Publicidad

Muchos Méxicos


Cuando era joven e indocumentado, estuve un tiempo trabajando como pintor de brocha gorda en Texas. Así me tocó conocer a muchos mexicanos, la mayoría inmigrantes ilegales. Los mexicanos me tomaban como uno de ellos, sobre todo después de que el sol implacable de Dallas nos había igualado cromáticamente en un tinte nescafé clásico.



Había de todo entre mis colegas, pero por afinidad natural me hice muy amigo de un chilango (habitante de ciudad de México) que amaba a Juan Rulfo. De repente se mandaba unos suspiros, mientras manejaba el rodillo, y me decía «¿En qué país estamos, Eduviges?». Hicimos trío con un norteño medio analfabeto, excelente jugador de fútbol, que se sabía de memoria algunos partidos del Pachuca y todos los vericuetos de la telenovela «Los hermanos Coraje».



Teníamos conversaciones memorables en los descansos, tirados a la sombra en los prados de la mansión de los hermanos Hunt, dueños del imperio de los tomates enlatados, ultramillonarios, derechistas y mortales enemigos de la inmigración mexicana. Recuerdo una de estas pláticas, en las que el pintor futbolero me preguntó que en qué parte de México estaba Chile. El otro se rió y le dijo «pinche bruto, que no sabes que Chile no está en México, pos si es otro país». El futbolero era de esas personas admirables que nunca se ofenden por nada, y le respondió que bien podría haber dos Chiles, uno en México y otro en otro país. El otro le rebatió: «¿Qué, que acaso hay dos Méxicos por ahí?». La réplica del futbolero todavía me da vueltas por la cabeza, especialmente al ir siguiendo las alternativas novelescas
de la reciente elección mexicana: «Hay muchos Méxicos, hay Méxicos por todas partes, güey».



Un tiempo después, sumergido en el estudio del pensamiento mexicano, me di cuenta de que la versión del futbolero había sido precisa, porque México siempre ha sido múltiple, quizás más que cualquier otra nación latinoamericana. Esa multiplicidad no es consecutiva sino simultánea, no es armónica sino contradictoria, y aunque parezca inerme como sus monumentos antiguos o sus volcanes, la verdad es que está siempre en flujo y cambiando de piel.



Por mucho tiempo, la institucionalidad que surgió luego de las
guerras de la Revolución Mexicana (1910-20) dio la impresión de
aglutinar los diferentes Méxicos en un solo proyecto de nación. Ese nacionalismo revolucionario implantado por un partido -el PRI-cuyo nombre mismo contiene la bomba de tiempo de una paradoja, se integró a los modos en que los mexicanos se entendieron a sí mismos y su relación con el Estado, hasta que sobrevinieron crisis cada vez más profundas, las que revelaron la flaqueza de un régimen cuyo ímpetu igualitario, democrático y nacionalista se había desvirtuado por completo. La matanza de Tlatelolco de 1968, el terremoto de 1985, los escándalos de corrupción financiera y electoral, la elección robada de 1988, los asesinatos de Colossio y Ruiz Massieu, junto con la rebelión zapatista de Chiapas pusieron de manifiesto el virtual fracaso de México como nación moderna, su fragmentación tanto tiempo
suprimida.



La caída del PRI como partido hegemónico pareció funcionar como
parche temporal de los conflictos, pero la presidencia del líder
coca-colero Vicente Fox -producto del oportunismo y del marketing- ha dejado en evidencia que la antigua institucionalidad, basada en la práctica del autoritarismo y legimitizada con un discurso de una supuesta mexicanidad común, había permanecido intacta. Así como el PRI manipulaba elecciones y convertía el ejercicio del voto en una farsa ritual, el PAN ha perfeccionado el método con tecnología informática y una buena dosis de publicidad negativa en las campañas.



El enredo de esta elección demuestra que la crisis mexicana está
lejos de resolverse, pero al mismo tiempo demuestra que al México neoliberal, que se expresa políticamente en el PAN, se le hará cada vez más difícil imponerse por sobre los otros Méxicos que existen por todas partes, de Chiapas a Los Ángeles. Me pregunto hoy por quién habrán votado mis antiguos colegas pintores, el que convivía en la vida y en la muerte con Pedro Páramo, o el que admiraba las hazañas deportivas del arribista Lalo Coraje y creía que México contenía un Chile. En algún lugar del IFE estarán sus papeletas, esperando quizás que las consideren en las cuentas oficiales.





_____________



Roberto Castillo es escritor y académico.






  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias