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La intimidad, un privilegio de la chusma


¿Ha tenido un encuentro sexual con un miembro actual del Congreso de los Estados Unidos o un cargo oficial del Gobierno? Haga memoria, porque eso puede hacerle ganar un millón de dólares. Sólo tiene que aportar alguna prueba, como una foto indiscreta, la grabación de una conversación «hot», facturas de motel, testigos o cualquier prueba documental del revolcón clandestino. Y para que todo sea sencillo se facilita un número de teléfono gratuito y una dirección de correo electrónico. El anuncio fue publicado hace dos días a toda página en el mismísimo «Washington Post», que todo congresista, senador o alto cargo recibe tempranito cada mañana. Ä„Menudo desayuno! A más de algún político se le habrá atragantado el donut y el café con el anuncio del domingo 3 de junio.



La idea ha sido de Larry Flint, dueño de «Hustler», una de las tres revistas porno, junto a «Playboy» y «Penthouse», más vendidas del mundo. Y con ello se ha levantado la veda sobre la vida íntima de los políticos, generalmente paladines de la moralina. En EE.UU, porque aquí, en Chile, ventilar las intimidades es algo que sólo se puede hacer con los artistas o con los que no tienen ningún poder; o sea, los pobres. De la categoría C3 para abajo son los candidatos ideales para rellenar con sus miserias programas como «El diario de Eva» o los de falsos jueces que tan buenos resultados económicos dan a sus productoras y canales.



Los periodistas sabuesos de estos programas de televisión son los encargados de buscar en las poblaciones los casos de incesto, violación, infidelidades, malos tratos o cualquier sórdido secreto íntimo y los convencen para que los den a conocer a cara descubierta y con nombre y apellido en los shows de «testimonios» a todo el país. Y nadie, ni tampoco el Senado, hacen ninguna alharaca por esta utilización de los humildes para hacer negocio y ganar en rating.



Distinto es cuando la exposición afecta a Cecilia Bolocco, la reina del glamour y las buenas costumbres nacionales. Ä„Dios mío! Ä„Cómo han sido tan sinvergüenzas de fotografiarla desnuda en pleno calentón con un señor que no es su maridito! Un escándalo que ha conmovido, y ha unido, a senadores como Carlos Ominami, Carlos Cantero, Guido Girardi y Jorge Pizarro a la hora de presentar un proyecto de ley para proteger los secretos e intimidadesÂ…¿De quién? De los poderosos. Porque ya se sabe que sólo ellos tienen derecho a tener secretos. Al resto, que se los devoren los titulares. Total, lo más probable es que ni siquiera tengan plata suficiente para defender su honor con un equipo de abogados.



En el resto del mundo, ser famoso y millonario, tiene un precio. Y muy alto, tan alto como los muros con el que deben blindar sus mansiones para que un papparazzi (que viene de Papparazzo, el nombre del fotógrafo que perseguía a la exuberante Anita Ekberg en «La dolce vita» de Federico Fellini) nos les dispare con su teleobjetivo y que su intimidad sea portada al día siguiente. Por eso, sólo pueden tomar el sol en inaccesibles, por lo remotas y caras, islas paradisíacas, y gastar parte de sus fortunas en feroces guardaespaldas que blindan sus «canitas al aire» de la mirada de la chusma.



Prisioneros de su fama y su poder, no les queda otra que vivir escondidos. Parece una venganza no planeada de la «ordinary people». Y ahora, Larry Flint y su millonaria oferta para saber lo más oscuro de la intimidad de los gobernantes hace temblar los cimientos del Capitolio y la Casa Blanca. Una legión de amantes despechadas y sirvientes resentidos estarán pensando en qué gastarán el palo. Ante eso, lo único que queda es aburrirse para siempre con el o la legal. Lo siento mucho, pero la inmoralidad y las malas costumbres es un privilegio de los anónimos y del pueblo llano.



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Betzie Jaramillo, periodista

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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