales, que se han deteriorado de manera sostenida y acelerada en los últimos siete años. Dado que lo anterior se percibe como muy poco probable, el escenario base es que el período presidencial actual concluirá con un crecimiento promedio muy cercano al de los primeros dos años, es decir, en torno al 2%.

(N.d.R.: Este análisis apareció originalmente en el informe de la consultora Gemines de diciembre)

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