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El desafío de enseñar a pescar

Una vez instaurada la llamada democracia en los ’90, muchos creyeron que ya no eran necesarias estas instituciones. Tendríamos un Estado que resolvería todos los problemas sociales. La anunciada «alegría para todos» definitivamente no llegó.


En un mundo donde los valores están más centrados en tener que en ser, donde los intereses individualistas por el éxito fácil están por sobre el bien común, las organizaciones no gubernamentales, ONG, han venido a trabajar por un desarrollo social más participativo y humano. En los ’80, tiempos difíciles para quienes pensaban distinto al régimen militar, éstas instituciones cumplieron un rol preponderante en la defensa y respeto por los derechos humanos y la recuperación de la democracia.



Las organizaciones no gubernamentales con un firme compromiso por el fortalecimiento del tejido social y una ciudadanía activa con mayor capacidad de incidencia se han esforzado por dignificar y darles un espacio a los marginados del poder.



En nuestro país los problemas de cesantía, la falta de oportunidades, el subdesarrollo, no han sido resueltos por el sector público ni privado. Frente a esto, las organizaciones no gubernamentales, tienen mucho que decir y aportar. Y así lo han hecho, visibilizando temas tan sensibles como los derechos civiles, derechos laborales, derechos de la mujer, derechos humanos, precarización del empleo, educación, infancia, sustentabilidad entre otros.



Para la recesión económica del 82 se acompañó a los pobladores/as de todo el país a través de las ollas comunes, el comprando juntos, la autoconstrucción, asesoría legislativa etc. Poco a poco se han legitimado y hoy son una voz reconocida y autorizada por la sociedad civil.



Sin embargo, el camino no ha sido fácil. Una vez instaurada la llamada democracia en los ’90, muchos creyeron que ya no eran necesarias estas instituciones. Tendríamos un Estado que resolvería todos los problemas sociales. La anunciada «alegría para todos» definitivamente no llegó. Por el contrario se instaura un espacio de indiferencia y pasividad. «El ningunismo» y el «no estoy ni ahí» se transformaron en filosofías de vida para muchos. Por su parte, las agencias internacionales de cooperación disminuyeron significativamente sus donaciones. Muchas ONG desaparecieron.



En tiempos de bonanzas con un crecimiento a un 7% anual, Chile, mostraba al mundo su mejor cara. Sin embargo, todo se vino al suelo con la llamada crisis asiática del 98. Ya no éramos los jaguares ni los ingleses de Latinoamérica. Volvíamos a ser partes del mundo subdesarrollado del que tanto nos ha costado salir.



Quienes han sobrepasado el ventarrón del exitismo fácil siguen alzando la voz por los derechos de los sin voz, por una sociedad civil con más protagonismos, para que no se siga destruyendo el medio ambiente, para que se respeten los derechos laborales, para terminar con la pobreza y el desempleo, por la tolerancia y la diversidad.



Ante la prevalencia del saber academicista y tecnocrático los equipos de profesionales y agentes sociales de las ONG vienen a trabajar por el derecho a voz de los excluidos. Más que el problema en sí se busca contribuir a la solución con la gente. Es el ciudadano y ciudadana que no tiene influencias ni «pitutos». Que tampoco son números ni cosas que plantean problemas, son personas y como tal merecen ese respeto.



No pertenecen al Estado ni son un partido político, pero no descalifican el aporte que puedan hacer estos organismos. Se valora quienes ayuden en la construcción de una ciudadanía activa y deliberante, donde la sociedad civil, tan invisibilizada en las grandes decisiones, no sólo sea invitada a participar cuando vienen elecciones. La construcción de una sociedad civil es una responsabilidad de todos.



Una buena parte de las ONG critica duramente el modelo de desarrollo actual, principalmente por su exclusión y enajenación humana.



Ahora que nos acercamos al bicentenario la voz de la sociedad civil debe estar presente en el debate acerca de la calidad de país en el que queremos vivir. Necesitamos visibilizar imágenes humanas de un Chile para todos. Con una democracia más participativa y con mayores oportunidades.



En la actualidad, las distintas ONG de la región y del país seguimos trabajando por mejorar los estándares de vida de los ciudadanos y ciudadanas, en especial los más pobres. Convencidos que nuestra misión no es dar pescados sino que enseñar a pescar.



(*) Sociólogo, director del Servicios de Estudios Regionales, SER. Concepción- VIII Región.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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