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Sondean política conjunta de Occidente para Oriente Próximo y Oriente Medio

Entre EEUU y la UE no existieron divergencias sobre la necesidad de combatir conjuntamente el terrorismo islamista. Sin embargo, con algunos Estados miembros empezaron a surgir diferencias importantes a partir del momento en que el Gobierno estadounidense inauguró, a modo de profecía autocumplida, una »segunda fase de la guerra contra el terrorismo».


En Oriente Próximo y Oriente Medio no habrá una política occidental «maciza», pero tampoco será posible permitirse nuevamente una escisión como la vivida en la guerra de Iraq. Los autores, miembros del Centro de Análisis y Previsión del Ministerio Federal de Relaciones Exteriores, subrayan la importancia de una política autónoma y visible de la UE.



Entre los Estados Unidos de América y la UE no existieron divergencias sobre la necesidad de combatir conjuntamente el terrorismo islamista. Con algunos Estados miembros empezaron a surgir diferencias importantes a partir del momento en que el Gobierno estadounidense inauguró, a modo de profecía autocumplida, una «segunda fase de la guerra contra el terrorismo» e incluyó la entrada en Iraq en el orden del día.



En vista de las dificultades que está suponiendo tras la caída del régimen de Saddam la instauración de un nuevo régimen que propicie un desarrollo estable y libre del país, en los Estados Unidos de América aumenta la disposición a escuchar también las voces de los socios que en su día adoptaron una postura crítica frente a la decisión de ir a la guerra.



Suponiendo que en Europa se hubiera pensando ilusoriamente que el terrorismo islamista iba a detenerse ante las fronteras de la UE, los atentados de Madrid habrían desvanecido definitivamente ese espejismo. Para el extremismo islamista la mera existencia de las democracias occidentales es motivo más que suficiente para propagar el terror. Tampoco es necesario haber participado en la alianza activa en Iraq para ser blanco de atentados. El terrorismo no es una respuesta a determinadas políticas o ante hechos concretos, sino instrumento de propaganda y autoafirmación de un movimiento totalitario. Por consiguiente, la lucha contra el terrorismo ha sido, es y seguirá siendo una tarea que incumbe al conjunto de la comunidad internacional, encabezada por todas las democracias, sin las cuales carecería de un núcleo con capacidad de actuación.



Ahora bien, para impulsar una iniciativa enfocada hacia el fomento de la modernización y de la democracia en Oriente Próximo y Oriente Medio no es necesario fundamentarla específicamente como medida en el contexto de la lucha contra el terrorismo, aunque a largo plazo pueda sustraerle su caja de resonancia. Una iniciativa de esa índole es impostergable desde 1989.



El arco de crisis no es una metáfora



La región de Oriente Próximo y Oriente Medio constituye el núcleo geográfico de un arco de crisis que se extiende desde el África Central hasta el Sudeste asiático, pasando por el Magreb. Sobre todo en esta región podría acumularse la masa crítica de dictaduras corruptas, terrorismo internacional y disponibilidad de armas de destrucción masiva que representa el «worst case scenario» subyacente a la estrategia estadounidense del «preemptive strike». Precisamente en este orden de cosas también debería acreditar su eficacia una estrategia de seguridad europea que trate por todos los medios de disociar estos campos de tensión y evitar un cataclismo de esa naturaleza en el terreno de la política de seguridad.



Del mismo modo que el foco de los procesos que se operan dentro de ese arco de crisis se sitúa en Oriente Próximo y Oriente Medio, son los países árabes los que más afectados se ven por la explosiva problemática.



Creación de mitos



Desde el siglo XIX se ha venido operando una creciente interacción conflictual del «retraso», generado durante siglos, de los países de la región frente a «Occidente» con la autoconciencia histórica de los países árabes y con la autopercepción del Islam: la pretensión de superioridad y el orgullo por el propio pasado contrastan flagrantemente con la realidad política, social y en gran medida también económica. Ambos, la «nación árabe» y el Islam, entraron juntos en la historia como poder expansivo y dominador; desde la óptica de los musulmanes árabes ambos comparten el destino de la marginalización. Se constata una reactivación de pautas de identificación y mitos históricos de carácter antagonístico y retrotraídos al origen de los tiempos arabo-islámicos y su proyección sobre la actual antinomia con Occidente.



Por ejemplo, en la hagiografía árabe e islamista el sultán Saladino, mitificado desde el primer momento (también en Occidente), aparece como una clásica figura redentora, ya que permite conjugar el papel del vencedor intramundano y el apostolado religioso. El «paralelismo» casi sugestivo para los árabes musulmanes entre los Estados de las Cruzadas y el Estado de Israel confiere a esta figura heroica exaltada en el plano religioso una fuerza de atracción mayor si cabe como figura de identificación con miras al conflicto de Oriente Próximo. En comparación con la «nación árabe» imaginaria, hoy en día el Islam se presenta como el elemento más dinámico y más prometedor de una «renovatio imperii».



Identidades heridas



Tras una etapa inicial en la que meramente se calcaron modelos occidentales, la reacción de los regímenes árabes postcoloniales consistió en un nacionalismo estatista y en un panarabismo testimonial. En el apogeo del conflicto Este-Oeste saltó a la palestra el socialismo árabe como antagonista de Occidente. Hoy algunos sectores del mundo árabe parecen haber encontrado en el islamismo el instrumento de respuesta adecuado frente a la expansión occidental y la globalización. Además, el islamismo es hasta cierto punto fácilmente «exportable», extrapolable de la simbiosis cultural arabo-islámica y divulgable a escala global. La idea de la «ummah», la comunidad universal islámica, implica desde siempre una proyección supranacional.



Asimismo, para los musulmanes radicales la «revolución» islamista adquiere una trascendencia casi escatológica por el paralelismo que se traza con la expansión del Islam en su etapa inicial. Así se explica también en parte (junto a la utilización masiva de los petrodólares wahabitas) la sorprendente expansión del islamismo combativo por el Norte de África y el Sur y el Sudeste de Asia, así como en la diáspora musulmana en «Occidente». El islamismo es un fenómeno que se nutre de épocas en que en todo caso en Europa el mundo de los Estados se hallaba en gestación. Como ideología política el islamismo presenta rasgos imperiales. Utilizando de nuevo una analogía extraída de la historia europea, se puede considerar una tentativa de «Reconquista» de signo islamista.



Dilatando aún más la analogía con la historia europea podría afirmarse que, sobre el sustrato de un descontento y unos afanes de transformación ampliamente extendidos, los islamistas hasta cierto punto son los bolcheviques del Islam, tanto en lo que se refiere a su propia pretensión de representación exclusiva como a su capacidad de imponerse frente a corrientes competidoras.



La expresión «fundamentalismo islámico» es engañosa, por cuanto en rarísimas ocasiones los islamistas realmente basan su ideario en los fundamentos del Islam. Más bien podría hablarse de una nueva «herejía» islámica, es decir, de una desviación particular de la doctrina general. Lo «moderno» del islamismo actual no estriba únicamente en la utilización sobreentendida de los instrumentos y técnicas de la civilización globalizada, sino sobre todo también en la ligereza con que se manejan autoridades religiosas tradicionales y el enorme autoconvencimiento en la interpretación del mundo y en la fijación de normas.



La política de Occidente en la región de Oriente Próximo y Oriente Medio se mueve sobre un terreno política y culturalmente lleno de surcos y cicatrices.



A nivel regional operan fuerzas contrapuestas: los Estados mismos, con sus fronteras, entran en fricción con los espacios tradicionales supraestatales (pan)islámicos y (pan)árabes. La fuerza de atracción de la UE y la presión globalizadora de filiación estadounidense son otros tantos factores que inciden en la situación. Los campos de fuerza superpuestos dan lugar a una elevada complejidad de la situación política de la región en su conjunto. Sin una consideración cabal de los mismos apenas será posible



-acotar las tendencias totalitarias de signo expansionista en la región;



-evitar errores que podrían potenciar esas tendencias como reacción ante acometidas faltas de ponderación;



-fortalecer el pluralismo y las libertades en la región mediante una política diferenciada.



Sistema de coordenadas de las fuerzas



Hoy en día una política para Oriente Próximo y Oriente Medio tiene que distinguir entre los esfuerzos generales y a medio y largo plazo por parte de la Unión Europea en orden a contribuir al desarrollo económico, la modernización y la democratización del Norte de África, «Levante» y la región del Golfo y fomentar los potenciales de integración regional (tratados de asociación de la UE, Proceso de Barcelona, política de vecindad de la UE), los esfuerzos encaminados a reflotar el proceso de paz de Oriente Próximo entre Israel y los palestinos (Cuarteto, hoja de ruta) y el intento estadounidense de establecer en Iraq tras la derrota militar del régimen de Saddam Hussein y la ocupación militar del país un nuevo sistema de gobierno que sirva de ejemplo en términos de democracia, Estado de Derecho y desarrollo y proporcione por tanto un impulso decisivo para la remodelación de la región en su conjunto.



Además deben tenerse en cuenta los esfuerzos sistemáticos de los Estados Unidos de América de ejercer influencia sobre la situación de la región en su conjunto ayudando a determinados Estados (Egipto, Arabia Saudita, Consejo de Cooperación del Golfo, pero también Marruecos y Sudán, y naturalmente y ante todo Israel).



Las consideraciones de los Estados Unidos de América



Ya antes de la guerra de Iraq empezó a imponerse en los Estados Unidos la percepción de que no podría sostenerse por más tiempo el tradicional «strategic bargain» que fue la base de la política estadounidense frente a la región durante toda la Guerra Fría y más allá y que consistía en sostener también regímenes dictatoriales, ilegítimos y corruptos en interés de la «estabilidad», siempre y cuando en el terreno de la política exterior y de la política energética hicieran el juego a los Estados Unidos de América. La islamización y la parcialización ideológica les han evidenciado a los Estados Unidos la decreciente «utilidad marginal» de este tipo de asociaciones.



Fue así como pasó al primer plano el modelo neoconservador simplificado de una transformación general de la región en su totalidad por medio de una democratización diseñada en el túnel aerodinámico. Sin embargo, a partir de la guerra de Iraq el frío póquer por el poder subyacente al «strategic bargain» de facto no fue reemplazado sino únicamente complementado mediante el modelo misionero de una teoría del efecto dominó invertida. En la actualidad ambos modelos se combinan a modo de ensayo según las necesidades dadas.



A tenor de las dificultades patentes en Iraq, en los Estados Unidos se empieza a reconocer en medida creciente dos cosas, a saber, que la cooperación con la UE es indispensable, aunque no siempre resulte fácil, y que es imposible activar los potenciales de desarrollo que encierra la región si no se escuchan las voces existentes en la misma.



Los europeos, que presumen mucho de su acrisolado enfoque de diálogo y cooperación, aplicado desde hace años, frente a los socios del área mediterránea y de Oriente Próximo, se enfrentan a un doble dilema: no quieren irles en zaga a los Estados Unidos de América a la hora de defender los derechos humanos y la democracia y son conscientes de los riesgos que entraña una «modernización» meramente tecnológica y económica de los países de la región. Empero, al mismo tiempo saben que es imposible otorgar un orden democrático (orden que también en Europa se asentó lentamente y sufrió reveses). Su deseo más ferviente no puede ser sino dotar a sus acreditados lineamientos (piénsese por ejemplo en el Proceso de Barcelona) de una mayor virtualidad a través de la coordinación con iniciativas estadounidenses, pero han de temer una pérdida de credibilidad en la región tan pronto como se les perciba como equipo auxiliar de los Estados Unidos.



Será importante que la UE no se difumine en ni detrás de organizaciones que en cuanto a su alcance apunten más allá de la UE pero queden por detrás de ella en lo tocante a su fuerza de atracción sobre la región. Si no se hace políticamente visible con sus propios contornos dentro del contexto de los esfuerzos de la comunidad internacional, la Unión Europea pierde su peso en aras de los Estados miembros y, por ende, sus expectativas de trascender la dimensión estatal. La Unión Europea tiene que mostrar su propio perfil en la región, entre otras razones porque -a diferencia de los Estados miembros- encarna la ruptura con el colonialismo europeo.



Por su insistencia objetiva en políticas graduales y (despectiva e injustamente tachadas de) «blandas», el enfoque europeo se puede calificar de inductivo y evolutivo: estructuración de la sociedad civil, cambio a través de mejoras graduales en la administración, la justicia y la economía, implantación de estructuras democráticas «desde abajo»; a estos efectos se admiten avances relativos para plasmar reformas gubernamentales llevaderas (los «decent regimes» a que se refiere John Rawls) en lugar de crudas dictaduras.



El proceso de paz de Oriente Próximo



En tanto que en los Estados Unidos sigue predominando el criterio de que el conflicto de Oriente Próximo solo influye en escasa medida o no influye en absoluto en la penosa situación de la región en su conjunto, muchos europeos tienden a ver en el mismo la llave para resolver (casi) todos los demás conflictos. Aunque es cierto que no existe una llave maestra para afrontar los problemas de la región, difícilmente se podrá cuestionar que el bloqueo del proceso de paz de Oriente Próximo contribuye a la radicalización ideológica de todos los conflictos con Occidente y siempre vale como pretexto para no enfrentarse a las dificultades de orden y origen interno. Por tanto, los europeos tendrán que seguir ateniéndose como tenor de fondo al «peace process first», sin posponer cualquier estrategia regional inteligente ad calendas graecas.



El peso de Turquía



Como Estado laico Turquía se ve confrontada con un expansionismo panárabe y un expansionismo panislámico (islamista) (le cuesta gestionar el problema supranacional de los kurdos y el legado turco del Imperio Otomano); en ambientes islamistas el Estado turco se considera una traición permanente.



En ambientes nacionalistas árabes aparece como residuo del dominio otomano. Desde la perspectiva de la UE Turquía finalmente podría convertirse, una vez culminada su adhesión, en un Estado fronterizo importante para una futura política de vecindad con la región. Si se logra su integración, Turquía puede redondear el proyecto político de la UE y aumentar su peso regional e internacional. Debería apostarse menos por su papel de puente entre Europa y Oriente Próximo y Oriente Medio.



Irán, un caso singular



Irán demuestra una función delimitadora frente a las tendencias panárabes que pueden esconderse en el islamismo. Al mismo tiempo el islamismo iraní trata de lograr efectos propagandísticos más allá de sus fronteras a través del chiismo. Toda estrategia razonable frente a Oriente Próximo y Oriente Medio deberá abarcar como factor clave una política específica, que tome en cuenta ambos elementos. Por mucha presión que se ejerza sobre Irán a fin de que no se embarque en un rearme nuclear, no deberían perderse de vista sus intereses de seguridad. Una renuncia permanente, voluntaria y creíble de Irán a las armas nucleares solo podrá lograrse en el marco de una arquitectura de seguridad regional y un desarme nuclear general. Irán es un actor solitario dentro de la región. No debería someterse a un aislamiento adicional.



No habrá una política occidental «maciza» en la región. Lo impiden tanto las disparidades y contradicciones de la propia región como las diferentes tradiciones, percepciones, proximidades y conexiones políticas por parte de Occidente. Pero ni en la actual lucha contra el terrorismo ni de cara a una empática y denodada iniciativa política en Oriente Próximo y Oriente Medio va a ser posible permitirse una escisión como la que se manifestó en la guerra de Iraq, por muy fundado que fuera el debate.





*Georg Dick, nacido en 1947, director del Centro de Análisis y Previsión del Ministerio Federal de Relaciones Exteriores, entre 1998 y 2001, y nuevamente a partir de enero de 2003. Ta,bién fue ex embajador de Alemania en Chile.



*Martin Eberts, nacido en 1957, miembro del Centro de Análisis y Previsión del Ministerio Federal de Relaciones Exteriores, desde 2001.



*Joscha Schmierer, nacido en 1942, miembro del Centro de Análisis y Previsión del Ministerio Federal de Relaciones Exteriores, desde 1999.



Los autores hacen observar que el presente artículo únicamente refleja su opinión personal.

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