Publicidad
Economía, capitalismo, socialismo y los caminos de la izquierda Opinión

Economía, capitalismo, socialismo y los caminos de la izquierda

Eugenio Rivera Urrutia
Por : Eugenio Rivera Urrutia Director ejecutivo de la Fundación La Casa Común.
Ver Más

La falta de atención al nuevo capitalismo, lleva a Óscar Landerretche en su libro “Vivir juntos”, a no valorar el aporte del movimiento socialista al cambio del capitalismo y, por tanto, a no dar cuenta que el problema de la socialdemocracia, a partir de la segunda mitad de la década de los 90 del siglo pasado, fue que no logró reinventarse luego de los cambios introducidos por el neoliberalismo. Por otra parte, la falta de análisis de los cambios del capitalismo, lo lleva a construir una presunta alternativa al capitalismo, a partir de la experimentación microsocial y buenas políticas públicas.


Las elecciones presidenciales del próximo año junto con representar una encrucijada para el país son también un momento de redefinición ideológica y política de la izquierda chilena. En este contexto, el libro Vivir juntos de Óscar Landerretche, representa una mirada que más allá de sus méritos propios aparece asociada a los puntos de vista de una de las precandidaturas presidenciales del Partido Socialista, lo que le agrega relevancia.

El punto de partida y principal aporte del libro es la constatación de que la economía neoclásica había eliminado el poder, elemento teórico central en que se sustentaba la dialéctica política y el pensamiento crítico diluyéndose la importancia de las organizaciones humanas, de los colectivos y, por ende, de la política con todas sus subjetividades y complejidades. No obstante, al encuadrarse el análisis en el marco del individualismo metodológico, el problema del poder y de lo político vuelve a diluirse, transformándose el conflicto social en una disputa abstracta entre ganadores y perdedores; la idea de la superación del capitalismo en un problema de microexperimentación social desdibujÁndose así los principales escenarios de la transformación social, el ámbito laboral, el debate ideológico y la lucha política general.

La desaparición del poder del análisis económico

El poder no había desaparecido en la economía clásica. Según Landerretche, David Ricardo había desarrollado el concepto de renta entendido como renta excesiva (p. 45), donde, a su vez, “excesivo” se entendía como el ingreso superior al uso alternativo de los recursos involucrados, lo que relevaba la importancia del poder de negociación. La valoración de esta visión lleva a Landerretche a proponer complementar la definición tradicional de la economía como preocupada de la escasez y sus efectos sobre la producción, distribución y consumo de bienes y servicios con la afirmación de que incluye, también, el estudio de la producción, reproducción y distribución del poder (p. 46).

Clave, según Landerretche, en la desaparición del problema del poder en la teoría económica es la hipótesis de los mercados eficientes, la cual al sostener la imposibilidad del arbitraje y el logro de ganancias extraordinarias en un mercado, debido a que los precios de equilibrio, refleja toda la información relevante, conduce a un mundo de mercados perfectos donde las rentas no sobreviven o son efímeras (p. 51). Una segunda línea de reflexión del autor es la referente al “homo economicus” como elemento metodológico central del análisis neoclásico. Landerretche se distancia de ese enfoque al sostener que hay demasiados elementos no económicos: en cada organización colectiva están presentes el intercambio, la renta y el poder, pero también el amor y la solidaridad.

Coincido con Landerretche respecto de la desaparición del poder en la teoría económica, aunque yo diría que lo que ha desaparecido del análisis económico es más, en general, lo político. Considero, sin embargo, que ello viene de mucho antes de la hipótesis de los mercados eficientes. Encuentra sus orígenes en la llamada síntesis keynesiana que “depura” el análisis de Keynes de los elementos políticos y de lo que él llamó “los espíritus animales” que ponía en cuestión el aislamiento de lo económico de las otras ciencias sociales. Continúa con la escuela de la Public Choice que, aunque introduce el problema del poder y los intereses en el Estado, sostiene que es solo la intervención del Estado en la economía lo que “contamina” con la política el libre funcionamiento de los mercados.

Asociado con esta última corriente, es crucial el rol de Milton Friedman en la difusión de esta perspectiva. Culmina la despolitización del análisis económico con los teóricos de las expectativas racionales, en cuyo marco surge la hipótesis de los mercados eficientes. No deja de llamar la atención que Landerretche no mencione, sino una vez, a Friedman (solo para coincidir con él respecto de que no existen almuerzos gratis, p. 218) y no considere relevante debatir con las principales figuras del pensamiento neoliberal.

El autor cree que desarrollos recientes en teoría económica permiten recuperar el problema del poder. Muestra que ello ya lo había hecho Keynes al asignar al Estado la responsabilidad de la regulación de los equilibrios generales de la economía, creando de paso la macroeconomía.

La crítica del capitalismo

Por otra parte, el autor busca reconstruir la crítica del capitalismo. Dice coincidir con Marx en que “es la acumulación y concentración de poder económico lo que permite el avance y progreso productivo, pero esa misma concentración es la que genera desigualdad” (p. 126). Para Landerretche, el esfuerzo del marxismo consistió en mantener la concentración del poderío económico y los recursos para hacer viable el crecimiento de la productividad, pero sin que esa concentración produjera alienación, explotación y desigualdad. Para lo primero impulsó la propiedad estatal de todo el capital, lo que fracasó, pues ella genera problemas con los incentivos para innovación; para lo segundo, la dictadura del proletariado (p. 133). Esta última es para Landerretche “el error teórico y político más grande cometido por la izquierda”.

Es difícil coincidir con la mirada del autor. Para Marx el capitalismo genera el desarrollo potente de las fuerzas productivas, pero también insiste en que genera crisis que traen consigo una gran destrucción de la riqueza producida. No coincidiría, por tanto, con Landerretche respecto de que el único problema del capitalismo es que genera desigualdad. Mirado desde la actualidad, la visión positiva de Landerretche respecto de las capacidades creativas del capitalismo no se condicen con la destrucción de capital que han traído consigo, las grandes crisis como la de 1929 y la de 2008, que todavía nos afecta, o las más pequeñas pero que afectan gravemente el crecimiento y el desarrollo económicos.

El estancamiento que vive Japón desde los 90 es una expresión de ello. Todo esto sin siquiera mencionar las tensiones entre el crecimiento y la protección del medioambiente. Del mismo modo, la propiedad estatal de todos los medios de producción no genera solo, ni principalmente, un problema para la innovación; es también una amenaza para la libertad negativa, y por esa vía para la libertad positiva. Y por cierto, la dictadura del proletariado en el socialismo realmente existente no fue solo un error sino que una tragedia.

Sin embargo, mi principal discrepancia con el autor radica en que la contraposición genérica entre capitalismo y socialismo deja fuera un hecho esencial: la profunda modificación del capitalismo que protagonizó la socialdemocracia y el movimiento sindical al luchar a favor de que, desde el Estado, se construyeran condiciones para el control político del capital, de generar una mayor simetría entre trabajadores y empresarios y de desarrollar el Estado de bienestar, lo que no solo liberó a la mayoría de la población de los males de la cesantía, la salud y la indignidad en la vejez sino que fortaleció la capacidad de negociación de los grupos distintos al empresariado. Todo esto, si bien es mencionado por el autor en otras partes del texto, no es recogido en su argumentación central.

Desde el punto de vista teórico-metodológico, el libro se mantiene en los marcos del individualismo metodológico y de la visión de la economía como separada de las otras ciencias sociales. En relación con lo primero, si bien llama la atención sobre la naturaleza social y humana de la disciplina, su punto de partida es que la unidad básica con que trata es el ser humano. Siguiendo a Bowles, se distancia de una visión extrema del “homo economicus” al resaltar la importancia de las llamadas preferencias sociales que incluyen el altruismo, la reciprocidad y la aversión a la desigualdad, afirmando que el “homo economicus” aparece como simplista y poco realista. Aunque la mediación analítica no resulta clara, Landerretche deduce de lo indicado que ello revaloriza el rol de la organización social, la política y el poder en la solución de problemas de coordinación social, donde falla el mercado (p. 173).

En el contexto del individualismo metodológico se distancia de la idea del capitalismo como causa y mecanismo de profundización de la desigualdad para reconstruir el sistema de causalidades a partir del miedo (cemento del orden social) que designa como aversión al riesgo (lo pobres tienen mayor aversión al riesgo que los ricos y, por tanto, no pueden aprovechar las oportunidades), del problema de delegación (agencia) que lleva a la asignación por parte de los pobres de discrecionalidad, “esto es entrega del poder sin saberlo” a los más poderosos (p. 190 – 191). En este contexto, el autor introduce las políticas públicas como instrumentos correctivos, valorando la teoría de juegos y el dilema del prisionero como instrumentos analíticos que permiten entender y valorar la acción cooperativa entre los individuos y concluir en la importancia de las políticas públicas para fomentar relaciones cooperativas y de largo plazo entre los individuos.

La visión del socialismo y el desdibujamiento de los desafíos políticos de la izquierda

En este contexto, se explicita la visión del autor respecto del socialismo: “Ámbitos de decisión económica que son, en lo fundamental, determinados y gobernados desde espacios sociales” o, dicho de otra manera, la renuncia “a una ganancia personal con el objeto de producir un beneficio social acordado explícita o tácitamente con la comunidad a la que pertenece es, en sí mismo, socialismo” (p. 202). En este contexto, la factibilidad de lo comunitario (que el autor utiliza como sinónimo de socialismo) dependerá de la fuerza relativa entre el “homo economicus” que habita en las personas y las estructuras culturales cooperativas y los colectivos de raíz cultural, “materias de otras ciencias sociales”, según el autor. Sobre esta base introduce lo que él denomina la trilogía revolucionaria, esto es, los ideales de la revolución francesa, libertad, igualdad y fraternidad, los cuales son analizados a partir de los “aprendizajes que nos ha dejado la nueva economía” (p. 213).

Respecto de la libertad, el autor llama la atención sobre el famoso discurso de Franklin Delano Roosevelt de 1941 sobre las cuatro libertades, de expresión, de culto, del hambre y del miedo. En tal sentido recoge la versión estadounidense del Estado democrático y de bienestar, pero que representa justamente los cambios que la socialdemocracia, el movimiento sindical y, en menor medida, el socialcristianismo introdujeron en el capitalismo.

Para Landerretche esos procesos sociales y políticos se traducen en una postura, que es a la que adhiere el autor, según la cual “las libertades que hacen posible la vida en sociedad son resultado directo de un proceso de especialización, intercambio e interdependencia que debe ser mantenido a través de un proceso de desarrollo económico, institucional y político” (p. 220). Aunque luego señala que este proceso es inconcebible sin espacios sociales comunitarios, lo cierto es que transforma la historia de las luchas por el cambio social en una sucesión tecnocrática de políticas públicas. Esta perspectiva aparece también, claramente, al describir lo que el autor denomina los eventos clásicos del capitalismo (pp. 291 – 292).

No existen en esa descripción ni los trabajadores que sabotearon las primeras máquinas, ni el movimiento sindical ni la lucha por los derechos políticos. Solo existen los genéricos “ganadores y perdedores” (p. 293). En este contexto, no descarta arribar a la convicción de que el sindicato no es el espacio de creación del socialismo y que la naturaleza de la organización contemporánea y el rol de la tecnología que subyace hagan imposible que el sindicato vuelva a ser lo que fue (p. 306).

Más adelante, retoma el tema y señala que “quizás” el capitalismo con la ayuda de la democracia liberal ha convergido en un conjunto de instituciones que actúan como administradoras de emancipaciones reguladas (p. 262), resultado de abstractos siglos de conflictos. De una manera similar el autor llama la atención sobre la amenaza que ejercen las grandes corporaciones sobre las libertades individuales (p. 271). El problema es que, en la normalidad de nuestras sociedades, las amenazas a la libertad aparecen junto a las vivencias cotidianas que resultan de la tremenda asimetría en las relaciones entre trabajadores y empleadores, de la concentración económica extrema que ha alcanzado la sociedad capitalista, de la desigualdad de ingresos y en los principales ámbitos de la vida social.

Estos temas aparecen solo puntualmente en el relato del libro. Los problemas políticos involucrados, su conceptualización ideológica, las crudas luchas entre intereses se reducen al deber ético de los privilegiados de usar lo que se les ha dado a fin de acabar con los mecanismos de la ventaja y el privilegio (pp. 287 – 288). No tomar en cuenta estos elementos, induce a la idea de que el sindicato no tiene ya rol en la organización económica contemporánea.

La falta de atención al nuevo capitalismo, lleva al autor primero a no valorar lo necesario el aporte del movimiento socialista al cambio del capitalismo y, por tanto, a no dar cuenta que el problema de la socialdemocracia, a partir de la segunda mitad de la década de los 90 del siglo pasado, fue que no logró reinventarse luego de los cambios introducidos por el neoliberalismo. Por otra parte, la falta de análisis de los cambios del capitalismo, lo lleva a construir una presunta alternativa al capitalismo, a partir de la experimentación microsocial y buenas políticas públicas. De esa forma, la tarea de los socialistas, según Landerretche, debería concentrarse en pensar cómo se fomentan desde el Estado los espacios educativos que se constituyen como comunidades o colectivos (p. 350), cómo se promueve una cultura de estándares que vuelva menos necesaria o incluso irrelevante en la empresa una estructura productiva contractual y de supervisión (p. 366) y cómo en el campo de la innovación se fomentan comunidades creativas (p. 375).

Todos estos temas son relevantes para mejorar nuestras capacidades como sociedad. No obstante, no aluden a los problemas políticos que enfrenta la izquierda y el movimiento social cuando se enfrenta la distribución primaria del ingreso y el fortalecimiento de las organizaciones sindicales; el conflicto en torno a las fuentes y magnitudes del financiamiento de los bienes públicos, cada vez más demandantes; la gobernanza del cambio tecnológico y la creciente robotización de la economía; las tensiones entre crecimiento económico y medio ambiente y la confrontación entre un sistema de seguridad social basado en derechos universales y la mercantilización de la educación, la previsión y la salud. Del mismo modo, los temas relacionados con la superación de la crisis de la democracia representativa, el populismo nacionalista, esto es, las grandes amenazas actuales al “vivir juntos” apenas aparecen en la temática del libro.

Publicidad

Tendencias