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Leonid Bershidsky: La victoria futbolística es un símbolo del renacimiento alemán

Leonid Bershidsky: La victoria futbolística es un símbolo del renacimiento alemán


“Welmeister Deutschland! Jaaaaaaaaa!”, se lee en la tapa celebratoria del diario más popular de Alemania, el Bild. Alemania ganó el Mundial de Fútbol y la victoria es un símbolo de la reanimación del país.

La última vez que Alemania ganó el Mundial fue en 1990, cuando también jugó contra Argentina por el título. Aquel partido fue complicado, la primera final del torneo mundial en que se expulsó a un jugador (a dos, en realidad). Como en esta ocasión, Alemania ganó 1 a 0.

El torneo de 1990 fue el último en que la selección alemana jugó como Alemania Federal: el Muro de Berlín ya había caído, pero el país tenía por delante un largo camino hacia la reunificación, para lo que enfrentaba la oposición de algunos de sus vecinos. A todos los fines prácticos, el proceso culminó apenas el año pasado, cuando por fin se equilibró la migración este-oeste.

La Alemania del canciller Helmut Kohl de la década de 1990 era un país de esperanza y prudencia. El principal objetivo del gobierno era volver a unir el país, y eso suponía calmar los persistentes temores a una Alemania demasiado poderosa. Las suturas ya casi han desaparecido, y Prenzlauer Berg, el distrito de Berlín donde alguna vez la canciller Angela Merkel vivió con modestia como académica alemana oriental, es ahora una zona próspera con tiendas elegantes y alquileres caros.

La Alemania de Merkel no se disculpa por el pasado ni el futuro: las disculpas ya se han presentado. Es el país más populoso de la Unión Europea –más de 80 millones de habitantes-, el mayor contribuyente neto al presupuesto de la UE (US$19.000 millones en 2012, el último año del que hay datos disponibles) y el segundo mayor contribuyente a la OTAN, dado que aporta el 14,5 por ciento del presupuesto de la alianza, en comparación con 21,7 por ciento de los Estados Unidos. Alemania es también la cuarta economía más grande del mundo y, según un reciente informe de la firma consultora de administración McKinsey, el país más conectado, tanto en términos de flujos comerciales como de finanzas, personas y datos.

Alemania lo tiene todo, desde empresas industriales familiares a la vieja usanza, como Bayerische Motoren Werke AG, hasta una emocionante actividad de emprendimientos (SoundCloud tiene sede en Berlín). A diferencia de algunas otras economías europeas, también tiene un crecimiento que no es un accidente estadístico sino que se basa en producir cosas que gente de todo el mundo quiere comprar. No es extraño que pudiera financiar los rescates que siguieron a la crisis de deuda europea. Por otra parte, no ha vacilado en reclamar a cambio el papel central de la UE mientras se lamentaba por la responsabilidad adicional.

Es Berlín, no Bruselas, la verdadera capital política del bloque: el presidente de los Estados Unidos Barack Obama se reunió con Merkel en Alemania en dos ocasiones en su primer año en el cargo (además de visitar Berlín durante su campaña electoral). Postergó su primera visita a la capital belga hasta este año. Es Merkel quien ha asumido el papel de principal negociadora occidental con un presidente ruso cada vez más hostil, Vladimir Putin, y no sólo porque ambos hablan la lengua del otro, sino debido a su implícito liderazgo en Europa.

La UE no hace ninguna designación importante sin la aprobación de Merkel, que dio la impresión de ceder a un mal político inevitable cuando dio su respaldo a la nominación de Jean-Claude Juncker al frente de la Comisión Europea, pero podría haberla bloqueado de haberlo querido. Por otra parte, la influencia alemana en las instituciones de la UE no hará sino aumentar. A partir de noviembre, la importante tarea de supervisar los grandes bancos europeos se llevará a cabo desde Fráncfort, donde tiene sede el Banco Central Europeo, y si bien el Mecanismo Único de Supervisión tiene a su frente a una francesa, Danièle Nouy, su vice, Sabine Lautenschlaeger, es alemana.

Los alemanes son meticulosos para la mayor parte de las cosas, por lo que tienen un programa de capacitación para burócratas que quieren acceder a puestos de la UE. Así fue también como ganaron el Mundial de Fútbol, con la paciente creación de un sistema de dirección y entrenamiento que finalmente rindió frutos. La victoria del domingo contra los decididos argentinos fue una belleza en la cual el experimentado Miroslav Klose se disculpó ante los rivales por faltas accidentales, el joven mediocampo alemán desarrolló un excelente trabajo de pases y el poderoso Bastian Schweinsteiger luchó como un gladiador. Fue Mario Goetze, de 22 años, el que anotó el impecable gol que llevó a su equipo a la victoria. Alemania merecía ganar: controló la pelota el 60 por ciento del tiempo y siete de cada 10 de sus tiros apuntaron al gol, en comparación con dos de cada 10 de Argentina.

Entre las estrellas de la selección alemana de fútbol hay jugadores de Polonia, Ghana y Turquía, así como otros de ascendencia árabe, pero todos cantaron el himno nacional con entusiasmo antes del partido. La noche del domingo en las calles de Berlín, personas de diversas etnias lanzaron fuegos artificiales, bailaron y brindaron con cerveza para celebrar su victoria futbolística, pero tal vez también algo más importante: un orgullo nuevo y en absoluto amenazador, y la seguridad que ahora Alemania se permite sentir de ser, volver a ser por fin un país fuerte. La traducción literal de Weltmeister –campeón del mundo– es amo del mundo.

(Leonid Bershidsky es un columnista de Bloomberg Views basado en Berlin)

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