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Chile se ganó el respeto de todos

Chile se ganó el respeto de todos

El pentacampeón del mundo, con su esquema y su accionar, dejó en claro que los dichos de Dunga no eran para nada frase diplomática ni estratagema para endilgarle la responsabilidad al rival. El Scratch, como pocas veces, antes que tratar de imponer su juego entró a ver a qué proponía la Selección nacional. Frente al mejor adversario de todos, la Roja mostró sus credenciales de candidato para estar en Rusia 2018.


Fue un partido en general feo, pero que tuvo como colofón un hermoso resultado. Porque este Brasil de Dunga podrá estar a kilómetros de otros Scratchs, no cuenta con esos jugadores de talento inconmensurable que en su momento nos maravillaron, pero sigue siendo Brasil, que equivale a decir pentacampeón, fútbol de categoría y figuras.

Los tiempos, no cabe duda, en el fútbol al menos han cambiado y en lo que respecta a nosotros, para mejor. En otros planos, por cierto mucho más importantes y trascendentes, seguimos siendo un paisito chapucero. Al que se le caen puentes mientras otros no funcionan. El que destina el 10 por ciento de los ingresos del cobre a comprar armamento que nunca se va a utilizar. Ese que hace un censo que ni siquiera es capaz de decirnos cuántos chilenos somos. Ese que estúpidamente presume de “jaguar” en circunstancias que sus hospitales y sus escuelas públicas son un asco. Ese que, según todos, es uno de los menos corruptos del mundo, a pesar de contar con una clase dirigente y política que día a día hace los esfuerzos más denodados por desmentirlo.

En fútbol, sin embargo -¡vaya consuelo!- Chile ha alcanzado un status que por cierto no nos transforma en potencia mundial, pero al menos nos ha granjeado un respeto del que antes carecíamos por completo. Argentinos, brasileños y uruguayos, futbolísticamente hablando, antes venían a pasear y, de paso, a llevarse unos dólares. En otras palabras, cobraban y de paso nos goleaban. Si no nos miraban a la altura del fútbol de venezolanos, ecuatorianos y bolivianos, pasábamos raspando…

Esa situación, hoy, ha cambiado. Como tantas veces en la historia de nuestro fútbol, tuvieron que venir tipos de fuera a darnos el remezón para convencernos de que el jugador chileno tenía una técnica alabada a nivel interno, pero que no servía de nada a la hora de jugar en el intenso ritmo que exige el fútbol de alta competencia.

Porque, aunque a muchos de los entrenadores nacionales les moleste, fue Francisco Platko –un húngaro- el primero en producir, dirigiendo a Colo Colo, una revolución táctica (aquella famosa del “half” policía), que le significó al Cacique arrasar con cuanto equipo se le pusiera por delante. Porque luego vino Mirko Jozic –un croata- quien llevó al cuadro popular a alcanzar la única Copa Libertadores que pueden exhibir las vitrinas de su fútbol con su sistema de marcación personal y laterales volantes que, para muchos técnicos nacionales, “estaba pasado de moda”.

Porque tuvieron que llegar dos argentinos –primero Marcelo Bielsa, luego Jorge Sampaoli- para encontrar la mejor fórmula que le sacara el máximo de partido a una generación de futbolistas excepcionales que, más allá de todo lo que pueda argumentarse, ha tenido en otro tiempo otras generaciones tan brillantes como esta, aunque para unos y otros las oportunidades nunca fueron similares.

Fue sorprendente, en la fecha inaugural de las Clasificatorias hacia Rusia 2018, ver a un equipo brasileño tan timorato y contenido. Un cuadro que, más que jugar, salió a ver a qué jugaba Chile.

Respeto, que le llaman…

Frente a un Brasil sorprendentemente chato y sin luces, la Roja siempre mostró más atrevimiento y decisión. Notorio es que este equipo ya no marca la salida ni ahoga como en algún momento lo hizo. Está claro que el “morder” y el anticipo constante están mucho más dosificados. Pero igual se las arregla para cubrir espacios y neutralizar atacantes peligrosos, acaso porque existe la confianza que da un arquero sólido y el contar con un defensa que, como Gary Medel, es un verdadero “monstruo”.

Chile nunca se llevó por delante a Brasil (faltaba menos), pero lo tuvo siempre bien controlado. Y si no llegó a hacer más daño que el que a ratos sugería fue porque un hombre vital en otras oportunidades, como el “Mago” Valdivia, estuvo en un nivel muy lejano al de otros partidos en que sus pases y su inventiva única abrían igual sendas allí por donde no había caminos.

¡Qué mala fue esa primera etapa…! De escaso brillo y con una velocidad que, por momentos, llevaba a pensar que estábamos viendo un partido de la competencia interna, y no un duelo clasificatorio para una Copa del Mundo. Un ritmo acompasado y lento que sólo era roto, de tanto en tanto, cuando Douglas Costa por Brasil, y Alexis por Chile, se acordaban de lo que semana a semana juegan en Alemania e Inglaterra, respectivamente.

Aunque un poco tardíamente (se pensó en una segunda modificación durante el descanso), Sampaoli le encontró la vuelta al partido cuando excluyó al “Mago” e hizo ingresar al “Mati” Fernández. Que no hizo un partido brillante ni mucho menos, pero respondió a cabalidad, dándole al equipo una chispa, una celeridad y una sorpresa de la que hasta ese momento había carecido.

Antes ya de la apertura de la cuenta a cargo de Eduardo Vargas, para el técnico nacional todo un talismán, porque con la Roja verdaderamente se transforma, ya el Huaso Isla había avisado con un derechazo en el vertical que hizo sudar la gorda a Jefferson y a Dunga. Fue un anticipo del epílogo esperanzador que se produciría.

Con más celeridad y precisión que en la primera etapa, la Roja se fue alzando poco a poco como el favorito para quedarse con el partido y los puntos, mientras Brasil, pese a su esfuerzo final, era incapaz de sacudirse de una mediocridad sorprendente. ¿Tuvo alguna oportunidad clara de gol el Scratch? Ninguna. Sólo aproximaciones que, por tratarse de Brasil y sus jugadores, no estuvieron desprovistas de angustia.

En la previa, Dunga había dicho que para este partido era Chile el favorito y lo cierto es que esa frase, que podía interpretarse de muchas maneras, quedó reflejada claramente con lo que fue el partido. Por esta vez, al menos, la Roja fue más que los pentacampeones del mundo y dejó a Brasil sumido en un mar de dudas que se arrastran desde hace tiempo y que se suman a la crítica inclemente de un periodismo que ya está harto de que su equipo, antes respetado y temido en cualquiera región del planeta, hoy sea casi un remedo de otras alineaciones que de sólo oírlas infundían miedo.

El campeón de América mostró sus credenciales de candidato en el peor escenario de todos. Porque es verdad lo que señaló en la víspera Sampaoli, en el sentido que partir las clasificatorias enfrentando a Brasil era una instancia por nadie deseada. En algún momento el Scratch tendrá que reencontrarse con su historia y superar esos traumas que se le han ido adhiriendo como un lastre tras sus tempraneras eliminaciones en el Mundial y la última Copa América. En algún momento esos cracks que todavía posee recuperarán el fútbol de alto vuelo que exhibieron sus predecesores con la «verdeamarela».

Lo concreto es que, aquí en Santiago, Brasil no pudo.

Se encontró con un campeón que, a poco de transitar el partido, pudo ver en el terreno mismo que el respeto que se ha ido ganando su fútbol no es cosa de falsas ilusiones ni de cuentos.

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