Publicidad

Pasando la cuenta

La tolerancia por la diversidad y los problemas objetivos que enfrenta la humanidad no permiten que un credo, por bien organizado que esté, tenga la última palabra en asuntos públicos y privados que afectan a moros y cristianos. La respuesta que sugiero a tan grueso dilema es el reconocimiento respetuoso de que las creencias religiosas son un asunto privado.


La declaración del Gran Maestre de la Masonería, quien hace precisiones acerca de la conducta omnímoda de la Iglesia Católica en todos y cada uno de los asuntos temporales del quehacer público y privado de nuestra nación y de los chilenos, ha encontrado respuesta por parte de la jerarquía aludida.



En dicha respuesta se pasa la cuenta por las buenas obras de la Vicaría de la Solidaridad en los tiempos de la dictadura, y se enrostra a muchos masones el vergonzoso silencio que observaron ante los atropellos que en ese régimen se cometieron.



Tiene razón el arzobispo al señalar esa falta que los masones cometieron, la cual comparten con una enorme cantidad de personajes nacionales, incluido, por cierto, el Poder Judicial, muchos de cuyos miembros son católicos.



Nada dice la respuesta de la Iglesia acerca de la prohibición del uso de la vacuna contra la viruela decretada por León XIII, solo un ejemplo de las medidas oscurantistas adoptadas por el papado en su larga historia.



La referida Vicaría realizó una labor de innegable valor, en un tiempo en que la denegación de justicia era pan de cada día para el sufrimiento de muchos. Por esa labor la jerarquía de la Iglesia, contra la cual el régimen militar no habría osado usar la violencia, se ganó un prestigio y reconocimiento que amplió su esfera de influencia y el poder que a través de ella se genera.



No olvidemos, eso sí, que hubo clérigos católicos para todo gusto, incluyendo comunicadores que otorgaron un respaldo explícito a los militares involucrados en torturas y asesinatos. No podrían aducir ignorancia o falta de información: creerán en muchas cosas, pero suponemos que no en pajaritos preñados y cerdos que vuelan.



La Iglesia tiene muchas puertas, muchas ventanas y muchas voces para acomodar todos los gustos y preferencias. Recuerdo haber oído a gente muy católica decir que el padre André Jarlan bien muerto estaba y lanzar improperios que involucraban al cardenal Raúl Silva Henríquez.



Pese a las gruesas diferencias que se manifiestan en el clero de un extremo a otro, en el momento de los quiubos, cuando se trata de consolidar su influencia u ocupar vacíos de poder, actúa como un solo cuerpo jerarquizado.



Todo se remonta a la «infalibilidad del Papa», decreto pontificio promulgado en la segunda mitad del siglo 19 que obedece a una amenaza creciente sobre el poder clerical ante el avance y consolidación de la sociedad secular.



El problema de fondo es definir el espacio y los límites del papel de la religión organizada en una sociedad secular. La historia de Occidente nos demuestra que el ejercicio del poder temporal con predominio de una determinada fe fue siempre un despotismo que condujo a actos que hoy consideramos bárbaros, crueles y difíciles de creer.



Antes de prohibir la vacuna para la viruela el papado autorizó la quema de herejes y hombres de ciencia, lo mismo que hoy nos horroriza del régimen talibán.



El Papa actual ha pedido perdón por un montón de cosas ocurridas en el pasado. ¿Algún Papa del futuro pedirá perdón por haber asistido la propagación del sida en Africa? Siempre hay muchas cuentas que pasar.



Concuerdo plenamente con el mensaje de los masones en cuanto a la excesiva influencia de la jerarquía católica y su permanente intromisión en el quehacer público. Para definir el espacio y límite que tendría el papel de un credo religioso es preciso encarar la cuestión de la fe, ese acto redundante de creer en sus creencias, e intentar proceder acorde a ellas para imponerlas a los demás, sean ellos creyentes en algo distinto, o simplemente gente que duda o no cree.



Quienes profesan un credo y lo sienten profundamente tendrán siempre la tentación de hacer proselitismo para captar adeptos, en la pretensión de hacerles el bien. Es una falta de respeto por la persona y su derecho a pensar.



En la sociedad contemporánea, altamente compleja e inserta en un proceso de globalización irreversible, la tolerancia por la diversidad y los problemas objetivos que enfrenta la humanidad no permiten que un credo, por bien organizado que esté, tenga la última palabra en asuntos públicos y privados que afectan a moros y cristianos. La respuesta que sugiero a tan grueso dilema es el reconocimiento respetuoso de que las creencias religiosas son un asunto privado.



Esta proposición no contará con el beneplácito de la aludida jerarquía, porque en esa fe ciega está la semilla de la tentación totalitaria, la cual -en este caso- no puede ser cuestionada en sus eventuales resultados por no poder someterse a prueba: sus resultados están en un mundo que nadie ha visto y jamás verá.



____________________

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias