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El candidato millonario


No todo empresario millonario tiene que ser forzosamente un bandido redomado, un malvado sin remedio o un egoísta sin dios, sin ley, alma ni corazón. Incluso, aunque además de ser un hombre rico, orondo y satisfecho, el individuo profese y practique ideas políticas de derecha. De igual modo y para empatar, tampoco el no tener un mísero peso en la bolsa o vivir en constante precariedad material convierte a nadie en un ser superior, un ente angelical y mucho menos en un dechado de virtudes.



Se sabe de empresarios millonarios o filo millonarios que pagan puntualmente los salarios a sus gerentes, empleados y trabajadores. Que cumplen escrupulosamente con las leyes laborales y por lo mismo, no les escamotean los derechos y beneficios a sus subordinados siempre que puedan hacerlo, y además las autoridades los dejen. Y hasta de no pocos que son de trato comedido y hasta incluso bonachón con sus asalariados.



Así es que es casi seguro que con motivo de las próximas fiestas muchos empresarios ricos no mirarán para el techo cuando se trate de agasajar a sus empleados y trabajadores. Y me refiero especialmente a aquellos empresarios que han visto surgir sus fortunas de la nada, a punta de imaginación y esfuerzo y no de alguna martingala en la bolsa o de alguna astucia contra un ex empleador poderoso.



Esos genuinos emprendedores exitosos que más de alguna vez debieron madrugar, ensuciarse las manos y pelar el ajo como el que más, y quizá por lo mismo mirando por el retrovisor de sus propias vidas pagarán religiosamente unas lucas de aguinaldo para las próximas fiestas, costearán una regada convivencia para sus empleados y sus señoras, e incluso dispondrán que se distribuyan panes de pascua y botellas de cola de mono entre «los muchachos de la planta». Y hasta puede que más de alguno pasado de rosca hasta disponga regalos de plástico para los retoños.



Claro que todo aquello, ni cualquier otra política laboral justa, moderna y civilizada que un empresario pueda implementar con sus propios trabajadores nunca va a alcanzar para significar que el «don» de marras se haya levantado un día de la cama dispuesto a convertirse en empresario, con el único y exclusivo propósito de dar trabajo a los desempleados, apoyar el crecimiento económico, social y cultural del país y apuntalar el peso y prestigio internacional de Chile. Y de paso, como segunda derivada, ganar alguna plata y seguir siendo un hombre decente que se rige por las normas de conducta que definen a un empresario con «responsabilidad social».



Un empresario, vale la pena recordarlo, es por definición una persona que vive y trabaja para servirse en primer lugar a sí mismo. Es decir para lucrar, acumular y multiplicar incesantemente su riqueza De modo que todo lo demás, incluso el crear fuentes laborales para llevar a delante su actividad empresarial, pagar salarios dignos y considerar a sus trabajadores como seres humanos, viene por necesidad, añadidura, buena conciencia u obligación, si es que acaso viene.



Ser millonario o querer serlo no tiene en sí mismo nada de malo ni constituye un estado o un tipo de conducta reprochable en modo alguno. No me consta personalmente, como es obvio, pero puedo suponer que ningún millonario lo debe pasar mal por serlo, y que su riqueza no debe ser en modo alguno motivo de calvarios de conciencia



Es claro en todo caso, que la vida de un individuo ocupado en cuerpo y alma construir amasar y administrar una cuantiosa fortuna tiene muy poco o nada que ver con los remilgos de un alma enternecida con los males ajenos. Por lo mismo, es que aparece como tan irreconciliable la avidez por el dinero, consustancial al oficio a tiempo completo de millonario, con la vocación de servidor público, y con la actividad política en general. Muy especialmente si el millonario, valiéndose de esta última, se propone alcanzar posiciones relevantes de poder político.



Casi siempre quién opta por servir a sus semejantes desde el servicio público o la actividad política resuelve, casi siempre siendo muy joven, colocar su inteligencia, sus capacidades y talentos y aun la vida entera al servicio de tal vocación, se ve obligado a hacer fuertes renunciamientos pecuniarios.



Por eso es que resulta tan incongruente el súbito descubrimiento de tal vocación de servicio público por parte de don Sebastián Piñera Echeñique, autoproclamado paladín de las causas más puras y nobles, incluido el bienestar y aún la felicidad de sus compatriotas.



Como se sabe, el señor Piñera va y viene de la política a los negocios y ahora mismo se ha propuesto pasar, sin advertencia ni transición suficiente, de los grandes negocios a la gran política.



Y conste que no menos incongruente y moralmente reprochable resultaría que cualquiera resolviera hacer el circuito en sentido exactamente inverso. Es decir, transitar desde la gran política a los grandes negocios. ¿Qué pensaríamos si de pronto un ex Presidente de la República apareciera como líder corporativo y accionista principal de gran conglomerado económico?



El candidato millonario, al menos en los últimos treinta y tantos años de su vida, no hizo otra cosa que empeñarse en ganar dinero. Y eso no puede ser criticable en sí mismo, puesto que cada uno tiene perfecto derecho de hacer con su vida lo que le plazca. Incluso, hasta habría que felicitarlo por lo bien que lo hizo, y celebrar que el empeño que consumió literalmente su vida de adulto le haya redituado tan intensamente, y que a juzgar por el jugoso resultado, con toda seguridad le exigió sus días y noches completas, incluidos sábados, domingos y fiesta de guardar.



Claro que para intentar explicarnos las cosas, debemos suponer que tal esfuerzo concentrado debió haber significado forzosamente que el candidato millonario debió haber colocado en rotundo «hold» los valores democráticos que hoy dice que lo inspiran, y aun sus pretendidos principios humanistas y cristianos, supeditando todo al supremo objetivo de acumular riqueza, incluso mientras duró la noche negra de la dictadura y los chilenos sufríamos las penas del infierno.



Si hemos de dar crédito a las declaraciones políticas que proclama con tanta vehemencia y convicción, suponemos que debió de haber sufrido mucho el corazón del candidato millonario. Colocado ante la cruel disyuntiva de ser fiel a los principios que dice haber bebido desde la cuna o dedicarse a ganar dinero, se vio obligado a optar por lo segundo. Ya habrá tiempo más tarde cuando el peligro haya pasado y las alforjas estén suficientemente provistas, para volver a ser un demócrata, un humanista y un cristiano de tomo y lomo, habrá de haber reflexionado nuestro personaje.



Así que no le debe haber quedado más remedio al pobre millonario que dejar pasar a su lado a la inmensa oportunidad que el régimen de Pinochet ofreció a los demócratas convencidos y consecuentes para poner a prueba sus convicciones más profundas e irrenunciables. Precisamente para luchar por la democracia aun a riesgo del propio bienestar material y sobre todo del propio pellejo.



¿Qué hubiese ocurrido en Chile si acaso todos los demócratas chilenos hubiesen obrado como el candidato millonario y hubiésemos optado al unísono por colocar nuestras respectivas almas, convicciones y creencias en suspenso, aguardando que otros arriesgaran la libertad y la vida por la causa de la recuperación de la democracia?



Felizmente las próximas elecciones no se asemejarán a una operación en la bolsa de valores accionarios en las cuales el candidato millonario es un reconocido hábil jugador. Sino que los comicios se resolverán en el plano de otros valores muy distintos, que son los que tienen que ver con la consecuencia de vida de los postulantes presidenciales.



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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