Publicidad

Los Hermanos Caradura


Cuando muchos suponíamos que en materia de volteretas políticas, amnesias deliberadas, hipocresías varias y populismos desaforados la derecha nos había mostrado casi todo su arsenal de triquiñuelas, he aquí que el debate de la CNN y el Canal 13 nos han vuelto a recordar que estamos en presencia de un tipo de conducta mediática contumaz e incorregible, la que a estas alturas parece haber pasado a formar parte consustancial de la personalidad más intima de las fuerzas conservadoras chilenas.



Dicha conducta, si lo estima necesario, no trepida en vestirse con ropajes, ideas, principios y objetivos ajenos con tal de tratar de alcanzar sus fines. Por lo mismo, no es de extrañarse que los líderes del sector se comporten como auténticos y consumados caraduras, y que empeñados como aparecen en salvar aunque solo sean los desvencijados muebles del vendaval electoral que se avecina, no vacilan en encaramarse hasta nuevas y cada vez más altas cotas de desenfrenado oportunismo y demagogia. Y todo aquello con un desenfado, frescura y naturalidad verdaderamente magnífica y sorprendente.



Una vez finalizado el debate de marras, me quedé pensando en que era muy probable que los televidentes extranjeros se hubiesen quedado con la impresión, ciertamente equivocada, de que los pobres habían pasado a convertirse en verdadero objeto de culto y preocupación principal y quizá única de las clases conservadoras y pudientes chilenas. Y que hipotéticamente aquella novedad correspondiera a un nuevo milagro del padre Hurtado, suya santidad habría logrado quizás recomponer su relación con los mismos que hoy lo festejan y que ayer lo denostaban y no reparaban en epítetos y descalificaciones para abominar de su opción por los pobres de entre los pobres. Y, en consecuencia, lo visto y oído daba para pensar que los pobres chilenos, teniendo como firmes aliados a la derecha, el centro y la izquierda, habrían pasado a encarnar la precariedad más bienaventurada, mejor aspectada y más optimista en el futuro de cuantas pueblan la tierra.



Tal impresión era perfectamente posible de ser construida, por cuanto a juzgar por el tono de denuncia y por momentos de apasionada indignación moral con que los abanderados derechistas expusieron sus críticos diagnósticos y recetas salvadoras sobre la realidad económica y social chilena; considerando el entusiasmo y la aparente convicción con que comprometieron sus mágicas recetas para la superación de la condición «de los explotados y vilipendiados del campo y la ciudad», y teniendo en mente el entusiasta razgamiento de vestiduras con que toda esta función fue representada, dichos desprevenidos televidentes no podrían dejar de suponer, sobre la base de tan categórica evidencia, que todo aquellos discursos debieran implicar, cuando menos, que la pobreza y toda laya de inequidades, injusticias e inseguridades sociales en esta larga y angosta faja de tierra debían de tener por fin sus días contados.



En otras palabras, que las peroratas de Lavin y Piñera significaban que la derecha criolla y las fuerzas del conservadurismo en general estaban experimentando una derrota estratégica y enajenándose por lo mismo de su ideario tradicional, y abandonando de súbito su papel histórico como valuarte de los intereses creados y de obstáculo para el progreso social. ¿Que otras cosas se podría pensar ante tamaño y aparente consenso entre tirios y troyanos en beneficio de los pobres, sino que el futuro esplendor de Chile en materia económica y social estaría sobradamente garantizado por semejante Santa Alianza?



Sospecho incluso que más de algún televidente, chileno o extranjero, pudo haber llegado a la peregrina conclusión, viendo y escuchando a estos buenos y locuaces muchachos, que hasta la derecha más acérrima de raigambre pinochetista había terminado por rendirse ante el ideario progresista, y que tal enseñoreo de buenas intenciones y miramientos ante los más débiles y desvalidos, debiera de asegurar la más entusiasta colaboración de las huestes derechistas para con el inminente gobierno progresista de Michelle Bachelet.



Desgraciadamente nada de aquello es cierto, ni mucho menos. Lo que sí lo es, y es preciso reconocer hidalgamente, es que en medio de todo ese bombardeo de grandilocuencias, verdades a medias y rampantes mentiras e imposturas que los abanderados derechistas nos propinaron a mansalva, hubo al menos dos momentos altos y memorables en que los televidentes nos sentimos genuinamente desbordados en nuestra insondable capacidad de asombro.



Aquello, en vista de que los pretendidos próceres y paladines de la justicia social aparecían, desde el fondo de sus oscuros y bien cortados atuendos, haciendo aseveraciones y emitiendo juicios en que se superaban a sí mismos respecto a anteriores «performances», y haciendo por lo mismo añicos cualquier marca previa que hubieran podido establecer en materia de verborrea demagógica.



La historia patria, o más bien los historiadores que se ocupan de consignar sus hechos, habrán de hacer justicia a don Joaquín Lavin Infante y anotar en los libros, claro que con una necesaria anotación aclaratoria a pie de página, que una vez siendo candidato presidencial en representación del sector político que más fielmente apoyó la dictadura militar que prohijó a la plutocracia chilena, el caballero tuvo la suprema audacia de auto proclamarse como el abanderado de los pobres.



Una declaración que merece en justicia ser estimada y registrada entre las más hilarantes e insólitas de cuantas se pueden encontrar en medio de la abundante recopilación de tonteras y mentiras monumentales proferidas por nuestros políticos en todo tiempo y lugar. Y en tal sentido, solo comparable a la pretendida y todavía alegada «demencia senil subcortical de leve a moderada» del general Pinochet. O, si se quiere, asimilada en estridencia ramplona a las insistentes declaraciones del general Contreras señalando enfáticamente que la DINA era poco menos que una entidad humanitaria y que jamás torturo y menos asesino a indefensos ciudadanos.



Sobre este episodio, espero y confío que alguna vez conoceremos el detalle de sí resultaron más sorprendidos los primeros y más directamente afectados (los pobres). O si por el contrario se sintieron más defraudados y acaso traicionados los segundos (los ricos), junto con sus billeteras, frente a semejante golpe a la cátedra de parte de quién, hasta el debate mismo, debían de considerar con toda razón y fuera de toda duda, un defensor convicto y confeso de las ideas económicas, sociales y culturales, de los fundamentalismos ideológicos y de los intereses más irrenunciables concretos y permanentes de los sectores sociales adinerados.



El otro momento alto de la clase magistral de cinismo que nos brindaron los prohombres derechistas, como ya seguramente adivinan, está representado por el gracioso e inconmensurable alegato de Sebastián Piñera contra la concentración desenfrenada de la riqueza, la desigualdad social, las nefastas prácticas monopólicas, el siempre incierto futuro de las clases trabajadoras y los pobres en general, y otras lindezas que no pude retener en detalle, por estar para entonces riéndome a mandíbula batiente de tamaña desfachatez y desmesura.



Supongo que semejante impostura no requiere de comentarios adicionales, puesto que todos bien sabemos de la ausencia de títulos que puedan asistir al personaje para siquiera referirse a asuntos que le tocan tan de cerca. Salvo quizá mencionar, por lo ilustrativa de la aseveración, su confesión de haberse preparado toda la vida para ser presidente de Chile, ejercicio de franqueza que hay que admitir, jamas habíamos escuchado de boca de ningún político. Incluso de quienes sabemos positivamente que han atesorado el sueño presidencial desde la más tierna infancia.



Si alguien quisiera levantarle cargos a Sebastián Piñera por ambición desmedida de poder, podría argüir el viejo aforismo legal que reza que «a confesión de partes, relevo de pruebas». O suponer, en subsidio, que lo que quiso significar Piñera con su confesión innecesaria, era que primero se propuso ser rico para luego y desde allí alzarse como presidente y cerrar el círculo de su vida.



Hay que admitir, no obstante, que aquello que nos hizo saber Piñera con su declaración es bastante menos grave y criticable que lo que hizo a su turno el general Pinochet. Ese triste y abyecto personaje al que nadie hoy menciona ni siquiera para denostarlo y que recorrió el circuito exactamente al revés de lo que pretende hacer Piñera. Aunque también viendo frustradas sus esperanzas de realizar completamente sus ambiciones, en su caso, de querer ser presidente a todo trance, con el objetivo de valerse del cargo mal habido y peor servido, para hacerse millonario.



———————————————————-



Carlos Parker Almonacid es cientista político.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias