Ha sido el tema obligado en las filas del Gobierno desde diciembre del año pasado, es lo que ha tenido en compás de espera a las huestes gubernamentales a todo nivel y la definición pendiente que se señala como responsable –agregan al unísono en todas las reparticiones– de la paralización del Ejecutivo en distintas áreas. Así y todo, nadie sabía. La Presidenta Michelle Bachelet sacó un as de la manga y se jugó una carta clave para mostrar e imponer liderazgo: sorprendió anoche a casi toda su administración al asegurar que le había pedido la renuncia a todo su gabinete y que en un plazo de 72 horas haría un ajuste en su equipo ministerial.
“He considerado hacer una evaluación de gestión y cuál será equipo que me acompañará en un nuevo ciclo (…) este es el momento para hacer un cambio de gabinete (…) hace unas horas les pedí la renuncia a todos los ministros. Me voy a tomar 72 horas para tomar la decisión de quiénes se quedan y quiénes se van”, sentenció tajante Bachelet durante una entrevista anoche con Mario Kreutzberger en Canal 13.
Una instancia poco tradicional para hacer anuncios de este tipo, como la misma Presidenta dijo más de una vez, pero que –según explicaron desde La Moneda– responde a un nuevo diseño que se ha venido implementando, que busca dar vuelta la página a la lógica del secretismo que imperó siempre en el bacheletismo.
En Palacio explicaron que parte de este diseño busca utilizar instancias importantes para comunicar “temas relevantes de frente al país” y, en ese sentido, sacan a colación el golpe a la mesa que ya hizo la semana pasada Bachelet, cuando en la cadena nacional para informar las medidas de la agenda de probidad que recogería del informe Engel, anunció además el inicio del proceso constituyente para septiembre. Lo mismo sucedió cuando desayunó con los corresponsales extranjeros, a través de quienes zanjó y terminó con los rumores de una eventual renuncia y, luego, con la prensa acreditada en La Moneda, donde le cerró la puerta a considerar llamar a la vieja guardia de la Concertación para formar parte de su Gobierno, un mensaje que tenía –aseguran– nombre y apellido: José Miguel Insulza.
Pero la jugada no solo responde a esta estrategia, sino que apuntó por sobre todas las cosas –recalcaron en Palacio– a dar una prueba clara y directa del liderazgo real de la Presidenta, el cual, después del caso Caval, se puso en duda por un par de meses. Una forma de decir –agregaron– que “no le va a temblar la mano”, que se quiere cerrar este capítulo completo antes del 21 de mayo, para marcar un punto de inflexión.
Dicen en La Moneda que desde el lunes Bachelet ya se había hecho a la idea de que no se podía dilatar más el cambio de gabinete y que, por lo tanto, el momento elegido no fue casual, considerando ayer que la encuesta Adimark arrojó cifras devastadoras para el Gobierno: solo un 31% de apoyo a la Mandataria, un 64% de rechazo, el gabinete con un respaldo del 26% y el ministro del Interior, Rodrigo Peñailillo, que registra una caída de siete puntos solo en abril y de 14 desde enero a la fecha.
En La Moneda afirmaban que sabían que las cifras de los sondeos venían malas, que estaban preparados para recibir el golpe, no era casual que se dijera entre lunes y martes que “ya tocamos fondo”, casi como poniéndose el parche antes de la herida. Cabe precisar que el trago amargo de la Adimark hoy se va a multiplicar, porque antes del mediodía se darán a conocer los resultados de la encuesta CEP, que se auguran igual de demoledores, aunque con el golpe de timón que dio anoche la Presidenta se anticiparon al impacto que pueda generar.
Temporada de rumores
Durante todo el día ayer en el Gobierno se reconocía que el elástico del cambio de gabinete no resistía más. El ajuste de ministros fue tema obligado a todo nivel y se coincidía en que la situación estaba agudizada por la debilidad política que afecta a Peñailillo por su errático manejo del caso de las boletas y los informes que elaboró para el operador Giorgio Martelli. La polémica ha minado su credibilidad en momentos en que La Moneda necesita un conductor político sólido, que lleve adelante la agenda de probidad, como el resto de las reformas del programa gubernamental.
Las versiones adquirieron mayor fuerza cuando nuevamente le estalló otra bomba al ministro del Interior. En The Clinic Online se publicó que el secretario de Estado, cuando estaba en plena campaña de Bachelet, dedicado exclusivamente a dichas funciones en el comando de Tegualda, no solo recibió una remuneración por dicha tarea, a través de la administradora Somae, sino que en paralelo facturó boletas por 2 millones 500 mil pesos durante septiembre, octubre y noviembre del 2013 a la empresa de Harold Correa –PPD, miembro de su círculo político la G90 y hoy jefe de gabinete del ministro de Educación, Nicolás Eyzaguirre– y su socio Alex Matute.
Con este escenario, ayer en el Gobierno y en Palacio se hablaba de un problema de legitimidad de Peñailillo, que “la situación no resiste más” y que el principal pecado del ministro del Interior –coinciden sus críticos– ha sido que “ha tratado de salvarse solo”, en vez de aplicar una mirada colectiva, de privilegiar al Gobierno y el proyecto. No solo eso, el problema es que su situación personal ha terminado boicoteando los intentos de La Moneda para retomar el control real de la agenda con el programa de Gobierno.
Durante la entrevista de anoche en Canal 13, Bachelet lo dejó claro. Al referirse puntualmente a las boletas del ministro Peñailillo y el impacto de esto en la necesidad de cambiar el gabinete, la Mandataria no puso las manos al fuego por quien ha sido señalado como su hijo político, su delfín, pero, además, como quien encarna la apuesta por la renovación de la política que hizo la propia Presidenta al ponerlo en la cartera de Interior. Al contrario, lo dejó en una situación al menos ambigua, porque dijo que le tenía cariño a Peñailillo, como a todos los ministros, pero agregó que “quiero insistir en que he tomado una determinación más allá del ámbito personal, que este es el momento de hacer un cambio de gabinete”.
La permanencia de Peñailillo en Interior es el tema clave del ajuste ministerial, que debería ser una suerte de “cirugía mayor” del gabinete y, en ese contexto, son muchos en el oficialismo los que han pedido rediseñar el comité político completo, con un elenco que permita enfrentar y sortear el escenario de crisis, más allá de la salida de los ministros sectoriales que están mal evaluados.
Así, mientras ayer unos recalcaban que Peñailillo tiene la capacidad de aguantar la tormenta y que cuenta con el piso político de la Presidenta, citando como evidencia el despliegue mediático que hizo las últimas dos semanas para intentar reafirmar su papel en el Gobierno, otros ponían de relieve que el panorama está cambiando radicalmente demasiado rápido, que nada es seguro y que una prueba de ello fue la sorpresa mayúscula que se llevó casi toda la administración bacheletista con los anuncios de la Presidenta.
Nadie en el oficialismo se atreve realmente a pronosticar si Bachelet decidirá efectivamente sacar a Peñailillo del gabinete, mantenerlo donde está o enrocarlo a otro Ministerio. En Palacio dicen que ese es un tema que “solo lo saben los dos, Bachelet y el ministro” y que, además, es un tema que corresponde a “una conversación en proceso”, que aún no termina.
Hay una arista que complica aún más el puzle del Ejecutivo y es el nulo entendimiento que existe en el corazón de Palacio, en el seno del Ministerio del Interior, que ya llegó a un nivel insostenible, confiesan en el Gobierno. Peñailillo y el subsecretario del Interior, Mahmud Aleuy (PS), no se hablan hace más de quince días, desde antes del 26 de abril.
Es más, en Palacio confiesan que el ministro del Interior simplemente no le responde el teléfono a su subsecretario, lo que se suma al hecho –explican en La Moneda– de que resolvió dejarlo “sin espacio público y político”, por lo que se le ordenó no hacer actividades públicas ni se le incluye en actividades, aunque tengan relación con las materias propias de la Subsecretaría.
“La guerra está desatada”, afirmaron en La Moneda, a lo que otros agregaban que es cierto que Aleuy esta “relegado” y desde el PS cuestionan que Peñailillo esté tratando de “disminuir” al subsecretario socialista.
Si bien la relación de ambos nunca fue de amistad, habían logrado trabajar de manera más fluida y coordinada que sus propios equipos, donde se instalaron y comenzaron las desconfianzas. Pero lo que desató el quiebre fue la interna del PS y la creencia del entorno de Peñailillo de que el subsecretario era parte de una conspiración para sacarlo del cargo.
La sangre llegó al río la semana pasada. El ministro del Interior dio una entrevista a La Segunda el jueves 30 de abril, donde habló de su relación con Aleuy, lo que cayó como bomba en el patio de Los Canelos.
Peñailillo dijo que “cada quien en su trabajo, él (Aleuy) en temas de seguridad y coordinación de emergencias”, a lo que agregó que no corresponde que el subsecretario hable de materias políticas. En La Moneda reconocieron que efectivamente con eso buscó separar aguas, pero la jugada solo contribuyó a ensuciar más el ambiente interno, porque sus palabras no pasaron inadvertidas. Dicen que tienen muy molesto al subsecretario y que generaron llamadas telefónicas de diversos parlamentarios para apoyarlo por un hecho que se vio y leyó como un “basureo” público, al delimitarle por la prensa lo que puede y no puede hacer.
Este es sin duda uno de los puntos más delicados y difíciles que deberá resolver la Presidenta.
En el Gobierno dudan que este proceso de ajuste que anoche inició la Presidenta resista las 72 horas que se autoimpuso, porque es tal el nivel de especulaciones, de rumores, de versiones interesadas sobre la salida o llegada de uno u otro personaje que se desató inmediatamente, que los cálculos apuntan a un desenlace rápido, antes del sábado en la noche, para terminar con la incertidumbre y lograr el objetivo que busca la Mandataria: dar vuelta la página y empezar una nueva etapa.