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Corpus Christi y la paz verdadera


Las pantallas de televisión se han llenado de homenajes a nuestros héroes patrios, y a veces se olvida que cuando lo hacemos, estamos asumiendo una forma de ver nuestra propia historia como nación.



Hace pocos días, todos nos hemos enterado que los habitantes de nuestra larga y angosta faja de tierra, según estudios internacionales, están entre las veinte sociedades más pacíficas del planeta. Y, junto con alegrarme y compartir esta constatación, me parece necesario hacer algunas reflexiones.



En primer lugar, sigo creyendo que es nuestra común aspiración el vivir con igualdad de oportunidades, en una sociedad en que podamos mirar todos con optimismo el futuro, y en el que los chilenos se sientan dueños de sus destinos individuales y libres para escoger la vida que deseen vivir.



Ya en tiempos de Homero se distinguía entre los afanes de paz y los de la violencia. La Iliada, sin duda, es un poema de guerra y si en ella se frustran los intentos de paz que emprenden los hombres, sería sólo por la intervención de los dioses para que la violencia continuara.



De hecho, cuando se intenta zanjar la disputa por Helena con el duelo de Paris y Menelao, Afrodita secuestra a Paris a plena luz del día y lo lleva al lecho de su amada, transgrediendo un principio básico: el amor se hace de noche y la guerra de día. Pero para incitar a la violencia no hay principios.



La Odisea en cambio, aunque hay combates, es claramente un poema de paz. Ulises nunca busca hacer la guerra, lo que quiere es recuperar su vida en su patria, junto a su esposa y su hogar. Y si la Iliada concluye con la tregua para enterrar a Héctor, la Odisea termina con el pacto de paz de Ulises con los familiares de quienes él mismo había muerto.



En el escudo de Aquiles, el artesano Hefesto había forjado el enfrentamiento de dos pueblos, el de la paz y el de la guerra. Por lo demás, un tema muy anterior al mismo Homero y que ya está presente muchos siglos antes en la bandera de Ur, de la antigua Mesopotamia, Pero lo más probable es que estas imágenes y conceptos tengan relación, más que con el conflicto social, con el temprano reconocimiento de otros temas, necesarios de abordar en otra ocasión: el concepto de paz en la política y el que los hombres, el género masculino de nuestra especie, seamos particularmente violentos.



Más allá de los problemas que involucra la utilización de conceptos tan genéricos, creo que efectivamente en el escudo de Aquiles nuestro pueblo se identifica con aquellos amantes de la paz, pero que, como Ulises, no dudan en defender su derecho a la libertad. En los años 80′, en tiempos de la dictadura, a quienes no reconocían el mínimo derecho de nuestro pueblo a defenderse de la brutalidad criminal con que nos reprimían, les respondíamos que «si ellos hubiesen estado en las primeras décadas del siglo XIX, todavía seríamos colonia española».



Tenemos deudas de paz y de violencia. Los héroes de nuestra historia, tanto los mapuches, como los colonos y chilenos, en general, fueron hombres pacíficos que les tocó enfrentar la defensa ya sea de nuestros derechos como seres humanos, como pueblo soberano o como amantes de la paz.



Cuando se cumplen veinte años desde la matanza de Corpus Christi, debemos avanzar en el reconocimiento de hechos de la historia que nos han marcado como chilenos, y rendir homenaje como sociedad a quienes en el último tramo de nuestra historia republicana perdieron la vida defendiendo la democracia. La paz fue conquistada, no nos fue regalada y quienes nos entregaron sus vidas para recuperarla, iban camino a reencontrarse con sus esposas y sus hogares.



La FECH ya había perdido a Patricio Manzano y a Tatiana Fariña, y en esa matanza perdimos al estudiante y amigo nuestro, Ricardo Silva, a quien tuve el honor de sepultar, el mismo día que despedí a mi amigo de infancia Juan Henríquez Araya, asesinado junto a él. Ese día hablé en siete funerales, prometiendo no olvidarlos, recordando en cada una de nuestras hermanas y hermanos caídos lo mejor de la epopeya nacional que culminó con el triunfo de la paz que ellos tanto amaban.



Las encuestas internacionales no se equivocan, fue por la vida que nos entregaron chilenos como Jecar Nehgme Cristi y muchos otros que en estos años, gracias a la lucha incansable de sus familiares, y a la justicia, han sido reconocidos con el título de Víctimas de la Dictadura, que hoy somos un pueblo que mira orgulloso su paz. En ellos quiero recordar a todos quienes han tenido el gesto heroico de entregar su vida para que otros podamos construir la paz.



Si la violencia es el fracaso de la política, tras la violencia siempre la política vuelve a instaurar la paz como principio básico de convivencia. Pero no podemos borrar de la memoria que ésta se abrió paso en hombros de mujeres y hombres que fueron valientes y generosos.



No olvidemos, menos hoy día, en momentos en que resurgen escenarios de violencia, que la paz es una tarea cotidiana en la que todos tenemos responsabilidad, y no es a las víctimas de las injusticias, de las inequidades, a los más pobres y marginados, a quienes debemos controlar, sino a los que abusan del poder político, del poder del dinero, del poder de los medios de comunicación. La pobreza, las desigualdades sociales, y la exclusión nos violentan en forma cotidiana. En fin, como decía Aquiles; «entre hombres y leones no puede haber contrato, ni concordia entre lobos y corderos», pero tampoco debemos olvidar la conclusión humana que nos recordaba la diosa Atenea, finalmente la violencia es «para todos igualmente terrible».

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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