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Conflictos, sociedad y política

A alguien le escuché algún día que el legado del régimen militar no serían las violaciones a los derechos humanos sino una sociedad que había roto sus redes sociales y que operaba sobre la base de los distintos «ismos»: egoísmos, individualismos, hedonismo, consumismos, etc., todos internalizados en la lógica de cada uno de nosotros y que se revela desde el comportamiento humano personal y permea a entidades y grupos.


La muerte de tres jóvenes simultáneamente este fin de semana recién pasado, es más que un dato. La verdad es que cualquier muerte propiciada por acciones violentas es más que una cifra a verificar y cuantificar y supone el ejercicio crítico y una reflexión que hacer. Como señaló en televisión el Jefe de la División de Seguridad Ciudadana del Ministerio del Interior, esto revela un problema social de fondo que cruza todos los estratos socio económicos.



Tres jóvenes en distintos lugares de Chile perecieron producto de conflictos que concluyeron en la aplicación de violencia de parte de otros pares para definir la controversia. Discusión, intento de robo, cruce de palabras o lo que sea. Ninguna de las razones anteriores es motivo para concluir un episodio utilizando armas letales, ni siquiera portarlas. Resolver la diferencia no puede ser ajusticiar o privar a otro de un bien o de la vida.



El Presidente Lagos ha hecho presente una pregunta que ronda entre muchos y que tiene que ver con qué país estamos construyendo que «jóvenes que discuten terminan a cuchilladas!!». El ministro Insulza hace un llamado a concluir el debate de la seguridad ciudadana del modo en que se está llevando a cabo y conjugar el «nosotros» y con ello llama a una tarea de Estado que debe liderar.



En fin, hay cientos de declaraciones, reflexiones, llamados de atención, preocupaciones de todos los sectores y señales de alarma. Con razón, el fenómeno de la seguridad ciudadana se ha extendido de un peligroso modo que nada tiene que ver con que si se roban o no más gallinas o con el robo hormiga del supermercado a la vista, o con el «carterazo» en el Paseo Ahumada. Hay algo que subyace más al fondo.



A alguien le escuché algún día que el legado del régimen militar no serían las violaciones a los derechos humanos sino una sociedad que había roto sus redes sociales y que operaba sobre la base de los distintos «ismos»: egoísmos, individualismos, hedonismo, consumismos, etc., todos internalizados en la lógica de cada uno de nosotros y que se revela desde el comportamiento humano personal y permea a entidades y grupos. En suma, el legado es cultural. Algo de eso hay y aunque no puede ser señal de conformismo y explicación, hay que anotarlo como base de reflexiones estratégicas que organicen acciones hacia el futuro.



Por otra parte, a medida que Chile anota progresos, más se hace patente la violencia… física en este caso, pero no sólo la física. ¿Qué pasa? ¿Porqué si estamos, a mi entender, en un camino de desarrollo, ocurre que la sociedad se violenta tanto?. No será desde los hechos del fin de semana que pasó que sacaremos conclusiones definitivas, pero son una suma de cosas que anotan ciertas tendencias preocupantes y respecto de las cuales debemos asumir desafíos de verdad, profundos y convocantes.



Como hacíamos referencia al régimen militar hace un momento, también podríamos hacer referencia a una Iglesia que desde que mediáticamente desapareció de la pedagogía práctica y activa de la moral social y se le ve, a lo menos mediáticamente ocupada por la moral sexual como sujeto de acción comunicativa, hay procesos que crecen. Tengo la impresión que falta su actuar sereno, coherente y orientador de antaño, esa compañía permanente, que se sentía permanente como metalenguaje.



Hay algo de fondo que no venimos descubriendo hoy, pero sobre lo que hay que descubrir los velos y afrontarlos. Los Lagos, los Lavín, la sociedad en su conjunto. Decía Insulza hace un tiempo una frase de alto interés que no ha sido recogida para la reflexión de Chile. El ministro expresaba su desazón con el Chile de hoy donde en la política, por ejemplo, el adversario no buscaba a su contradictor para rebatir ideas y «pesarlas» de cara a la comunidad para la deliberación y adhesión ciudadana, sino que quería que ese adversario fuera preso. ¿Qué hay detrás de eso? ¿Qué se esconde tras ese comportamiento?



De los políticos, de todos, se espera acciones concurrentes y a la altura de los conflictos del Chile de hoy. Cuando Chile se da cuenta que las políticas sociales no entran a la casa de los más desfavorecidos, se crea el Chile Solidario para entrar a la casa de ellos y acompañarlos. Y somos modelo. Cuando Chile se da cuenta que la cultura empieza a ocupar un lugar central en la sociedad del 2010 se crea el Consejo de la Cultura y comienza a organizarse una estética distinta de mirar las cosas, y funciona. Cuando Chile se da cuenta que la sociedad del futuro requiere de innovación y tecnología, tiene Agenda 1,2, Digital, quiere Agenda Social para el contrapeso, el equilibrio y la integración y empieza a funcionar o por lo menos hay diálogo. Cuando Chile quiere parece que puede.



¿No será hora de abordar creativamente, de una buena vez, la sociedad que tenemos, de detenernos en el debate de fondo, de no arremeter con cifras, populismos o soluciones parches y abordar lo que todos sabemos?. Vivimos en una sociedad violenta, inmadura para procesar conflictos, intolerante para aceptar opiniones contradictorias, inhábil para procesar las debilidades humanas, con una increíble rapidez de juicio para referirnos a lo que no nos concierne, abrumada por lo mediático y las imágenes, asediados por los deseos de fama y dinero, con baja capacidad de comprensión, descreída, desorientadaÂ…



Me violenta que pasen cosas como la muerte de los tres jóvenes del fin de semana. No es primera vez y no será la última y a nuestra sociedad se le está demandando hacerse cargo del fondo.



Gonzalo Cowley P. es director del Instituto Chileno de Estudios Humanísticos, ICHEH.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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