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Imagino


Claro. Un día en Nueva York, después de despedirme de mi padre quizás por última vez. Un día en Nueva York. Del brazo de mi amiga Carmen, a quien no veía hacia 17 años.



Después de la llegada, ponerse al día, los amigos y muertos comunes, nuestro trabajo común en Radio Chilena entonces, ella en Nueva York, yo en Alemania en mi pequeña provincia lluviosa en bicicletas…



Y salir a Nueva York. A ese delirante monumento, ese bello terrible monstruo tantas veces soñado, visto en películas y postales. Caminar, hundirse bajo tierra, salir a un sol radiante, en medio de multitudes y tortícolis de mirar siempre hacia arriba, porque aquí los cielos -ya saben por qué- no tienen comezón.



Tomada firmemente del brazo de Carmen llegamos al Central Park. Tengo dos sueños para este único día en Nueva York.



Primer sueño:



Entramos al Metropolitan Museum of Art a los templos egipcios, arrancados completos -en todo su tamaño y esplendor- desde Egipto. En medio de Nueva York, toco las paredes, los jeroglíficos originales que descifrara Champolión. Hipopótamos azules, joyas, retratos pintados, magníficas esculturas, miniaturas perfectas. Escenas completas de la vida cotidiana. Una mujer amamantando a un niño mientras otra le peina los largos cabellos. Un grupo en barco. Figuras serenas, estilizadas que me dejan muda, por lo que fue y no supe…



Segundo sueño:



Tras las huellas de John Lennon, al otro lado del Central Park, donde la calle que lo atraviesa está sólo abierta a los cientos de deportistas, ciclistas, parejas con guaguitas en coche e «inline skates». Primero el edificio lujoso donde aún vive la Yoko Ono. El lugar del atentado. Al frente comienza el Strawberry Fields. Parte del Central Park está convertido en homenaje a Lennon. Seguir por una callecita entre los árboles invernando, descubrir una lápida circular de minúsculos azulejos de bellas figuras en el suelo. Sólo una palabra: «Imagine». Nada más. Me saltan las lágrimas. El asesinato de Lennon transformado en poema vivo. Me siento en un banco. Miro la gente pasando, acercándose, padres explicando a sus niños, tarareando melodías de los Beatles. Algunos depositan flores. Alguien deja un CD. Otro comenta: «A lo mejor le gusta a la Yoko».



«Imagine».



La palabra me golpea, me hace correr lagrimones otra vez. Era Vietnam. Era el movimiento hippie. Era el Chile de la UP y antes. Era nuestro derecho a soñar realizado. Lennon asesinado, otros también asesinados. Pero la poesía quema a mis pies, me grita que no debo dejar de soñar. En otra lápida a Lennon se juntan chilenos, comentando la abrupta buena salud de Pinochet al llegar desde su prisión de Londres a Chile. Nos reímos sin conocernos. Una extraña risa que no es burla hacia Pinochet, porque Pinochet se burló una vez más de nosotros.



«Imagine». Ä„Qué falta que nos haces, Lennon! Defender las utopías desnudo, en cama, el derecho a soñar, imaginar un mundo justo sin guerra, sin explotación. Cómo cambiaron los tiempos, cómo hemos callado la voz, casi con temor a parecer ridículos.
Recuerdo mi último viaje a Chile, cuando unos lolos nos gritaron «Ä„viejos hippies!». Eso. Soy vieja hippie. Y qué.

Mañana voy a Colonia a la televisión alemana con Raúl, a quien torturaron de jovencito y desaparecieron a su padre en Pisagua. Nos preguntarán del regreso de Pinochet. Y yo pensaré en aquel poema de las utopías quemando mis pies: «Imagine». Mientras los rascacielos de Manhattan nos van rodeando oscuros a medida que el sol se pone. Y tengo la clara noción que aunque seamos viejos dinosaurios, las utopías no morirán.



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Isabel Lipthay es periodista, escritora y cantante. Vive en Alemania.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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