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Un autoflagelante va al siquiatra

La enfermedad consiste en una grave disociación entre el mundo, el que vive el autoflagelante y el mundo en el que le gustaría vivir. La segunda esquizofrenia se produce entre lo que el autoflagelante ha hecho en los noventa y lo mal que evalúa su obrar hoy. No está conforme. Vive insatisfecho. En el fondo de su sicología le abruma la inquietud por no poder complacerse con nada. Desea ser complaciente pero no lo logra. Ahí radica su dolor.


Agobiado por un grave desorden mental concurrí a ver al renombrado psicoanalista doctor Brünner.



Me había impactado el dictum de su obra publicado en El Mostrador.cl: La Concertación (una secta religiosa a la que pertenezco) no padece de cáncer terminal. Su enfermedad consiste en un quiebre en su salud mental provocado por los «autoflagelantes».



La enfermedad consiste en una grave disociación entre el mundo, el que vive el autoflagelante y el mundo en el que le gustaría vivir. La segunda esquizofrenia se produce entre lo que el autoflagelante ha hecho en los noventa y lo mal que evalúa su obrar hoy. No está conforme. Vive insatisfecho. En el fondo de su sicología le abruma la inquietud por no poder complacerse con nada. Desea ser complaciente pero no lo logra. Ahí radica su dolor. Y, tercero, el autoflagelante es un tipo disociado con su entorno. Hace alianza con los moderados de la secta. Muchas veces le debe mucho a ellos, pero en el fondo los odia y termina por morder la mano del que le da de comer. Este componente de la enfermedad es particularmente grave en la vertiente moderada de los autoflagelantes: Ä„se odian a sí mismos!



Ingresé lleno de temor filial a la consulta del doctor Brünner. Me recibió personalmente. Alto y distinguido, me señaló el diván donde debía tenderme. Rodeado de estanterías de libros, donde se escondía toda la cultura occidental contemporánea, Maritain, Marx, Marcuse y Von Hayeck, se hallaba el sillón donde se sentó mi psicoanalista.



Con ojos vivaces me invitó a tenderme y cálidamente me preguntó: «¿qué le ocurre?. La angustia me hizo sudar copiosamente y agitar mi cuerpo. «Doctor, le contesté, soy un autoflagelante. Cúreme por favor».



El doctor Brünner perdió toda parsimonia, se paró y me indicó con su índice acusador: «Señor, eso es muy grave, debemos iniciar la terapia inmediatamente». Extendiendo sus largos brazos hacia mí, me señaló: «No se preocupe buen hombre. Usted está consciente que está enfermo y este es el principio de su curación».



– «Empezaremos por una rápida asociación libre de ideas», me dijo, y tomó una pequeña libreta corporativa entre sus largas manos.



«Dígame qué le evocan las siguientes palabras»

– Mercado

– Lucro, le contesté

– Individualismo

– Egoísmo, le espeté

– Personalismo

– Dignidad humana, autonomía, derechos y deberes, le dije y sentí alivio

– Pluralismo

– Marxismo Leninismo Totalitario, le dije con rabia, y recordé los sesenta

– Modernidad

– Igual libertad para todos, y pensé en el niño que muere cada dos segundos hoy de hambre en el mundo

– Consumo

– Parque Arauco, Camioneta Montero, Tarjeta de Crédito, deudas…

– Autoflagelante

– Espaldas escarnecidas al rojo vivo, le grité con horror.




– Y la verbosidad me asaltó. «Dr. Para mí los autoflagelantes son personas que recorren el mundo golpeándose las espaldas con un látigo. Creen que este mundo es un valle de lágrimas. Que mejor hubiese sido no nacer, y ya que hemos nacido es mejor morir. No le ven sentido a la vida. No soportan su condición pecadora y ven el mal por todas partes. Yo, por el contrario, amo este mundo porque amo la vida y la posibilidad de hacer historia transformándome a mí mismo y a mi entorno. La muerte es una invitación ética para hacer de esta vida una gran obra humana y divina. El mal es el precio de la libertad humana, pues Dios nos permite pecar y no soporta un mundo sin libertad. Por eso no creo en los autoflagelantes de la Edad Media. No quiero ser un autoflagelante».



– «Muy bien», me contestó el Dr. Brünner. «Veo que usted divaga teológicamente. Bueno, en forma bastante vulgar, pero lo hace. Su madre debe haber sido muy religiosa. Católica quizás. Y su padre, severo pero librepensador».



– «Dr., le dije tímidamente, sin atrever a desnudar mi biografía familiar, ¿entonces puede curarme y ser un autocomplaciente? Porque esa es la terapia que propone, ¿no es cierto?»



– «La verdad, dijo el Dr. Brünner, es que no». Parándose de su sillón y dirigiéndose al diván donde yo estaba tendido me indicó con su mano que le hiciera un hueco y se tendió. Con aire solemne, como quien hace un balance de su vida, me dijo: «Toda mi vida ha sido un constante ir y venir. La verdad es que yo nunca quedo conforme con nada. Salto de autores, materias y preocupaciones. De aquí para acá. Creo que este es un mundo de radicales incertidumbres y complejidades insondables. Así es que mal podría ser un autocomplaciente. A propósito, ¿porque me pregunta por esto de la autocomplaciencia?



-¿Pero Dr., usted no es un autocomplaciente?, le pregunté



– «Por cierto que no, me dijo. Lo cierto es que unos colegas mal intencionados apodaron así a mi terapia que es más del asombro, la inquietud y el cambio. Del verdadero cambio, evidentemente».



– «Bueno, Dr. entonces estoy curado, porque si Ud. no es autocomplaciente, yo no soy autoflagelante. Porque yo creí que era autoflagelante, porque lo dijo Ud. en El Mostrador.cl. Pero si no hay autocomplacientes, no pueden haber autoflagelantes, que son su contrario».



– «Ud. es un nominalista, señor, me dijo. No basta con las palabras para resolver nuestro conflicto. Bueno, es tiempo de terminar. Porque los nuevos tiempos terminan todos Lo sabía? Tome estas pastillitas y vuelva el próximo sábado», me dijo, entregándome una dorada y moderna cajita de remedios: Complacientes.



Saliendo de la consulta, inmediatamente me engullí tres de ellas, siguiendo la posología indicada por el Dr Brünner. Un rápido alivio me embargó y sentí que el mundo se me abría ancho y hermoso. Sin embargo, la angustia volvió hacia mí cuando me pregunté: ¿podré esperar una semana? ¿será bueno esperar? Ä„odio esperar! y ahí me dí cuenta que nuevamente me estaba autoflagelando.



Continuará.



* Director ejecutivo del Centro de Estudios del Desarrollo (CED).



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