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Pensar la energía en tiempos de contingencia y de fluidez


En tiempos de contingencia propios al postmodernismo se tiende a imponer una mirada de contador -con el perdón de los contadores- para los grandes desafíos nacionales. Son los tiempos de la fluidez, del discurso sin discurso. En ese contexto, el tema de la energía no es la excepción y su panorama es preocupante. Por un lado, ritmos de expansión acorde a los de un producto en sostenido crecimiento, elevadas rentabilidades asociadas a los negocios energéticos, un relativo mayor acceso a la energía y a energéticos más modernos, pero por el otro lado, de los recortes, de los apagones, de las pseudo indemnizaciones, de la desigual distribución de los beneficios, de los pangue, ralco, renca, petcoques y, peor aún, de la tenaz incertidumbre. Una mirada global da cuenta de un sector que lejos de constituirse en un formidable impulso para el desarrollo constituye un escollo para aquello.



Aumentar el producto y disminuir el consumo de energía



Pensar (la energía) en ese contexto significa considerar al menos tres elementos ausentes de un peculiar y limitado debate (semi)público:



El primero, la persistente apuesta por la expansión física en el desarrollo energético chileno. Chile crece y más aún su voracidad energética. Lejos de ser una virtud, tal comportamiento nos diferencia esencialmente de los países desarrollados. En éstos, crece el producto y disminuye el consumo de energía, o sea, lo contrario. En ese mismo orden de cosas, en Chile, las propuestas para enfrentar apagones, recortes y dificultades de corto y largo plazo son las mismas desde hace décadas. Y las miradas técnicas, institucionales y de política las mismas en democracia y dictadura.



La envergadura y persistencia de los problemas hace necesario una mirada distinta y que apunte a responder cuestiones como las siguientes: ¿Cómo y en qué usamos la energía?, ¿Qué hacer para disminuir la voracidad de nuestros sistemas (transporte, procesos industriales, mineros, etc.)?, ¿Qué fuentes de energía desarrollar dado el permanente incremento en los precios de la energía?, ¿Qué hacer para conciliar incrementos en los costos de la energía y las desigualdades sociales?¿Quién y cómo se pagan estos mayores costos? Abordar estas preguntas exige una mirada distinta. Distinta a la esgrimida hasta ahora en un Chile que pretende ser socio de la OCDE. Que no niegue sino de cuenta y asuma su realidad energética. Lejos de ser la única característica esencial de las propuestas reiteradamente ensayadas y de evidente agotamiento, la apuesta por la expansión física del sistema (u oferta) es la más emblemática. Y la menos sustentable.



(Re)pensar el Estado



El segundo elemento, obliga probablemente a un desafío mayor: (re)pensarÂ…el Estado. Veamos porqué. En la persistencia de adoptar políticas erradas o al menos agotadas y que no resuelven los problemas (energéticos) sino que los postergan, buena responsabilidad le cabe al Estado. No es posible a estas alturas seguir afirmando que el sistema energético chileno y el eléctrico, funciona bien o sin problemas, lo que es lo mismo pero no es igual. Los problemas son múltiples y variados: desde el funcionamiento de los mercados, pasando por aquellos relativos a la calidad en el suministro, de la oportunidad de las inversiones, de los problemas ambientales conocidos, declarados y reconocidos o no, de la judicialización de su desarrollo (paradójico en tiempos de mercados privatizados!) y una larga lista de etcéteras. O sea funciona bien para algunos pero los problemas impactan a todos. Por ello no es lo mismo.



La negación de este brevísimo conjunto de problemas y su extensa cohorte de etcéteras, ha conducido a los responsables de las política energéticas a la adopción de propuestas funcionales/proporcionales a los tiempos de las tasas de interés, las que por definición son de corto plazo. Si bien ello es comprensible en tiempos de fluidez y de negocios, no lo es desde el punto de vista de los deberes del Estado. En verdad, las respuestas a preguntas como las previamente listadas superan con creces los tiempos de la fluidez. Se requiere de una visión integral. De largo plazo. Se requiere de otra visión y percepción. Que piense en el ciudadano y luego, sólo luego, en el consumidor y los inversionistas.



A no ser que yo (nosotros), mal informado(s), no me haya enterado que se ha sustituido definitivamente a los ciudadanos por tales entelequias, respetables pero segundas cuando de pensar el bien común se trata. Si por décadas el Estado no da muestras de «voluntad política», por omisión o error, es probable que sea necesario (re)pensar el Estado y de este modo atisbar pensar en nuevas opciones. Oportunidad para otras opciones. La tarea trasciende el tema de la energía, no cabe duda, pero es bueno dejar claro aquello a la hora de diseñar propuestas y elegir sus/ instrumentos.



Necesaria visión global



El tercer elemento ausente de este particular debate tiene que ver con la necesaria visión global y sustentable del tema energético de la cual las propuestas actuales y pasadas carecen. ¿Es posible sostener que el problema de vulnerabilidad de la matriz energética se resuelve trayendo gas natural comprimido? ¿O construyendo más centrales hidráulicas? O como sostienen unos: ¿Fomentado centrales a diesel y carbón, en zonas saturadas o con condiciones ambientales precarias?,¿Y todo ello a qué precio? Y pagado por quiénes y qué renta a cuantos?¿Y es posible abordar el problema de nuestra matriz energética soslayando el mercado de derivados del petróleo y su peculiar forma de funcionamiento, formación de precios, creciente concentración y rentabilidades.



Algunos consultores y académicos, todos nenesaúnregalonesde, forjados en la condescendencia y en el público aplauso del modelo energético chileno, han afirmado incluso que de hecho el problema de oferta energética (y eléctrica en particular) no existe. Que bastaría un aumento de precios (tarifas) en un modesto porcentaje para mágicamente resolver el problema por el lado de la demanda! La ecuación en tiempos de fluidez no exige contar las desigualdades, ni el número de «desiguales» que ven sus cuentas aumentadas. Ni tampoco registra el impacto en los costos de la salud pública y privada derivada de soluciones energéticas contaminantes para cuencas enferma (diesel ciudad, carbón, etc.).



Llama la atención que en el discurso sin discurso que se ha impuesto en el ámbito de la energía no tiene cabida la experiencia de países desarrollados. Me refiero a la experiencia exitosa. Y sin duda que las hay. Mirar aquellas serviría para a partir de allí, evaluar opciones, posibilidades y potencialidades en nuestro país. Nos permitiría parar una verdadera propuesta, otra propuesta, que combine y conjugue los diversos desafíos involucrados si descuidar uno de sus aspectos en detrimento del otro, ni resolver problemas de oferta castigando a los más pobres, ni soluciones aparentes a la vulnerabilidad de nuestra matriz a costos mayores y ambientalmente inaceptables.



La adopción de una propuesta política energética verdadera es una de las tareas centrales de un país con vocación de desarrollo, inserción y de igualdad de oportunidades.(Extraído del proyecto: Sin petróleo y sin gas pero con ideas, de Miguel Márquez).



Miguel Márquez. Economista. Centro de Estudios Ambientales. Profesor Adjunto Instituto de Economía Universidad Austral de Chile.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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