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Otro lunes de enero


El lunes me desperté con la resaca de una noche de victoria. En busca de un apoyo para sobrevivir a la jaqueca y empujado por mis rutinas matinales me senté ante la pantalla con un café en la mano. Un correo de un viejo amigo español de la ciudad de Salamanca me felicitaba por la noticia de la elección de Michelle y entonces me percaté de la realidad y que no había sido un sueño. Fijé la mirada en el mensaje alzando nerviosamente las cejas para animar las neuronas y pensar alguna respuesta a mi amigo pero no llegué más allá de la noche pasada. Recordé que había pasado la tarde del domingo haciendo zapping entre unos canales que mostraban las elecciones y otros el partido del Barcelona contra el Atlético de Bilbao. La temperatura santiaguina rondaba los 30 grados y las cámaras mostraban a un travesti votando en las mesas de varones. Otra mostraba a Ronaldinho mirando para el sur y haciendo un pase para el norte, y dejando a los vascos del Bilbao más perdidos que Longueira en La Pintana.



Me veo luego en la Alameda comprando banderas del PS y de la presidenta electa por una luca. Treinta años antes había estado en el mismo escenario pero con banderas que no se vendían a luca. Mejor dicho, no se vendían. Me detuve en el mismo lugar de entonces en la plaza junto al cerro Santa Lucía y busqué entre los carteles publicitarios de la vereda sur el lugar donde un día estuvo el balcón de la FECH desde el que hablaba otro presidente electo. Ronaldinho no nacía todavía, el rey entonces era Pelé y el Presidente electo era Allende.



«Querido amigo», escribí en el mensaje, y a punto estuve de iniciar un relato histórico que uniera estos momentos mágicos, pero me contuvo mi cultivado desapego del sentimentalismo izquierdista. Además, aquella historia estaba tan unida a mi propia biografía que inevitablemente acabaría recordando el día que en la Escuela de Medicina conocí a una amiga a la que ahora la gente aclamaba como su Presidente y podía terminar la mañana lloriqueando de nostalgia.



Mi perro empezó a arañar la puerta en protesta porque a esta hora todavía no lo sacaba a mear. «Aunque te parezca curioso -continué con el mensaje -en Chile se decreta la ley seca durante el día de la votación y ayer recorrí sediento las calles buscando una cerveza imposible. Espero que nuestra Presidenta termine con este anacronismo y con la separación entre locales de mujeres y de varones para votar. Si los chilenos ya somos tan maduros como para que nos gobierne una mujer, supongo que también lo seremos para beber. Es más, creo firmemente que gracias a que ya sabemos tomar es porque nos atrevemos a confiarle el país a una mujer». Quise explicar más esta frase para no ser mal interpretado, pero volví a rememorar las reuniones con Michelle y un montón de amigos más de la Universidad y ahí me di cuenta cuan caro había sido el precio de este sueño. Pero eso no se lo contaría a mi amigo porque creo, como decía Sandor Marai, que no se puede explicar la vida con arreglo a una sola herida. «Lo que si estoy seguro, querido amigo, -seguí escribiendo- si me permites un desahogo, es que ayer fue una noche de muchas victorias: de la gente contra el dinero, de la mujer contra el machismo, de la democracia de hoy contra la dictadura de ayer. Y además del Barca».



Ya me había olvidado de mi jaqueca, aunque para mí los lunes son todos iguales porque no fueron hechos a mi medida. Suspiré hondo y me levanté con un brinco de la silla para llamar a mi perro, elogiando la capacidad de aguante que ha desarrollado conviviendo conmigo y comprendí que esperando un momento como éste fue que se me ocurrió ponerle como nombre el grito de lucha de Toro y el Llanero Solitario al emprender sus hazañas, como la que ahora le toca a Michelle: Ä„Vamos, Kemo SabayÄ„

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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