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Opinión: Chile, las elecciones y sus retos a futuro


Los resultados de la primera ronda de elecciones presidenciales parecen augurar que la segunda ronda confirmará el retorno de Michele Bachelet a la Moneda a partir de marzo del 2014. De confirmarse su victoria, la Presidenta enfrentará a un Chile en efervescencia, con descontento y con mayores demandas sociales, un país con reclamos de mayor participación y acceso a los benefecios del crecimiento económico. Los retos para la próxima administración no sólo son en materia económica sino también de desarrollo social.

A pesar de haber logrado tasas de crecimiento económico cercanas al 6% en los pasados 3 años, el desconteto social y la efervescencia parecen haber aumentado, lo cual da evidencia de la insatisfacción de la sociedad chilena, sobre todo de las clases de menores ingresos y de los que enfrentan menores oportunidades, como es el caso de la juventud. Esto también es un indicativo de que el “crecimiento económico sólo es una condición necesaria, pero no suficiente para generar desarrollo”, para ello es necesario acompañar al crecimiento y a la estabilidad con políticas públicas de alto contenido social.

Chile ha probado por décadas que el crecimiento económico por si solo no genera progreso social, y ahí están las cifras duras de distribución del ingreso e inequidad. El país ha logrado uno de los mayores niveles de estabilidad en la región con sólidos fundamentos macroeconómicos gracias a décadas de disciplina y ajuste, corrección de desequilibrios e implementación de cambios estructurales. Pero el progreso social parece haberse quedado rezagado y la insatisfacción de la sociedad parece haberse acumulado. Por lo que la siguiente administración tendrá en el bienestar social uno de sus más grandes retos.

El país parece estar consciente de que sin reformas no se puede ir muy lejos, incluso se reconoce que para poder elevar la capacidad de crecimiento de la economía se necesitan más cambios estructurales que modernicen la infrastructura productiva del país. Bachelet ha planteado un programa que reconoce la necesidad de este cambio estructural. El mecanismo más sano y duradero para poner a Chile de regreso a la senda del crecimiento sostenido es a través de reformas, reformas y más reformas que fortalezcan las fuentes fundamentales del crecimiento permanente: ahorro e inversión, productividad y cambio tecnológico. Ya que el uso prolongado de políticas económicas expansivas sólo trae beneficios temporales y crecimientos interrumpidos e insostenibles a la larga.

En este sentido, es necesario que Chile profundice su cambio estructural, fortalezca la disciplina y, sobre todo, haga un uso eficiente de las políticas económicas. De hecho, la política económica debe ser un instrumento para moderar el ciclo económico, no para amplificarlo. Así, es necesario que la política económica en el país regrese a su estado neutral para permitirle a la economía crecer de acuerdo a su capacidad natural y no con estímulos transitorios y distorsionantes. Este ajuste de política efectivamente llevaría al país a crecer a su tasa potencial actual de 4% en los siguientes dos años, para después empezar a crecer a tasas más altas pero sostenidas, si –y sólo si– la nueva administración profundiza en el cambio estructural que permita elevar la capacidad productiva del país.

La prolongación de las políticas expansivas de los últimos años ha generado un desequilibrio creciente entre la demanda interna y la producción nacional, lo cual se ha expresado en una aceleración de las importaciones y consecuentemente en una mayor apertura de la brecha externa. Ciertamente, gracias al grado de apertura de la economía chilena, el exceso de demanda interna se ha satisfecho más con importaciones que con incrementos de precios, lo cual explica que la inflación se haya mantenido por abajo del objetivo de 3%. El crecimiento del PIB se ha moderado precisamente por la fuerte penetración de importaciones, no tanto por el aparente enfriamiento de la demanda interna, ya que la política económica lejos de haberse normalizado se ha flexibilizado aún más. Si bien es cierto que la demanda interna ha crecido a tasas anuales menores, el exceso de demanda interna no se ha reducido significativamente como proporción de la producción nacional, habiéndose mantenido en 4.4% del PIB en los primeros tres trimestres –el segundo más alto desde la recesión del 2009– contra un 4.9% del año pasado.

Es por ello que las próximas autoridades necesitan primero normalizar la política económica a su nivel neutral para desactivar la ampliación de desequilibrios que pudieran poner en riesgo la estabilidad ganada en tantos años de disciplina. Segundo, profundizar en las reformas para fortalecer la capacidad productiva del país y con ello generar crecimiento más alto y duradero. Tercero, empezar a devolverle a la sociedad chilena parte del bienestar perdido.

Alfredo Coutiño,
Director para América Latina,
Moody’s Analytics

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