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Condenados a entenderse


Hubo una incomprensible omisión en el mensaje del día 21 de Mayo. Era aquélla la oportunidad de oro que tenía el Presidente para atrapar con generosidad y elegancia el guante blanco que Joaquín Lavín había puesto en el aire durante toda la campaña electoral. Lagos pudo convertirlo, con la magia de dos o tres párrafos de reconocimiento, en una paloma de paz, activando benéficos rayos alfa sobre las desconfiadas neuronas de los padres de la patria.

En medio del recelo político en que vivimos, este simple acto de buena crianza hubiera sido bastante productivo, además de balsámico.

La razón es clara: aunque a muchos nos haya costado admitirlo, el hecho político más relevante y rupturista del año 99 fue la actitud persistente de mano tendida que tuvo Joaquín Lavín en puntos que provocan inveterada alergia en algunos sectores electorales por él representados: derechos humanos, efectiva igualdad de oportunidades, reformas constitucionales, juicio a Pinochet…

Se podrá objetar con fundamento la sistemática descalificación de Lavín contra la política, su calculado simplismo «cosista», su personalismo algo demagógico. Pero lo cierto es que el ex alcalde de Las Condes, con su operación de descongelamiento de algunos temas casi tabúes y con su publicitada búsqueda de diálogo, abrió ampliamente el juego político y permitió un espacio mucho mayor de conversación y de negociación con el oficialismo e incluso más allá.

Por primera vez en muchos años, la derecha tiene un líder no fáctico e internamente respetado, que además fue capaz de poner orden en sus filas durante los procelosos meses de la campaña. Y lo hizo, contra todo pronóstico, con un libreto centrista, no confrontacional y suficientemente autónomo respecto a la vieja guardia del pinochetismo más basal. Todo un logro para un candidato que durante mucho tiempo fue considerado un mero producto de marketing.

¿Cómo ha aprovechado el gobierno de Ricardo Lagos esta positiva circunstancia? Por lo que aparece, lo está haciendo sin estrategia de medio plazo, sin concepto político rector, quizás con un ánimo instrumental. Lavín, aunque a algunos esto les suene paradójico, es en este momento una de las piezas fundamentales para el cierre de la transición y para la instalación en el país de una democracia homologable. Respetando y cultivando su condición de articulador de la Alianza por Chile y su capacidad de comunicador, se puede configurar un espacio político, en el cual maduren ciertos temas mayores y desde el cual despeguen importantes iniciativas para la definitiva normalización del país. Este es un trabajo lento -sin prisa y sin pausa- que poco tiene que ver con súbitas impaciencias y con emplazamientos propagandísticos. Un trabajo para una historia que intenta tender puentes entre los dos Chiles que en los tres últimos decenios han estado vigentes.

Por eso, no se puede prescindir por orgullo, por temor al protagonismo del adversario político, o por falta de imaginación, de un personaje como Joaquín Lavín, que, por la gran adhesión popular que ha suscitado y por el liderazgo que mantiene, es clave para lograr el nuevo pacto social que la actual sociedad chilena necesita.

Me viene a la memoria el tándem Adolfo Suárez / Felipe González, un hijo del franquismo y un líder del socialismo, cuyo entendimiento político facilitó la transición española, tan distinta y tan parecida a la chilena. Ojalá que, en otras circunstancias muy diferentes, pueda establecerse un sólido diálogo Lagos / Lavín, como representantes de dos mundos condenados a entenderse, de cara al definitivo despegue político y social de Chile.
Por eso eché de menos alguna alusión al candidato de la Alianza por Chile en el mensaje del día 21.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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