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OpenAI y la gobernanza extraviada Opinión

OpenAI y la gobernanza extraviada

Susana Sierra
Por : Susana Sierra Ingeniera comercial. Socia y fundadora de BH Compliance.
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Según el informe Why Startups Fail: 2022, cerca del 90% de los emprendimientos está condenado a fracasar, principalmente por la falta de financiamiento, la fuerte competencia o problemas con el modelo de negocio planteado al inicio. Nada de eso le ocurrió a OpenAI, pero estuvo a punto de arriesgar.


La oportunidad no pudo ser peor. Justo cuando la empresa OpenAI se preparaba para celebrar el primer año del popular ChatGPT, encontró una manera de dispararse en el pie y arruinar la celebración. 

Hace 12 meses, el debut del chatbot de Inteligencia Artificial (IA) revolucionaba la agenda tecnológica a nivel mundial. Millones de personas cambiaron su forma de trabajar y de estudiar; la compañía basada en San Francisco se convirtió en el epicentro de un sinfín de eventos, lanzamientos y multimillonarias inversiones, y motivó sesudos debates sobre las implicancias que esto tendrá para el futuro de la humanidad. Todo ello encumbró meteóricamente la valorización de una compañía que hace menos de una década no existía.

Pero en lugar de que los titulares se multiplicaran por todo el mundo para homenajear a una tecnología que corrió el cerco de lo posible, lo hicieron por una razón muy distinta: Sam Altman, el padre de la creatura, CEO de OpenAI y el rostro más visible de la compañía, había sido despedido por la junta de directores, aludiendo a una “pérdida de confianza”. 

En un giro dramático propio de un guion de Hollywood, los hechos se fueron sucediendo con rapidez. Altman fue rápidamente contratado por Microsoft; casi la totalidad de los empleados de OpenAI amenazaron con renunciar masivamente si el defenestrado ejecutivo no era reintegrado; los inversionistas que han transferido miles de millones de dólares a la compañía presionaron para revertir la decisión; Altman regresó en gloria y majestad, y quienes lo habían despedido tuvieron que dar un paso al costado y fueron reemplazados por un nuevo directorio.

Todo en apenas cinco días. 

¿Cómo una de las empresas más exitosas y revolucionarias de los últimos años pudo protagonizar semejante bochorno? Es lo que pasa cuando falla la gobernanza. Aquel aspecto crítico que permite controlar y dirigir adecuadamente a las personas, las políticas y los procedimientos de una organización para alcanzar sus objetivos estratégicos. 

Según el informe Why Startups Fail: 2022, cerca del 90% de los emprendimientos está condenado a fracasar, principalmente por la falta de financiamiento, la fuerte competencia o problemas con el modelo de negocio planteado al inicio. Nada de eso le ocurrió a OpenAI, pero estuvo a punto de arriesgar su promisorio futuro por un episodio mal manejado. Un recordatorio contundente de cómo una buena gobernanza o una deficiente puede convertirse en el factor decisivo entre el éxito y el fracaso de una organización.

Aunque muchas veces se tiende a asimilar con el papel que cumplen los directores, la gobernanza va mucho más allá de estos. Por cierto, cualquier organización requiere contar con un directorio efectivo e idóneo, pero sumado a una serie de otros elementos clave. Por ejemplo, tener un sistema de compensaciones y remuneraciones que incentive el correcto desempeño de sus trabajadores; disponer de una adecuada gestión de riesgos y manejo de crisis; actuar en sintonía con los stakeholders para aumentar la confianza en la compañía, disminuyendo incertidumbres y mejorando la toma de decisiones, y promoviendo la ética y transparencia como factores esenciales del accionar de la empresa. 

Como vemos, varios de esos principios no se cumplieron en este caso, desvanecidos en el trasfondo de tensiones internas y una falta de alineación estratégica.

Aunque remover a un gerente general o CEO está entre las facultades de un directorio, hacerlo sin mayor razonamiento, con una deficiente comunicación interna y externa para explicar los fundamentos, sumado esto a un nulo tacto, lo único que logró en este caso fue que los empleados –el corazón de cualquier empresa– perdieran toda identificación y compromiso con esta. El marco organizativo que permitió tal decisión y la forma de materializarla es lo que falló. 

Altman –quedó claro– es un ejecutivo con un fuerte ascendente y liderazgo en sus subalternos. La rústica maniobra para sacarlo puso en riesgo la supervivencia misma de OpenAI al regalarle a Microsoft la posibilidad de contratarlo a él y a todo su equipo. De ser un socio capitalista, se le entregaba en bandeja de plata al gigante tecnológico la posibilidad de convertirse en directo competidor (y probablemente aniquilador) de la emergente compañía.   

Si la confianza es un activo frágil que puede perderse rápidamente, la falta de transparencia, canales de comunicación deficientes y decisiones estratégicas desalineadas dinamitaron en cosa de horas la confianza tanto interna como externa sobre el rumbo de OpenAI. Y ese clima de incertidumbre y desconfianza que se instaló terminó volviéndose rápidamente en contra de los propios directores.

La lección es clara: una buena gobernanza asegura que se tomen decisiones y se lleven a cabo operaciones de manera responsable, pensando en el largo plazo de la empresa.

Pero cuando está mal diseñada o no se respeta su cumplimiento, se pone en peligro no solo el éxito, sino la supervivencia de la compañía. 

En el mundo empresarial, como en el ajedrez, la gobernanza –la G de los criterios ESG– es la clave maestra que determina el destino de la reina y del rey, de la empresa y de sus líderes. Mientras Altman acaba de ser nombrado “Hombre del Año” por la revista Time, quienes lo despidieron ahora están buscando trabajo. 

El caso de OpenAI nos recuerda que, en el tablero empresarial, la ausencia de una buena gobernanza le significó a su junta directiva un jaque mate corporativo.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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