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Bienvenidos a la nueva Edad Media

Una somera revisión de la prensa nos entrega reseñas de piratas que capturan cruceros llenos de turistas; especie de nuevos peregrinos que viajan en busca de exóticos santuarios naturales; epidemias virales mortales que se propagan como pandemias por todo el mundo, difíciles de controlar si los países no cuentan con capacidad institucional o no existe un acción internacional cooperativa.


Una somera revisión de la prensa nos entrega reseñas de piratas que capturan cruceros llenos de turistas; especie de nuevos peregrinos que viajan en busca de exóticos santuarios naturales; epidemias virales mortales que se propagan como pandemias por todo el mundo, difíciles de controlar si los países no cuentan con capacidad institucional o no existe un acción internacional cooperativa.

También, mercados financieros que se derrumban de manera cataclísmica arrastrando la riqueza de vastas regiones, manipulados por empresas privadas con más poder que muchos de los Estados; un poder militar hegemónico basado en tecnologías letales, pero incapaz de resolver conflictos locales o de sostener un orden político pacífico; intolerancia cultural y religiosa que genera múltiples guerras locales y millones de víctimas,  que obligan a constantes operaciones humanitarias para salvar la vida de cientos de miles de personas.

Debe incluirse en este relato a modernos núcleos urbanos altamente desarrollados que concentran el  bienestar y la tecnología, pero viven atrincherados como castillos medievales ante lo que consideran el asedio de la barbarie subdesarrollada proveniente del otro lado de sus fronteras; y oleadas interminables de inmigrantes desde zonas pobres del planeta que se instalan en las periferias de las grandes urbes esperando una oportunidad de riqueza y  bienestar.

En medio de ello, drogas, crimen organizado y terrorismo.

Aunque parezca apocalíptico, no hay exageración en lo dicho. Y, por lo mismo, la visión ingenua de una globalización dominada exclusivamente  por los poderes económicos, parece absurda y pasada de moda.

Porque aunque éstos sean el motor fundamental del orden global actual, la vida en el planeta, en sus contenidos mínimos de calidad y dignidad para las personas, es un hecho plenamente universal, cuyos problemas y soluciones requieren ópticas globales. Si esto no existe, es por una deficiencia en la voluntad y capacidad política de los países.

Tal es el caso del brote de gripe porcina que recientemente se ha manifestado en México, que, aunque la alerta de la Organización Mundial de la Salud ha catalogado ahora como Fase Cinco, en una escala de seis, se desarrolla aceleradamente hacia el último grado, es decir como una pandemia.

La gripe porcina, la aviar, los virus VIH, HANTA o Ébola, no son temas nuevos. Por el contrario, la mayoría de ellos llevan casi un siglo de manifestaciones. Y aunque aislados o registrados sin mayor impacto social en épocas pasadas, siempre han estado como riesgo latente, especialmente por  la irreductibilidad de los virus y su capacidad de mutar.

De ahí que la eficiencia del control de los riesgos dependa directamente de la calidad de la salud pública. La que, a su vez, depende de la existencia de una institucionalidad acoplada en su funcionamiento y competencias a los requerimientos de un mundo de conectividad total, que funciona de manera transfronteriza y con una lógica que supera aquella estrecha de la simple soberanía estatal.

Lo mismo que ocurre en salud pasa también en seguridad, orden financiero o comercial, usos militares o temas de paz o de cooperación. Mientras los procesos globales se han disparado a todo nivel, exigiendo medios concertados y cooperativos, la voluntad política de los Estados flaquea al momento de coordinarse.

Peor aún si se trata de decisiones que afectan o contradicen la lógica de mercado que regula la vida social de hoy.

Ello ha generado un vacío de institucionalidad pública internacional y un mundo político, territorial y cultural ampliamente fragmentado, a pesar de su globalización económica, muy parecido al de la Edad Media. Con amplias zonas desoladas, sin orden ni gobernabilidad políticas, y una baja calidad de vida para una porción importante de la población de sus ciudades.

En ellas una pandemia de salud del tipo gripe porcina o aviar dejaría una huella desastrosa,  debido al hacinamiento, la pobreza o la falta de salubridad. Esto ya tiene manifestaciones concretas con el VIH, la pobreza o la seguridad, que afectan por igual al núcleo empobrecido de las ciudades  del planeta.  

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