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Delfos, Freud, Gallup y los oráculos


El siglo XX no aportó tantas novedades a la vida como se cree sino que vino especialmente a sofisticar inventos ya conocidos como es el caso de la guerra, para que la gente se mate en mayor cantidad y con suficiente eficiencia. Lo mismo hizo con las técnicas de predicción del futuro mediante la invención del psicoanálisis y las encuestas. Una sirve para la vida personal y la otra para la vida social. No es una mera coincidencia que en 1933 Sigmund Freud publicase su «Nuevas conferencias de introducción al psicoanális» y sólo dos años más tarde, Jorge Horacio Gallup fundara el renombrado Instituto de sondeos que lleva su nombre.



A partir de entonces, así como nadie puede tomar la decisión de casarse o divorciarse sin consultar antes a su psicólogo o siquiatra, según sea la gravedad del caso, tampoco puede un gobierno, por ejemplo, mandar un proyecto de ley al Congreso o una empresa lanzar al mercado un nuevo diseño de calzoncillos, sin tener antes una encuesta que mida su impacto social.



Los más adictos a las encuestas son los candidatos a algo. Un candidato puede no tener carisma, dinero para la campaña o programa político, pero no pueden faltarle las encuestas. Es la única forma de saber donde se está y dónde están los adversarios, cuáles son sus fortalezas y cuáles sus debilidades. La encuesta es el principio y el fin. Por ahí se parte y por ahí se termina. ¿Por qué la oposición acaba aplaudiendo al Gobierno de Lagos? Porque las encuestas lo respaldan. Unos entran y otras salen de la campaña presidencial por los resultados de las encuestas.



Se supone que lo que hacen los candidatos debe tener efecto en las encuestas, pero las cosas se complican cuando son las encuestas las que tienen efectos en los candidatos. Y el devenir electoral se convierte en barras de gráficos que representan lo que pasaría el próximo domingo, pero el mismo gráfico provoca cambios en los candidatos que hacen que las cosas cambien antes que el domingo llegue, y ya la primera encuesta quedó desfasada. Así caemos en una vorágine de sondeos cortos, y en 24 horas incluso sondeos on-line con muestreos en tiempo real porque la causa y el efecto se aceleran y ninguna encuesta consigue ser la última y definitiva.



La gente puede que no se inscriba en los registros electorales pero participa en todo tipo de encuestas telefónicas. Internéticas, callejeras o televisivas incluso para decir que no sabe o no contesta, aunque la llamada le cueste 200 pesos. En un país como Chile en donde la gente siente tanta atracción por las diferencias sociales, le preguntan si le gusta la igualdad y todos dicen que por supuesto. A la semana siguiente todos los candidatos ponen la igualdad en el primer lugar de su programa y ahí se empiezan a equivocar porque cuando un chileno dice «por supuesto» no significa nada.



Desde tiempos inmemoriales el hombre, asumiendo su debilidad ante el destino, se puso en manos de poderes que le orientasen en su peregrinar hacia las estrellas. Los individuos que sabían leer los misteriosos designios de los dioses eran ungidos por encima de los demás mortales como oráculos cuyas profecías, aunque fatales a veces, tenían el valor de la certidumbre.



El hombre moderno, incluyendo en este concepto a los chilenos, sigue padeciendo el mal de querer saber de antemano para donde hay que ir o para donde se encaminan irremediablemente las cosas. Solo ha crecido la gama de artes adivinatorias que tenemos al alcance de la mano: augures, quirománticos, gitanas, chamanes, cartománticos, o predicadores, que han pasado a ser parte del paisaje cotidiano como un día lo fueron los extinguidos zapateros remendones o las modistas que zurcían medias de nylon ayudados de una ampolleta.



La diferencia que aporta la encuesta es que su producción supera la escala personal y asume dimensión empresarial en sintonía con un mundo de mercado. Mientras nos preocupe el futuro será válido pedir una encuesta para que no nos pille desprevenidos. Ä„Ay! de aquél que desprecie el resultado de las encuestas. Ä„Ay! de aquél que se invente encuestas a su pinta. La regla es creer o no en ellas según te convenga pero siempre hay que hacerles caso.



Si las encuestas dicen que va a llover, sal a la calle con paraguas. Siempre será menor el ridículo de llevar paraguas con un sol radiante que no atender los resultados de una encuestas.



¿Está usted de acuerdo con esta afirmación?





Enrique Sepúlveda R. es abogado.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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