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Empresario multimillonario anclado en el cemento tiene su corazón puesto en los vinos de Argentina y la Cordillera


Thomas Schmidheiny heredó de su padre una cementera que se convertirá en la más grande del mundo. Sin embargo, lo que verdaderamente entusiasma al multimillonario suizo es una actividad secundaria de elaboración de vino con ventas de alrededor de un 0,1 por ciento de los ingresos del cemento.

“Si pudiera tener una segunda vida, sería productor de vino”, dijo Schmidheiny mientras tomaba café en Heerbrugg, su viña de 12 acres (4,8 hectáreas) que se extiende sobre las verdes colinas que flanquean el Rin, donde Suiza limita con Austria.

Schmidheiny, de 68 años, se incorporó a la empresa familiar en una subsidiaria mexicana en 1970, se convirtió en máximo responsable ejecutivo de Holcim Ltd. en 1978 y heredó la participación de su padre en la compañía en 1984.

Desde entonces, ha hecho de Holcim, de la que es el mayor inversor, un líder mundial, aumentando su fortuna a US$6.800 millones. El mes pasado, Holcim y Lafarge SA anunciaron una fusión que crearía la cementera Nº 1 del mundo, con ventas de US$44.000 millones.

Schmidheiny ha obrado la misma magia en sus viñedos, aunque en una escala mucho menor. Con las ganancias obtenidas con el cemento, la cuarta persona más rica de Suiza creó una empresa vitivinícola que abarca cuatro continentes. Y, aunque el vino es su pasión, siempre ha sido un empresario con poco interés en dirigir una compañía a pérdida. “Mi filosofía es que las inversiones que hacemos tienen que ser rentables”, dijo Schmidheiny. “Tenemos muy pocas que no sean rentables a largo plazo, y lo mismo ocurre con el vino”.

Cheval Blanc

Como ventaja adicional, los viñedos lo ayudaron a forjar relaciones con los ejecutivos que tomaron parte en la fusión de las cementeras: Albert Frere, el mayor accionista de Lafarge, es uno de los dueños de Cheval Blanc, un afamado viñedo de la región de Saint-Emilion en Burdeos. Y Wolfgang Reitzle, presidente de Holcim que supervisará la fusión, produce vino en la Toscana.

La familia de Schmidheiny tiene una trayectoria tan larga en el vino como en el cemento. Su abuelo fundó una cooperativa de viticultores y su padre empezó a elaborar vino en la propiedad familiar de Heerbrugg, donde Schmidheiny recuerda cómo llegaban las uvas cuando era niño. “Crecí con el viñedo,” comentó Schmidheiny durante un recorrido por la finca donde se levanta la casa blanca de tres pisos en que nació y donde las cabezas de los ciervos que cazó su padre siguen colgadas sobre la entrada.

En 1979, la madre de Schmidheiny le sugirió invertir en la elaboración de vinos en el exterior, y la familia compró el viñedo de Cuvaison en Napa Valley, California. La familia más tarde adquirió Brandlin, un viñedo en el cercano Mount Veeder conocido por sus vigorosos cabernets. Las bodegas produjeron US$11 millones en ventas el año pasado, con la ayuda de las etiquetas de lujo.

Viaje en moto

Schmidheiny habla con el mayor entusiasmo de sus viñedos en Argentina. En un recorrido por América del Sur hace quince años, viajó de Chile a Argentina en moto y se enamoró de las estribaciones de los Andes que rodean Mendoza, la principal región vitivinícola de Argentina. Le dijo a la firma familiar que comprara tierras –una parcela desnuda en la ladera de una colina a la que llamó Decero-. “Es el único lugar que conozco donde uno es el dueño absoluto de su destino”, expresó sobre el viñedo.

La primera cosecha –tintos elaborados con la uva malbec típica de Argentina y con cabernet sauvignon- llegó al mercado en 2008. El año pasado vendió 26.500 cajas por unos US$2 millones, y Schmidheiny dice que el emprendimiento “parece bastante prometedor”.

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