Publicidad

Delincuencia, medios y derecha autoritaria


Las derechas lograron imponer el tema de la delincuencia y de la «inseguridad ciudadana» en la competencia electoral. Lo hicieron en un contexto de déficit de debate democrático y apoyándose en las lógicas de espectacularización del dispositivo mediático televisivo.



La campaña que la UDI y Joaquín Lavín martillean sin cesar en la opinión pública se apoya en la separación de dos términos: la delincuencia y «el miedo a la delincuencia». El aparato de justicia, la policía y las organizaciones populares tienen por tarea actuar sobre la primera. Pero la UDI se posicionó como operador político de la segunda. En otras palabras, las derechas explotan el sentimiento de inseguridad de la gente apoyándose en una televisión sedienta de emociones y hábil en construir imágenes fuertes.



Paradójicamente, el período eleccionario es un momento privilegiado para poner a la sociedad en estado de debate ciudadano. Los instrumentos para hacerlo son la palabra para convencer, la racionalidad en las ideas y los argumentos que se proponen al intelecto y no a la emoción. Este ejercicio político toma tiempo y se erige a contrapelo de la lógica de la urgencia de las elites políticas y de la inmediatez de los medios.



Los ciudadanos tendrían que participar en el debate en su calidad de iguales. Sin armas, ni fortunas, ni rango, declara el politólogo norteamericano Michael Walzer. Son las condiciones de existencia de un espacio público que no debe ser «colonizado» ni por los poderes dominantes ni por el dispositivo mediático audiovisual, afirma el filósofo alemán Jürgen Habermas. Se trata de un paradigma, de un Ideal democrático, «de la formación libre de la voluntad popular por medio de la discusión pública» (Habermas).



El valor democrático de la información en este proceso es evidente. Los medios son el Cuarto Poder, demás está decir que deben respetar ciertos criterios para que los ciudadanos tengan acceso a una buena información. La información debe ser objetiva, equilibrada, significativa, responder al interés general y sin las dramatizaciones de la ficción. Pero la teatralidad que impregna al medio televisivo y su dependencia de la publicidad -por lo tanto, de los ratings- lo convierten en un esclavo de la imagen. Tanto el sensacionalismo como la lógica del espectáculo son consubstanciales al medio televisivo, elemento clave de la comunicación política.



La televisión pretende mostrar la realidad desnuda, «tal cual es». En la práctica los canales juegan con la confusión de los géneros -el informativo y la ficción- inherente al «periodismo» televisivo. Fenómeno puesto en evidencia en los telenoticieros y reportajes donde el texto acompaña a la imagen para producir y comunicar un mensaje de espectacularización de la violencia y de trasgresión del «orden». En tres minutos, las diversas noticias, al actuar cada una en registros diferentes, pueden romper con la supuesta normalidad del estado de cosas, escenificar el poder y generar inseguridad.



El ángulo de la cámara discrimina, selecciona, da significación y codifica. Así se manipulan las conciencias y se construye, jerarquizando prioridades, la agenda mediático-política. Se sugiere qué pensar, y sobre qué tema opinar. La subjetividad de todo proceso informativo se oculta detrás de la pretendida neutralidad de la imagen y del texto informativo. Relegando así, a un tercer plano, esferas importantes de la actualidad social y política del país.



Pero qué casualidad, no hay imágenes para la criminalidad globalizada de cuello blanco y corbata, ni para los crímenes y delitos donde hay militares involucrados, como tampoco las hay para representar el brutal asesinato de un joven punk trabajador y de homosexuales de Valparaíso por bandas neonazis procedentes de «clases medias altas» viñamarinas. Tampoco ninguna cámara registró las desapariciones, ni las torturas en el enclave de Villa Baviera, ni el lavado de dinero y el consumo orgiástico de drogas en los barrios altos.



Como tampoco hay imágenes para relatar la desigualdad, la explotación implacable del capitalismo neoliberal, la crisis familiar, la alienación, el cansancio transformado en stress después de largas jornadas de trabajo extenuantes. Estas vivencias se dan en relaciones sociales; son vividas. Por razones ideológicas, culturales y comunicacionales, ellas no le interesan al dispositivo mediático.



En efecto, es más fácil construir (re-presentar) una atmósfera poblacional de delincuencia y de inseguridad. Basta que la cámara haga un plano sobre jóvenes fumando o caminando en grupo, ponga una patrulla de carabineros cerca (con ulular de sirenas y luces girando), filme la actitud de ambos grupos y enuncie (sugiriendo) un comentario donde aparezcan las palabras, droga, narcotráfico, violaciones, hampa, los alias («El Huacho», «El Negro», «El Pato Malo»), para que se imponga un escenario y una población delictual. Tanto mejor si un vecino cualquiera incrimina y pide más vigilancia. La demanda de «mano dura» parece obvia.



Estamos en plena construcción mediática de la categoría del «antisocial». El discurso autoritario golpeará; juzgar rápido, con penas severas, encerrar, «en una isla», si es posible (J. Lavín).



El truco es el siguiente; entre las diversas formas existentes de delincuencias la derecha quiere construir una que le sea funcional. El objetivo es criminalizar, categorizar, «perfilar», lo que Laurent Bonelli, investigador francés llama los «ilegalismos populares», y Zygmunt Bauman, «las consecuencias humanas de la globalización».



En el plano político, la estrategia de las derechas y el discurso de cuño autoritario-además de activar el miedo en las «clases medias» y desviar la atención del tema de la desigualdad- persigue movilizar a los medios, así como ejercer presión sobre los legisladores y los aparatos jurídico-policiales del Estado. Su objetivo a largo plazo es criminalizar la precariedad social, la cesantía, la disfuncionalidad, las carencias en educación y la pobreza de los sectores sociales fragilizados por la implacable explotación del modelo neoliberal.



Se ignoran por lo tanto las formas más discretas, funcionales, burguesas y toleradas de delincuencia financiera, política, económica, ambiental y empresarial.

Una vez construida la figura de las «clases peligrosas», las derechas quieren eliminar la amenaza. Presionan para que el poder legislativo, el aparato policial y la justicia implementen las técnicas de vigilancia-control-castigo y la penalización de la marginalidad. La solución sería la «mano dura» y el gatillo fácil. Clara reminiscencia del orden añorado.



Además, otro componente ideológico, neoliberal, se añade al proyecto autoritario represivo; «la responsabilidad individual». Es decir, la negación de las causas sociales e históricas de la delincuencia en los sectores populares y proletarios.



Es imposible que la riqueza ostentosa de algunos y los crímenes impunes de otros no tengan algún efecto en la conciencia legal y la percepción social del delito de amplios sectores que «no deben estar ni ahí» con los discursos considerados hipócritas de las elites, de quién se piensa a la luz de hechos fehacientes, «que roban a destajo».



Nadie ignora que las transformaciones político-sociales que Chile ha vivido han impactado la morfología urbana generando, desestabilizaciones, cambios bruscos de mentalidades y formas nuevas (algunas brutales) de delincuencia. Sin embargo hay que comprenderla, en la configuración social que le da sentido, restituyendo el conjunto de eslabones de interdependencia, para enseguida actuar. Ésta ha sido siempre la actitud de la izquierda.



La delincuencia en las poblaciones tiene causas sociales, y entre ellas, la marginalidad, la exclusión, la pobreza, el sentimiento de injusticia social y las profundas desigualdades.



Porque una cosa es el crimen y la delincuencia, que siempre han existido, y otra cosa es la manipulación del «miedo al crimen y a la inseguridad» que la UDI y Joaquín Lavín han comenzado a explotar desde hace no más de 10 años.



Confrontada a tal ofensiva previsible de Lavín y Piñera, la candidata oficialista pisó el palito. Si bien, declaró con razón, que «el problema era complejo», luego se sumó a la exigencia autoritaria afirmando que 5.000 carabineros más contribuirían a resolver el problema. Imposible. Es tiempo de debatir, argumentar y responder desde una perspectiva social y de izquierda a la ofensiva conservadora y represiva de la derecha autoritaria.



_____________________________________________________





Leopoldo Lavín Mujica es profesor del Departamento de Filosofía del Collčge de Limoilou, Québec, Canadá. (leopoldo.lavin@climoilou.qc.ca).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias