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Cerrando temas pendientes


El procesamiento de Augusto Pinochet, por el secuestro y la desaparición de más de 70 chilenos, viene a cerrar un proceso histórico que sólo puede dejar lecciones a nuestros compatriotas.



Debe reconocerse que es la propuesta que formuló en 1998, el entonces candidato presidencial Ricardo Lagos, la que se impuso. Él siempre planteó la vía jurídica para la resolución de estos temas. Y no fue un camino expedito. Es difícil olvidar, por ejemplo, cuando los festejantes que se encontraban en la Plaza de la Constitución, el 16 de enero de 2001, interrumpieron y callaron al electo Presidente con el fuerte grito: Juicio a Pinochet!!.



Quienes estuvimos allí pensamos que ésta era una demanda que se convertiría en una verdadera piedra en el zapato del nuevo gobernante y pocos preveíamos la posibilidad que el sueño de los manifestantes se hiciera realidad.



Pero los porfiados hechos siempre refutan nuestros temores.



Nadie, antes de la detención en Londres de Pinochet, podría haber sospechado que los chilenos actuarían hasta con indiferencia frente a este hecho. En política ficción la sola configuración de un escenario similar nos hacía sudar frío.



Quien podría, además, haber previsto que los Tribunales, pese a las presiones ejercidas desde distintos sectores del país, investigaran y detuvieran a uniformados en servicio activo.



Pocos creían, también, en las posibilidades de éxito de la Mesa de Dialogo y en el reconocimiento que las Fuerzas Armadas hicieron de su participación de la brutal represión política de los ’70. Menos esperaban que éstas firmaran un documento en el que se admitía que los chilenos debían resolver los problemas del pasado para poder mirar al futuro y lamentaran su participación en las violaciones de DD.HH.



Son demasiadas las señales para ignorar que estamos frente a una crisis que desembocará, irremediablemente, en el término de una negra etapa de la historia chilena del siglo XX. Este es, prácticamente, el término de un proceso histórico en donde el esclarecimiento de la violación de los derechos humanos era un tema políticamente prioritario.
Es cierto que el ideal hubiera sido resolver todos los casos pendientes en este momento, pero los caminos para llegar a buen puerto en esto está garantizado en los tribunales de justicia. Y ello debe mantenerse así porque la sola discusión sobre este tema pone en riesgo los logros alcanzados.



Ninguno de nosotros tiene altura moral para pedirle a los familiares de las víctimas que aún no han sido ubicadas que olviden a los suyos, cuestión, además, que no se me ha atravesado por la mente. Pero resulta del todo necesario, y responsable, advertir del nuevo escenario político a estos deudos.



Siguiendo con la franqueza, hemos tocado fondo en cuanto a las posibilidades reales de avanzar en esta materia y debemos entender que condicionar el avance del país, a un tema que no tiene más alternativa política o jurídica, no es conveniente.



Claro, quizás desde las perspectivas individuales este llamado sea incomprendido, pero es correcto hacerlo por muy duro que pueda resultar.



Para quienes pertenecemos a una generación distante de la que convivió con estos crímenes, y ocasionó una crisis moral y política que derivó en la barbarie y la oscuridad, el dolor de quienes vieron arrebatados a sus seres más queridos del seno familiar nos angustia y nos duele.



Hemos aprendido de la inhumanidad para valorar la libertad y comprometernos con su vigencia. Y porque la tortura y el vil asesinato cometido a las víctimas de los derechos humanos no sólo son un ataque a la esfera individual de las víctimas, creemos que tal experiencia brutal es el capital moral para el futuro de Chile.



No se trata aquí de dar vuelta la hoja y hacer como que aquí nada ha pasado, por el contrario se trata de recordar a aquellos que por nuestra futura libertad y progreso debieron sufrir injustamente.



La memoria de los pueblos no es para martillar nuestra mente con el duro recuerdo sino para conocernos profundamente como sociedad. Los chilenos de los ’70 demostraron que pueden caer muy bajo, que son capaces de ser tremendamente ingenuos y descarnadamente inhumanos.



Esa es la lección, ahora a mirar adelante porque se inicia una nueva etapa, a caminar con paso firme en una ruta despejada de dudas y temores, abierta a la esperanza y la libertad.



*Vicepresidente Partido Liberal (PL)


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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