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Francia en la calle: el populismo posmoderno amenaza ruina

Iván Auger
Por : Iván Auger Abogado y analista político
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Como todo político derechista recurrió a posiciones extremistas y culpó de los problemas al enemigo interno, a la inseguridad ciudadana, con una dosis de xenofobia que recayó en los gitanos. Y se concentró en la reforma de la edad de jubilar, de 60 a 62 años y, para recibirla completa, de 65 a 67 años, había que trabajar más. Dijo que lo haría por intermedio de una concertación social. Rápidamente abandonó está última promesa y pretende imponerla sin negociación con sus mayorías parlamentarias.


El populismo posmoderno ha sido considerado el proyecto derechista mejor adaptado para enfrentar la crisis del turbo capitalismo que produjo la implosión de Wall Street. Hoy, su versión más sofisticada, amenaza ruina en las calles de Francia.

La república gala, encabezada por Sarkozy, fue el último país occidental que se convirtió a la globalización neoliberal. Hasta el gobierno de Chirac, su predecesor y de su mismo partido, el dirigismo reinaba en gloria y majestad. Y Sarkó no pretendió una mera reforma, prometió cambiar la mentalidad de sus conciudadanos.

El nuevo lema era trabajar duro para ganar más, y olvidarse de las tradiciones. Y esa transformación ocurrió cuando la gran fiesta del consumo capitalista estaba en su apogeo, poco antes de su implosión financiera.

Con todo, era la culminación de un proceso, que comenzó con la revolución conservadora de Reagan en EE.UU. en la década de 1980, que siguió con Clinton y Blair, y que Berlusconi transformó en farsa. Mientras el socialcristianismo y la socialdemocracia pasaban a ser irreconocibles, Sarkozy pretendió renovar y perfeccionar el populismo posmoderno.

[cita]Cualquiera sea el desenlace del proyecto de las pensiones, Sarkó perdió la batalla por cambiar la mentalidad de los franceses y transformarlos en emprendedores al estilo angloamericano. Ni siquiera logró el apoyo del sindicato de cuadros (personal directivo, profesional y técnico).[/cita]

En otras palabras, era la supremacía de la videocracia y la consiguiente sustitución de la movilización social por telenovelas y reality show políticos. Las imágenes reemplazaron a las palabras, la emoción a la razón. Y las narraciones anecdóticas y sentimentaloides de la derecha dejaron a la izquierda recitando letanías que a pocos atraen.

Sarkozy fue el primer presidente de la Quinta República francesa, que fundó De Gaulle, que no fue educado en las grandes escuelas que forman a las élites de la administración del Estado; es un simple abogado que estudió en la Universidad de París, más cercano a nosotros que los «énarques» (los egresados  de la Escuela Nacional de Administración).

A diferencia de sus predecesores, no pretende ser un estadista ni mantener un diálogo con la ciudadanía que lo guíe. Se presenta como una estrella, una celebridad, que todos podríamos aspirar a ser en la televisión o el fútbol. E incluso, por su vida sentimental, es uno de los favoritos de las revistas del corazón.

Pretende identificarse con todos y cada uno de los franceses. En palabras de Carla Bruni, “la única preocupación  de mi marido es Francia y los franceses, que pasan por un muy difícil momento”.

Por la mercadotecnia sabe que el mercado, también el político, está fraccionado. Por ello tiene un discurso para cada segmento y se desplaza por todo el país, con rápidas escapadas al extranjero, a tal velocidad que parece tener el don de la ubicuidad, estar en varias partes a la vez. Tanto que ha dado origen a un «ismo», que podría traducirse con un neologismo, «desplazismo», que se aplica a cambios, también políticos, contradictorios y sin ton ni son.

Es un poder muy personalizado, mas con apariencia  horizontal, que se inspira en las realidades del presente: en la red de redes, en la deconstrucción de la socialización. Ahora no es la familia, el vecindario, la escuela o el lugar de trabajo los que nos une, es la comunicación electrónica, que puede ser anónima o exhibicionista, y que hasta nos permite ser lo que queremos, no lo que somos, y cambiar nuestra edad, sexo, estirpe o condición.

El gran problema de Sarkozy, sin embargo, como lo dijo uno de sus adversarios del pasado -que hoy es uno de sus ministros-, es ser un orfebre en comunicaciones metódicas y a veces impúdicas, …que sabe disfrazar su implacable y fría búsqueda del poder  con una toga de glamour. Este Sarko-show es un arma de disimulación masiva, porque quien no cesa de pretender ser juzgado por sus resultados no tiene igual que oculte los pobres balances de sus acciones.

Para su desgracia, poco después de asumir la presidencia vino la implosión de Wall Street y la crisis económico/financiera. Se incrementaron las contradicciones en su proyecto. Para salir de una crisis es imposible dejar contentos a tirios y troyanos, alguien tiene que sacrificarse, y quién sea ese «alguien» depende de quién esté en el gobierno.

Prometió moralizar el capitalismo, pero pareció favorecer a los millonarios, aunque en el plano internacional insistió, junto con Lula, en el considerado muy izquierdista impuesto Tobin a las transacciones financieras a corto plazo. Y finalmente nadie entendió nada.

En resumen, prometió mucho y proclamó demasiados éxitos, pero hizo muy poco o nada para enfrentar la crisis financiera/económica que afecta con mayor dureza a los países desarrollados. Y la derecha francesa obtuvo el peor resultado electoral en la Quinta república en las elecciones regionales de comienzos de año.

Como todo político derechista recurrió a posiciones extremistas y culpó de los problemas al enemigo interno, a la inseguridad ciudadana, con una dosis de xenofobia que recayó en los gitanos. Y se concentró en la reforma de la edad de jubilar, de 60 a 62 años y, para recibirla completa, de 65 a 67 años, había que trabajar más. Dijo que lo haría por intermedio de una concertación social. Rápidamente abandonó está última promesa y pretende imponerla sin negociación con sus mayorías parlamentarias.

Se enfrentó a los sindicatos, tal vez pensó que estaban muy debilitados, sus asociados son solamente el 8% de los trabajadores, y con un importante segmento moderado. Se equivocó. Los moderados también querían la concertación, y la influencia sindical, cuando se presentan unidos, supera con creces al número de sus afiliados. Según una última encuesta, el 79% de los franceses se inclinan por la negociación para aprobar esa reforma.

Ha habido seis manifestaciones masivas en siete semanas. A la movilización social se han sumado los liceanos y los estudiantes universitarios, cortes de caminos, más huelgas en refinerías de petróleo y servicios de transporte público. Así se recorrió el camino tradicional francés cuando el poder se niega a negociar. Primero protestas sindicales, después, estudiantiles, y finalmente, de la calle.

El gobierno de Sarkó ahora enfrenta un conflicto social que supera con creces el problema previsional, que es a lo más la última gota que rebasa el vaso. Es una protesta en contra de la crisis económica y el incremento de la desigualdad, del estilo sarkoziano, que presidencializa el poder y bloquea el funcionamiento institucional de la división de poderes, en fin, en contra del populismo posmoderno.

Solamente en las últimas manifestaciones participaron jóvenes marginados, los hijos de la inmigración, los violentos rebeldes sin causa. Era tal vez lo que esperaba Sarkozy. Recordemos que la represión de un movimiento similar a fines del 2005, cuando era ministro del Interior, fue un hito en su carrera política.

Sin embargo, para la mayoría de los observadores, incluso los que simpatizan con la anglización de Francia, cualquiera sea el desenlace del proyecto de las pensiones, Sarkó perdió la batalla por cambiar la mentalidad de los franceses y transformarlos en emprendedores al estilo angloamericano. Ni siquiera logró el apoyo del sindicato de cuadros (personal directivo, profesional y técnico).

En ello fue determinante, más que el fondo del problema, la intransigencia del gobierno. Al parecer, ni siquiera en un gobierno populista posmoderno es suficiente un manejo maestro de los medios de comunicación ni pretender identificarse con los diversos quereres ciudadanos, más glamour. También hay que negociar.

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