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Epica y ética


Cuando se fundó la Concertación, a mediados de los años 80, hubo dos cimientos básicos que sostuvieron un edificio destinado a durar por más de una década: la épica y la ética.



Había una épica mayor en dar la lucha contra una dictadura que por esos años todavía parecía inexpugnable; en denunciar las violaciones masivas a los derechos humanos que por esa época eran «presuntas» en la jerga oficial, para soñar, en fin, con un país sin temor, con verdad y con justicia.



Pero también había una ética superior a la del adversario. Era el tiempo de los escándalos de las casas de Pinochet, de las privatizaciones con nombre y apellido, era la podredumbre del fin de una dictadura que iba a teñir de oprobio a la derecha por muchos años.



Esas dos fuerzas tuvieron su clímax hace 12 años, cuando la Concertación logró su mayor triunfo histórico: el plebiscito del 5 de octubre. En los bailes callejeros de esa noche, la música estaba encantada por las notas de la épica y la ética.



Tras diez años de gobierno, el desgaste de la realidad cotidiana fue minando el primero de esos cimientos: la épica.



Sucesivos ejercicios de enlace, boinazos, leyes de amarre, bloqueo a las reformas constitucionales, juicios frustrados a Pinochet, la justicia «en la medida de lo posible», la persistencia de los enclaves autoritarios y un largo etcétera nos transmitieron un desencanto del alma y nos volcaron de la épica a la pragmática.



Pero quedaba la otra bandera: la ética. Esa acaba de derrumbarse en el gigantesco agujero negro de las indemnizaciones millonarias. La superioridad moral de la Concertación en materia de escándalos financieros, tras diez años de gobierno y diversos líos menores, todavía era superior a la de aquellos que profilaron del régimen militar. Eso ya se acabó.



Tengo la impresión de que el tema de las indemnizaciones tocó un nervio central del sistema de financiamiento «negro» de los partidos de la Concertación. Y de paso va a marcar durante muchos años el punto más bajo de esta alianza que ya estuvo hace unos meses a punto de perder el poder.



Si bien el gobierno del Presidente Lagos ha reaccionado con indignación y celeridad para frenar el deterioro de imagen que este escándalo supone, se ha topado con una nuez demasiado dura de roer.



Esto implica que se ha creado el efecto bola de nieve: todos los días el público ansioso espera nuevas revelaciones, que rueden otras cabezas y que se tomen nuevas medidas, mientras la oposición toma palco y aprovecha de echar un poco de leña a la hoguera.



Como ha sido atávico en todas las sociedades ante crisis como ésta, la resolución de este conflicto exige «sangre», un sacrificio ceremonial doloroso y probablemente injusto con las víctimas, pero necesario para mantener el sentido de autoridad de quien gobierna.



Está por verse cómo traduce esta receta el Presidente Lagos, pero su fino instinto de estadista tiene que haber llegado a la misma conclusión.



Pero además, como toda crisis, ésta alienta en su seno una oportunidad para diseñar y aplicar reformas de fondo al sistema de administración del Estado que evite la repetición de estos sucesos y que realimenten la superioridad moral de la Concertación.



No basta la indignación ni el sólo sacrificio: es el momento de repensar de verdad cómo se utilizan los fondos de las empresas públicas por parte de ejecutivos nombrados por partidos que, en muchos casos, esperan alguna retribución por ello.



Muy vinculado a ello, hay que discutir cómo reformar la ley de financiamiento de los partidos y, al mismo tiempo, reformar el sistema binominal que está en la base de muchos de estos problemas.



Pongo un ejemplo. En Correos en medio de la inmoralidad de las indemnizaciones millonarias, ha salido a la luz un antecedente poco conocido. El directorio -ahora destituido en pleno- ordenó en junio la contratación de Oscar Cruz como gerente de administración y finanzas; es decir, el puesto clave para el control de los fondos en una empresa pública.



Cruz también renunció calladamente en estos días tras revelarse que registraba Ä„más de 70 protestos de cheques!, muchos de los cuales se habían producido justo durante los pocos meses en que fue gerente de finanzas de Correos.



Cruz había sido propuesto para ese cargo por el presidente del directorio, el DC Emilio Soria, de quien es amigo. ¿Es esto una casualidad, un error, una inadvertencia?



Uno tiene derecho a pensar que no y que detrás de todo esto hay una gran maquinaria de financiamiento indebido de los partidos, de las campañas, de la operación general de entidades impedidas por ley de obtener recursos legales por otras vías.



Golpes como ese van minando la ética de una coalición atacada, además, por otros males más genuinamente políticos, como la declinación electoral histórica de la DC, y afectada por los coletazos de la recesión y el desempleo.



Hace unos días, sin previo aviso ni explicación, se abrió un hoyo gigantesco en Teatinos, a escasas cuadras de La Moneda. Algunos, equivocadamente, lo confundieron con «el hoyo radical», que eran los cimientos de un gran edificio proyectado en la época de los gobiernos radicales y que nunca se construyó.



Este, en cambio, era un hoyo nuevo. Días después estallaron uno a uno los escándalos de las indemnizaciones. Lagos no puede permitir que décadas después esto sea conocido nostálgicamente como el «hoyo de la Concertación».



Su obligación es encontrar el cemento y la piedra para reconstruir los cimientos de una nueva épica y una nueva ética para la alianza que nos sacó de la dictadura.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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