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Cuerpos y máquinas

Los conductores siguen siendo cuerpos, cuerpos de hombre en general, que trasladan, a su antojo, a otros cuerpos.


Santiago es esquiva, no se deja leer fácilmente. Abre su poema sólo en breves intersticios y luego lo oculta, confundiendo aquellas pequeñas ráfagas de luz con un espejismo. Parece mezquina, Santiago, y lo es, lo es en su fachada que se renueva para el dieciocho,lo es en la fachada continua que se repite bajo nuevas formas -en los Bloques, en las poblaciones, en los Condominios- para refractar la mirada que desea conocerla, manteniendo en secreto los sucesivos patios interiores que conforman su trama.



Se pinta, Santiago, y uniformiza su facha, pero sabemos que se muestra sólo cuando está fuera de sí. Sabemos que su columna vertebral no se halla siempre en el mismo lugar, no está anclada. Es preciso perseguirla en el movimiento, en la fuga, en la rotación.



Así las micros, tras las cuales corremos. Sus recorridos, sus rotativos, no llevan sólo a un destino, como lo desean los dibujantes de ciudades. Las micros mantienen sujeta a la ciudad, le hacen de atuendo y de contención. Proponen nombres por los cuales navegar. Otorgan palabras a la travesía, son cartas, cartas de viaje, planos que ensanchan los paisajes que conocemos, el más allá de los domicilios.

Pero la mercancía exige destinos precisos, una línea de producción.



La Dictadura tachó los nombres de las regiones del país y les sobrepuso la marca geopolítica de una cifra. La Transición tarjó el nombre de las líneas de micros, volvió intercambiable su traje en un amarillo oficial y compartido, les sobrepuso una cifra. Una cifra inequívoca y parca.



Mas el uniforme no hace al funcionario y las cifras aún no rigen las distintas velocidades de esta ciudad. Los choferes siguen siendo su pulso desacompasado y febril, ganando y perdiendo pasajeros, ganando y perdiendo estrechas carreras -marcadas por el reloj del soplón- por avenidas de igual angostura.

Los conductores siguen siendo cuerpos, cuerpos de hombre en general, que trasladan, a su antojo, a otros cuerpos. Cuerpos-máquina y cuerpos contra la máquina -Cobrador Humano, claman los autoadhesivos sobre los parabrisas de algunas micros últimamente, en resistencia al aparato cobrador-, cuerpos apegados a su propia máquina, cuerpos en situación con otros cuerpos. (Durante seis años escuché a mujeres callejeras, dirigentas de organizaciones comunitarias y otras ubicar reiteradamente en los ademanes de los choferes de micro uno de los poderes más manifiestos de la ciudad).



El apego de los choferes a la máquina se lee en letra cursiva, en la parte posterior de la micro.



La resistencia de las palabras a las cifras y al uniforme, el retorno de los nombres, el poderío entre los sexos, se halla escrita allí, en la parte trasera de la máquina, aquella que vemos sólo cuando ésta reemprende su viaje:



El depredador/El Especialista/El Peineta/El Calmao 2/El cachorro/Salvanadie I/El Galón /R y R/El Petrolero de Medianoche/El Romántico Viajero/El Canuto/Pobre Pollo/El Mariachi/Noé II/Matador/The Macana Brothers/Duro de Matar/Los Gilet/El Puma/El Mortal/Papá Hernán/El gran jefe/Vagabundo Inmortal/El regreso del Paco Loco//El guajira/El Halcón Milenario/El Jefe de Flota/El León/Sempiterno/Jennifer/Emita 2/La Katherine/Scarlett 1/Mi flor/La Marinella/Camilita/Vannia/Mi gatita/La Jaqueca/La nave/Mi reina/Carmencita/Mamita Julita/Esperanza/Mi Regalona

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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