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Brasil: del tercer mundo a las grandes ligas

Iván Auger
Por : Iván Auger Abogado y analista político
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El país carioca ya es el portavoz oficioso de los países en desarrollo, en especial de los latinoamericanos y africanos. Y comienza a tener éxito, nada menos que en el Fondo Monetario Internacional, en su afán de cambiar la gobernación de las organizaciones internacionales incrementando la representación de los países emergentes. Mientras, junto con Sarkozy, propone el impuesto Tobin, a las operaciones financieras internacionales a corto plazo, para financiar el desarrollo.


Lula puso a su país como una estrella emergente en la construcción de un nuevo mundo después de la implosión de Wall Street.

Ante la sorpresa general, la administración Bush reconoció casi de inmediato que occidente, encabezado por su país, no podía salir de la crisis por si solo. Y el Grupo de los 7 (occidente más Japón) fue sustituido sin mayores miramientos por el Grupo de los 20, que incluye además a las estrellas del mundo emergente, en orden alfabético, África del Sur, Arabia Saudita, Argentina, Brasil, Corea del Sur, China, India, Indonesia, México, Rusia y Turquía.

Así se reconoció a Brasil, más allá del fútbol y los carnavales, como una nueva gran potencia, que por cierto no fue fundada por Lula, tiene una historia previa, pero la gran contribución de ese líder a lo que Brasil es hoy es indiscutible.

Esa historia nada tiene que ver con la fantasía de algunos expertos angloamericanos que contrastan un supuesto carácter comercial de los portugueses con la dejación de  los terratenientes españoles. Cierto, Portugal fue el primer país europeo navegante, pero su gloria duró poco y terminó siendo casi una dependencia de Gran Bretaña. Y Brasil fue un país de plantaciones de productos tropicales y haciendas ganaderas, un imperio con un monarca europeo durante gran parte del siglo XIX y el último en las Américas que suprimió la esclavitud.

Lo que distingue a Brasil de sus hermanos hispanoamericanos es su inmensidad, no se subdividió en varias repúblicas. Y que a partir de 1930 y hasta la fecha ha sido más o menos desarrollista, con sus milagros y decepciones. 

No obstante, siempre intentó mantener la dirección estratégica en su gobierno, con una economía mixta, una inversión pública en educación. salud e infraestructura, según los ingresos, y una variable y gradual apertura de su economía al comercio mundial.y a la inversión extranjera. Y jamás experimentó con algo parecido a los Chicago Boys. Incluso la política económica de la dictadura militar se llamó durante un período «desarrollo asociado», un triángulo entre el capital nacional, el extranjero y el gobierno, en que este último era el director.

Ahora bien, ¿cuál es la obra de Lula? Primero, en contra de las predicciones, mantuvo baja la inflación, al igual que su antecesor, y, a la vez, fortaleció las defensas en contra de posibles ataques de los mercados financieros internacionales. E interviene los mercados cambiarios cuando lo estima conveniente. Al comentar la reacción brasileña ante el reciente terremoto financiero, Rousseff, la delfina de Lula,   dijo: «Hemos demostrado tener musculatura a la hora de afrontar la crisis económica. Mientras en el resto del mundo se ha reducido el empleo, nosotros vamos a cerrar este año con un mínimo de un millón de nuevos puestos de trabajo».

[cita]Lula claramente amplió las oportunidades económicas y educacionales de sus connacionales y en Brasil reina hoy el optimismo. A la mayoría le parece que ya no es el país del futuro como lo dijo en 1941 Stefan Zweig, sino el país del presente. Y el 80% tiene una opinión positiva de su Presidente.[/cita]

En seguida, le sumó una gran expansión del mercado interno mediante la popularización del crédito al consumo, no como sustituto a la redistribución del ingreso, sino como su complemento. Para ello, elevó sustancialmente el salario mínimo, la asistencia social con programas como la bolsa familia y el estímulo público a las pymes. Con ese paquete, no sólo disminuyó la pobreza, el segmento socioeconómico E, también aumentó la clase media, el segmento socioeconómico C. Y Brasil es uno de los países que más se acerca a las metas del milenio de la ONU.

Su política exterior es también singular. Puede ser calificada de ecuménica, amistad con todos y buena vecindad con sus pares latinoamericanos. Parte del Mercosur, sigue con la Unión de Naciones de América del Sur, se extiende a toda América Latina y el Caribe, salta al IBSA (India, Brasil, África del Sur) y al BRIC (Brasil, Rusia, India, China), se une a Turquía para bajar la temperatura entre Estados Unidos e Irán, etc. 

La doctrina internacional del lulismo es la «paciencia estratégica», respetar los tiempos y prejuicios de los demás, tratar de aplacarlos por la buena, el ejemplo y el convencimiento, salvo en casos extremos. Y parece ser la más conveniente en un mundo multipolar, con eternas guerras asimétricas, y con mayor razón en una zona, como América Latina, en que los conflictos son un tanto pasados de moda, Y como todo país que ha sufrido del colonialismo y la dependencia defiende sin excepción los principios de no intervención y autodeterminación. 

Lula tiene una excepcional habilidad para desenvolverse ventajosamente entre diversas tendencias u opiniones políticas opuestas. El resultado es que en los foros internacionales Brasil ya es el portavoz oficioso de los países en desarrollo, en especial de los latinoamericanos y africanos. Y comienza a tener éxito, nada menos que en el Fondo Monetario Internacional, en su afán de cambiar la gobernación de las organizaciones internacionales incrementando la representación de los países emergentes. Mientras, junto con Sarkozy, propone el impuesto Tobin, a las operaciones financieras internacionales a corto plazo, para financiar el desarrollo.
 
Por supuesto que todavía hay muchas sombras en Brasil, en especial en educación, desigualdad, pobreza y corrupción (en América del Sur es curiosamente el tercero menos corrupto, solamente superado por Chile y Uruguay).

No obstante, Lula  claramente amplió las oportunidades económicas y educacionales de sus connacionales y en Brasil reina hoy el optimismo. A la mayoría le parece que ya no es el país del futuro como lo dijo en 1941 Stefan Zweig, sino el país del presente. Y el 80% tiene una opinión positiva de su Presidente.

Ahora bien ¿cómo se explica que su delfina, Rousseff, no haya sido electa en la primera vuelta? Lo primero que hay que tener presente es que la candidata que salió tercera, Marina Silva, obtuvo un sorpresivo casi 20% de lo votos, que supera con creces el número de los verdes/verdes, es decir, del partido que la presentó.

Lo logró porque tiene una historia personal muy parecida a la de Lula. Ambos vienen de familias pobrísimas, con hermanos que se murieron de hambre, que comenzaron a trabajar de niños, Lula como lustrabota, Marina como recolectora de caucho en la selva, un trabajo infernal, y ambos carecen de una educación formal (Marina aprendió a leer y a escribir cuando entró a trabajar como empleada doméstica a los 15 años de edad).

A ello se suma que ambas fueron ministras de Lula y chocaron, lo que llevó a Marina, que lo era del medio ambiente, a renunciar. Rousseff, quien es una tecnócrata con gran experiencia en petróleo, prefiere los proyectos gigantescos, con una gran densidad de capital y tecnología, la agroindustria y las acerías, por ejemplo, lo que es la regla en el desarrollismo no solo latinoamericano. Silva, en cambio y como todos los ecologistas, se inclina por el fomento de las pymes, los artesanos y huertos, por ejemplo. Y una de las fuentes de votos de Marina fueron los jóvenes emprendedores de los suburbios de la nueva clase media, los verdes/rojos.

Y, por último, el problema del aborto que lo sacó a colación Serra, y que movilizó a sectores evangélicos, sería más propio llamarlos neopentecostales, muy numerosos en las clases populares, y a la derecha católica en contra de Rousseff. Curiosamente, ello favoreció a Marina, el llamado voto de los verdes/azules, a pesar de que, si bien es evangélica, dijo que se trataba de un problema muy complejo, que debía tratarse sin demonizar a nadie y decidirse por plebiscito. No podía ser de otra manera, es un grave problema de salud pública e Brasil, con más de un millón de abortos por año, 300 mujeres muertas y más de doscientas mil ingresadas en establecimientos hospitalarios por graves lesiones como consecuencia de esas intervenciones ilegales.  

El candidato de la verdadera oposición es Serra, aunque en la campaña alabó la obra social de Lula. Además, está ligado a la izquierda. Era dirigente estudiantil cuando se produjo el golpe militar en Brasil el 1964 y huyó a Chile. Aquí terminó sus estudios de economía, se casó con una destacada bailarina de ballet, fue cercano al MAPU y después del golpe estuvo detenido en el Estadio Nacional y puesto en libertad se asiló en la embajada de Italia (es hijo de calabreses). Y se enfrentó como Ministro de salud de su país a los grandes laboratorios con una ley de genéricos que permitió abaratar los costos médicos, en especial, en los tratamientos del sida.  En Brasil, desde el fin de la dictadura que no hay un candidato presidencial de derecha.

La derecha económica, sin embargo, lo prefiere, lo considera más flexible con el capital privado y más favorable a las inversiones extranjeras.  Además es crítico de las relaciones de su país con la Venezuela de Chávez y el Irán de los ayatolas, es decir más cercano a las posiciones de Washington.  Y no le entusiasma el Mercosur ni lo que llama concesiones a Argentina dentro de ese marco. En otras palabras es un desarrollista más nacionalista y occidentalista que Lula, quien es suramericanista y tercermundista. A lo que se añade algo de la soberbia de algunos intelectuales brasileños. Además, se presenta como muy religioso, es católico, aunque  no precisamente de las comunidades eclesiales de base, donde se formó Lula, amigo de los neopentecostales y enemigo del aborto.
 
En conclusión, lo que está en juego en la elección presidencial brasileña, más que la lucha contra la pobreza, es el Estado secular, la integración regional y una activa participación en la construcción del nuevo mundo desde el lado de la mayoría. Recordemos que «occidente» es sólo un 10% de la humanidad.

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