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Los olvidos y promesas de la derecha


Por estos días, los personeros de la derecha criolla hablan con insistencia, hasta la majadería, de las próximas elecciones presidenciales. Sus voceros han convertido una «crisis» oficialista en una «catástrofe» y sacando cuentas alegres nos anuncian su próxima e inevitable llegada a la presidencia, como lo mejor para Chile.



Habría que recordarles a tan entusiastas profetas la historia política protagonizada por dicho sector, pues aunque los electores tienen mala memoria, ésta no llega a la amnesia total. Por de pronto, llama la atención el hecho que hace ya medio siglo que la derecha política chilena no accede al poder legalmente. Esto, en un mundo poscomunista y neoliberal que marcha hacia el conservadurismo. Las causas profundas de este fracaso político habría que buscarlas en una incapacidad congénita de dicho sector para ofrecer un modelo de desarrollo que conjugue crecimiento económico con una sólida fórmula democrática.



La derecha de hoy está claramente fragmentada, se trata de una derecha, a lo menos, bicéfala. De algún modo, asistimos a la vieja querella entre «pipiolos» y «pelucones»: una derecha que quiere a todo precio desentenderse del pasado autoritario e inscribirse en el capitalismo globalizado, apostando al crecimiento económico neoliberal en una democracia de baja intensidad; la otra derecha, confesional y ligada a los más radicales sectores castrenses y al conservadurismo católico, que ha tomado tintes populistas.



La versión chilena de derechas es una de las más retrógradas del mundo contemporáneo, al punto de haberse visto comprometida en un régimen execrable en todo el planeta. Esta disociación básica entre «derecha» y «democracia» la transforma en una oposición de mera contingencia, sin un planteamiento estratégico de largo aliento. Basta revisar la retahíla de «críticas» al gobierno: críticas que, en el mejor de los casos resultan ser una crítica a la gestión en un aspecto dado y que en ninguna ocasión alcanza a formular una «política alternativa».



En un país democrático es bueno y deseable que los distintos bloques políticos elaboren «respuestas integrales» para un país: educación, salud, medio ambiente, defensa, cultura, medios y un largo etcétera. Hasta hoy, nuestra derecha no ha respondido integralmente a las demandas de los distintos sectores de la sociedad, enfatizando más bien el credo neoliberal que repite hasta la saciedad: más privatizaciones, menos estado, crecimiento económico, teoría del chorreo.



Más allá del boato con que se revisten sus personeros y medios, más allá de cierto aire tecnocrático que preside sus argumentaciones, la triste realidad es que estamos ante una derecha poco refinada, por no decir, simplona y provinciana. El mundo actual es de una complejidad desconocida anteriormente: inestabiidad económica global, biosfera amenazada por el calentamiento, aceleración de los flujos de información, de capitales y de personas, en fin, un mundo de grandes mutaciones tecnológicas y culturales.



La derecha chilena, a diferencia de sus congéneres del mundo desarrollado, no parece estar a la altura del desafío de protagonizar un gobierno exitoso en el mundo de hoy. Por el contrario, comparte con el resto de la clase política chilena la mediocridad, la miopía y la codicia que ha convertido los áulicos espacios del Congreso de nuestra República en la sede de un lamentable club de barrio, en que cada dirigente ensaya sus eslóganes para seducir a sus prosélitos.



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Álvaro Cuadra. Investigador y consultor en comunicaciones / IDEES

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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