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Las siete claves para ganarle a Uruguay

Las siete claves para ganarle a Uruguay

La historia muestra que este miércoles no seremos favoritos, por más que juguemos como locales. Para derrotar a la Celeste habrá que hacer un partido perfecto y sin fallas, mientras que a ellos les puede bastar con lo que hacen siempre. He aquí las claves del éxito del cuadro de Sampaoli.


Desde que el mexicano Roberto García pitó el final del partido que sancionaba el empate 1 a 1 entre Uruguay y Paraguay, y supimos que como mejor tercero la Celeste de Tabarez se le aparecía a la Roja en el horizonte de cuartos, no hemos dejado de estar en conflicto con la historia cuando se trata de seguir creyendo en el sueño de ser, por primera vez, campeones de América.

Porque esa historia nos cachetea la cara. Nos dice que este miércoles entramos en el papel de víctimas, por más que seamos locales. Que Uruguay está hecho para este tipo de partidos, en cambio nosotros parece que nunca vamos a terminar el aprendizaje. Que no en vano ellos han sido 15 veces dueños de un trofeo sudamericano al que nosotros en cuatro ocasiones sólo pudimos rozar. Que, cuando se trata de instancias decisivas, la paternidad histórica del fútbol “charrúa” sobre el nuestro suele pesar varias toneladas.

En fin, que este miércoles, en el Estadio Nacional, volveremos a presenciar un partido que hemos visto muchas veces, pero rogando porque el habitual epílogo cambie.

Y no se trata de ser derrotistas ni gratuitamente negativos. Se trata sólo de tener claro que, mientras la Roja para ganar tendrá que hacer un partido perfecto y sin fallas, a Uruguay le bastará hacer lo que hace siempre con una maestría que sólo es característica y sello de los grandes.

¿Le puede ganar Chile a Uruguay? Por supuesto que sí. No sería la primera vez. Sólo que, aparte de jugar bien al fútbol, se necesitará de algo más. Claves que en teoría tanto Sampaoli como sus jugadores deben tener muy claras para cuando comience a rodar la pelota y todas las especulaciones pasen a segundo plano.

La primera, antes que el fútbol mismo, es la inteligencia. Inteligencia para no caer en provocaciones y desechar de plano hasta el mínimo atisbo de ir al encuentro del fútbol áspero y friccionado que siempre impone Uruguay. Fresca, a pesar de los años transcurridos, está la final de la Copa América de 1987, en el Monumental de River Plate, cuando a varios de los nuestros se les salió la cadena y, con una pésima interpretación de lo que es el machismo, y el fútbol mismo, se dedicaron más a golpear que a jugar, pretendiendo disfrazarse de guapos.

La Roja, futbolísticamente hablando, es mejor que un Uruguay de jugadores y juego limitado pero que, sin embargo, son unos maestros en el arte de salirse con la suya. Dicho de otra forma, hay que dedicarse a jugar y bien. No existe otra fórmula.

La segunda, ya fue enunciada: individual y colectivamente, la Selección supera a una Celeste que, hasta aquí al menos, le llora la ausencia de Suárez y la presencia de un volante con el talento suficiente para echarse el equipo al hombro, manejar los tiempos y surtir de buenos pases a sus delanteros. Los hinchas “charrúas”, frente a Paraguay, pedían a gritos a Nicolás Lodeiro, sólo que el de los registros de Boca, siendo un buen jugador, está a mucha distancia de un Enzo Francescoli, de un Pablo Bengoechea o, yendo aún más atrás en el tiempo, de un Pedro Virgilio Rocha.

El resultado es que Uruguay carece de un fútbol armónico y fluido. Su limitado repertorio consiste en metérsela larga a Cavani o acercarse al gol a la uruguaya, es decir, tirar la pelota al área a la espera de que alguien pueda capturarla o resolver ante una vacilación o un rechazo deficiente.

Tercera: jugar a ras de piso y, si ello no es posible, estar siempre atento a lo que se denomina la “segunda jugada”, es decir, a esa pelota rechazada de apuro, con los pies o la cabeza, que queda ahí, a disposición del más rápido o el más vivo. Lo peor que la Roja puede hacer es tirarla al área “charrúa” por arriba, porque en ese juego no vamos a ganar nunca, salvo que alguien cometa un error grosero, poco común en las formaciones uruguayas.

Cuarta: dentro de lo que sea posible, no cometer faltas cerca del área de Bravo. Los uruguayos se van a ir en malón en procura del centro, porque disponen de tipos altos y fuertes que, en ese estilo de juego, se sienten como pez en el agua. Uno piensa en Jiménez, en Cavani, en el propio Godín, que estará de vuelta tras las dos amarillas que le impidieron jugar frente a Paraguay, pero aparte de tratar de impedir el cabezazo directo hay que estar atentos, además, al pivoteo para los que acompañan la jugada. Por idénticas razones, será mil veces preferible mandarla por la raya lateral que por la de fondo, que propicie un córner.

Quinta: paciencia. Para aguantar sin reaccionar las muchas faltas que van a cometer los uruguayos, en general más pesados y más lentos que la mayoría de los jugadores nuestros. Y para –además- no desesperarse si el gol no sale. Uruguay lo que mejor hace es cerrarse, porque dispone de tipos fuertes y con oficio para no provocar claros.

Sexta: solidaridad. Para auxiliar al compañero que va en ataque y necesitará de alguien a quien pasarle la pelota cuando vea los caminos cerrados. Para ir encima del posible receptor cuando sea Uruguay quien la tenga. Para marcar como se hacía antes, con un “pressing” a ratos asfixiante que sacaba de quicio hasta al más pintado. Así se le ganó por primera vez a España en Brasil 2014. Así, aun perdiendo y por más que fuera un amistoso, se tuvo por las cuerdas a la Alemania después campeona del mundo, en Stuttgart.

Séptima y última: el árbitro. Que no juega, pero que debe tener la trayectoria y el oficio suficientes como para distinguir entre rudeza y violencia, entre la falta verdadera y la burda simulación. Un tipo, en suma, que se dedique a preservar el fútbol por sobre los trucos y las artimañas.

Lo demás queda en el camino de los imponderables. La Roja puede jugar mejor, hacerlo todo bien y, sin embargo, perder igual el partido. Es, por lo demás, la especialidad uruguaya.

Si ello finalmente ocurre, es porque a pesar de nuestro duro aprendizaje todavía nos faltan lecciones.

Y porque, una vez más, la historia se habrá rendido ante aquel que más páginas ha escrito para la lectura de las nuevas generaciones.

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