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Arraño y la patria chica de Pichilemu

Esteban Valenzuela Van Treek
Por : Esteban Valenzuela Van Treek Ministro de Agricultura.
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Son las fuerzas de la globalización monotemática que nos refugian en nuestra identidad para desde allí encantar la vida.


José Arraño Acevedo se acerca a los 80 pero escribe como adolescente, con delirio y el alma hinchada de todo prosista lírico tras el mito de su Pichilemu, la arcadia, la patria chica, el mejor lugar del mundo, el pedazo de provincia desde donde se construye el universo, decodificando su historia, sus nombres y sus rincones.

Son las fuerzas de la globalización monotemática que nos refugian en nuestra identidad para desde allí encantar la vida. Contra la fuerza centralista y el monopolio del poder y los medios, que nos muestran un país jocoso y monocorde que comienza en Reñaca y acaba en La Serena. Ruido y trastes argentinos, casinos y shows salseros, plata y bronceador, bodies and surfers.

Pichilemu es otra cosa y José Arraño, también miembro de «Los Inútiles» -aquel grupo literario fundado por Oscar Castro que ha generado una pléyade de literatura regionalista-, ahonda en la historia, el paisaje poético y la diversidad de una costa que se convierte en comarca de mil tesoros, como se lee en su último libro Pichilemu y sus alrededores turísticos.

Arraño no nos habla del último Ferrari, sino del paseo a la hora de la puesta de sol en alguna del centenar de «cabritas» o coches a caballo que se multiplicaron cuando el tren no llegaba aún al balneario y había que ir a buscar a los visitantes a los cerros de la cordillera de la costa. En su prosa no hay nada de discoteques y mucho del Parque Ross y su castillo-casino, las balaustradas y el gusto europeizante de Agustín Ross, mentor del pasado aristocrático del pueblo. Se descubre el «Pueblo de las siete viudas» de la guerra civil del 91, Ciruelos y su belleza modesta donde se bautizó el Cardenal Caro, Cahuial y la caleta de indios promaucaes que desde hace mil años comercializaban la sal.

Arraño es otra mirada y otro tono; afable, costino, silente. No se reivindica el ruido ni el sol, sino el paseo por Punta de Lobos, por los bosques, los días nublados y el viento, que invitan a salir del ocio de tirarse en la playa en el arte del voyerismo de estos otros balnearios paradigmáticos de fin de milenio.

No faltan las sirenas, la baja marea, los mariscadores y los romances antiguos en honor de la patria chica. Pichilemu ha sido descrito, escrito, re-escrito por nuestro José Arraño Acevedo, costino a toda prueba. De pluma dulce, lírica, serena, tres veces provinciana, orgullosa de este otro Chile, ajeno al ajetreo grotesco de los balnearios-malls de una torcida modernidad construida desde los sets santiaguinos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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