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Opinión: Referéndum en Escocia: la búsqueda de un cambio


Al principio del siglo XIX, el día 18 de septiembre, como bien se sabe, se inició el proceso que culminó, ocho años más tarde, con la firma del Acta de Independencia de Chile. Más de dos siglos después, la historia podría estar a punto de repetirse, pero ahora en el Viejo Continente. Este miércoles los cinco millones de habitantes de la pequeña nación de Escocia sentirán los ojos del mundo clavados en ellos a la espera del resultado del referéndum que determinará el futuro del actual Reino Unido.

El Acto de Unión entre los reinos de Inglaterra y Escocia data de más de trescientos años y tuvo de trasfondo las rebeliones jacobinas y el desastroso intento por parte de los escoceses de establecer una colonia en Panamá, proyecto que dejó al país en bancarrota. A pesar del resentimiento popular de que Escocia, como escribió en ese entonces el poeta nacional Robert Burns, «fue comprado y vendido por oro inglés», la unión facilitó a los escoceses el acceso a los mercados del Imperio Británico, dando lugar a un largo periodo de prosperidad en que su ciudad capital, Edimburgo, ganaría el apodo del “Atenas del Norte”, mientras su hermana industrial, Glasgow, sería nombrada la segunda más importante del imperio.

Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XX, impulsada por el rechazo del Estado de bienestar y los programas de privatización que caracterizaron a su mandato, la elección de Margaret Thatcher marcó el inicio de un proceso en que las culturas políticas de los dos países vecinos comenzaron a divergir. Este fenómeno creó el contexto para un resurgimiento de las demandas por una autonomía por parte de Escocia, las cuales culminaron con el restablecimiento de un nuevo Parlamento Escocés en 1999, con la devolución de poderes fundamentales como la salud y la educación.

Fue en este contexto que el Partido Nacional de Escocia (SNP) ganó una inesperada mayoría en las elecciones del 2011, con un compromiso de llevar a cabo un referéndum sobre la independencia del país. Si bien al comienzo del 2013 el apoyo para la unión gozaba de una fuerte ventaja en los sondeos, el movimiento independentista, con su fuerte campaña de base, ha ido cerrando esta brecha hasta tomar la delantera por primera vez la semana pasada, con una ventaja de dos puntos porcentuales. Fue un llamado de atención, apuntando a la incertidumbre de un resultado que sigue a filo de cuchillo a pocos días de la votación.

Los temas que en gran parte han dominado el debate en torno al futuro de una Escocia independiente han sido económicos. Uno de los principales es el problema de cuál moneda usaría el país. A pesar de que los tres partidos principales del Parlamento Británico han cerrado filas para rechazar la idea, los independentistas han insistido en que Escocia seguirá usando la libra esterlina, si bien presionando por una unión monetaria con lo que queda del Reino Unido o, si no, con lo que se ha dado en llamar “esterlinización”, un arreglo en que el país utilizaría la libra unilateralmente de la misma manera que países como Ecuador y Panamá usan el dólar. Sin embargo, esta estrategia de los unionistas –cuya campaña ha sido caracterizada más por su negatividad que por su visión de un futuro compartido–, de descartar la idea de compartir la libra, ha sido rechazada en gran parte por los escoceses por ser una bravata.

Otro tema que ha jugado un rol fundamental en el debate es el petróleo. Escocia goza de grandes yacimientos del oro negro bajo el Mar del Norte, los cuales, desde corto a mediano plazo, representarían la piedra angular de la economía del país y, por consiguiente, parte importante de su PIB. Sin embargo, las estimaciones de la cantidad de petróleo que queda por extraer varían entre una conservadora cifra de 15 millones de barriles, citado por los unionistas, y la más optimista de 24 millones, preferido por los independentistas.

Por último, un tercer tema que ha marcado el debate es la posición que ocuparía una Escocia soberana dentro de la Unión Europea (UE). El peligro de que el país pudiera quedar fuera de la agrupación y encontrarse obligado a comenzar el proceso de adhesión desde cero, ha sido moderado por el auge del nacionalismo inglés. En las elecciones parlamentarias de Europa, en mayo pasado, el Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP), que se encuentra presionando para un referéndum que sacaría a los británicos de la UE, ganó la mayoría de los escaños que representan a Inglaterra. Así es que después de haber escuchado a los unionistas resaltar el peligro de que esta Escocia quedara fuera de Europa, los independentistas se han aprovechado de la ironía de que, quizás, la única manera de asegurar que su país siga siendo parte de la UE sería votar sí a la independencia.

Entrando en los últimos días de la campaña, no es que solamente no se pueda predecir el resultado sino nadie sabe realmente cómo el Reino Unido va a reaccionar tanto en el caso de un Sí como en el caso de un No. Si bien este proceso ha rejuvenecido la vida política en Escocia de una manera que no se ha visto en décadas, el derrocamiento de la ventaja gozada por los unionistas durante el último año ha servido para despertar al establecimiento británico a la realidad de que las cosas no pueden mantener el statu quo.

Con el apoyo para la unión pendiendo de un hilo, la única manera de rescatarlo sería encontrar una manera más equitativa para distribuir los poderes y la riqueza entre sus partes constituyentes, algo que conlleva de forma inevitable al acercamiento a una estructura constitucional más federal. Así es que es más que coincidencia que, después del sondeo otorgando la ventaja a los independentistas la semana pasada, los tres partidos principales del Parlamento Británico hayan unido fuerzas con promesas de expeditar la devolución de nuevos poderes al Parlamento Escocés en el caso de un No. Pero, como ya han dicho algunos, quizás es un caso de demasiado poco, demasiado tarde. Quizás ya se les ha ido la oportunidad.

James Kelly

Traductor y columnista escocés, que durante los últimos ocho años ha vivido entre Chile y Escocia. Ha escrito para varias revistas políticas y culturales en el Reino Unido y es editor del blog cultural escocés The Radgeworks. El año pasado volvió a su país para terminar sus estudios doctorales sobre traducción en la Universidad de Edimburgo, los cuales se enfocan en la traducción de literatura chilena.

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