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La crisis: enfoques, inferencias y advertencias

Estas políticas o acciones públicas, a su vez, no sólo deben ser vistas desde las dimensiones de si son «buenas» o «malas», «suficientes» o «insuficientes», «a tiempo» o «atrasadas». Ellas tienen también el carácter de que no son neutras respecto de quienes son más o menos beneficiados o más o menos


Por Raúl González Meyer*

Los artículos sobre la crisis suelen ser, por escritos en la «cresta de la ola», un poco miopes para discernir de qué se trata.  Por ello olvidan lo que se ha dicho y sobre el estado del conocimiento del fenómeno; tienen dificultad para distinguir qué es lo normal o lo patológico de ella.

Una expresión central de las crisis en el capitalismo es la caída de los valores de la bolsa, la  desvalorización accionaria, rodeada de pánicos y especulaciones. La noción de «Krasch bursátil» ha recorrido desde la Viena de principios del último cuarto del siglo XIX, a USA de fines de los años 20, hasta los días actuales. Ello hoy día es más global pues las bolsas de valores están más conectadas y es muy difícil la inmunidad al contagio. A ese «síntoma» se suma la quiebra de bancos, con sus imposibilidades e incertidumbres de recibir el pago por los préstamos entregados y de responder a sus acreedores. Ello, aún, en aquellos que parecían dotados de envergadura corpulenta, como  Lehman Brothers, que era el quinto banco de inversión en el mundo. En ese contexto, y conforme ha ido avanzando la industria de los seguros en un capitalismo pleno de incertidumbres, ella no sólo no actúa como dique del cauce de quiebras o pérdidas, sino que se transforma en un sector más de crisis por incapacidad de responder a ese torrente.

Esas caídas en el campo financiero, en la historia capitalista proyectan y amplifican dificultades de algunos sectores productivos de la economía; «la economía real»: la de la producción y el empleo. Sin embargo, en el actual capitalismo, marcado por una masa de capitales largamente mayoritarios que buscan rentabilidad en el sector financiero, suelen ser el origen de crisis económicas. En cualquier caso, los signos financieros son activos y actúan sobre «la economía de la producción».

Así  la crisis se expresará en reducción o estancamiento de la producción. En la actual realidad, por ejemplo,  en 6 de los mayores países de Asia se pronostica la caída de su producto, incluyendo a Japón que presentará una disminución del 6% de su PIB. Ligado a esta caída, la crisis se expresa, además, en la disminución del valor del  comercio mundial y de las exportaciones de los distintos países. Es claro, por ejemplo que ello ocurre fuertemente en la crisis de finales de  los años 20. Por ello, el cuánto afecta la crisis a los países más significativos en cuanto a la demanda mundial  es un factor clave de su magnitud, lo que ocurrió con USA en aquel período y es la pregunta que se cierne sobre la situación de China en la actualidad.

Lo dicho ya introduce al signo de mayor impacto social que tienen  las crisis: el aumento de los desocupados, fundamentalmente en los países centro de la crisis, lo que suele ir acompañado de la caída de los salarios. En conjunto, estos dos fenómenos ocasiones un deterioro de los niveles de vida de muchas familias que solo pueden ser recompuestos en períodos de alrededor de un decenio.

Por último, las crisis se expresan en una caída de la inversión que sintetiza varios fenómenos simultáneos: la caída de las tasas de ganancia, la caída de las expectativas de obtenerlas y la mayor dificultad para la obtención de capital. Éste último, para ciertos territorios, empresas y sectores productivos, se restringirá agudamente.

En relación a este conocido campo de signos de la crisis cabe señalar tres comentarios. El primero se refiere a la natural retroalimentación entre ellos. Aquí operan múltiples causaciones que se apoyan una a otras y que constituyen una «bola de nieve» depresiva: caída de producto, caída del empleo, caída de los ingresos, caída del comercio, caída de las ganancias, caída de la inversión, etc., van apoyándose en el tiempo. El segundo, se refiere a que una crisis no abarca a todo necesariamente, ni a todo por igual. Esto se refiere a países, regiones, sectores productivos, grupos económicos, precios, etc.

El tercero, es que debiésemos saber relacionar y distinguir, a la vez, entre fluctuaciones económicas  y crisis. Las primeras están siempre presentes  en el capitalismo y pueden ser pequeñas o más pronunciadas, ascendentes o descendentes. Ellas han dado origen a una rama de la economía  que busca explicar su génesis a través de la teoría de los ciclos. Dentro de ese cuadro más amplio de análisis es útil  definir por crisis general no una simple fluctuación, sino como una magnitud significativa que toma el ciclo económica en una fase depresiva  y que abarca un significativo espacio económico y geográfico.

El cuarto, es que se debe destacar que el cómo ocurra este proceso de caída, la forma en que se articulen las variables económicas y, por ello, el como se distribuyan los costos de la crisis no es independiente de las fuerzas que tienen los distintos grupos en la economía y la sociedad. No existe una sola pendiente, una sola política para hacerle frente ni una sola vía de ascendencia. Todo ello, además de dimensiones técnicas y de contexto histórico, está marcado por la capacidad y la fuerza de expresar intereses en el campo del mercado y de la política. El qué pasa con los salarios en los tiempos de crisis es un ejemplo expresivo de esto.

Los enfoques de por qué vienen las crisis

La segunda mitad del siglo XIX y sobre todo en el siglo XX han existido enfoques sobre el origen de las crisis.  Un panorama limitado de ellos muestra que en los últimos decenios gana lugar la consideración de la dimensión financiera en las explicaciones. Ello expresa el pasaje relativo  de un capitalismo más centrado en la producción y en la industria a otro de carácter más financiero. 

Una perspectiva analítica de las fluctuaciones y crisis es la insuficiente demanda gasto, monetarios, en la economía, lo que deja sin vender a una parte del producto ofrecido en el mercado; es decir, lo deja  como producto sobrante, generando un espiral depresivo.

Dentro de este enfoque hay distintas aproximaciones. En una mirada más estructural, ello aparece explicado por una brecha permanente que se produce en el capitalismo, entre el crecimiento permanente de la capacidad productiva -debido al aumento de la productividad y a la innovación tecnológica- y el crecimiento menor de los ingresos de la población, debido al interés en bajar los costos de la mano de obra. Esta brecha, que estalla cada cierto tiempo, ha aumentado en el capitalismo actual de la época neoliberal, por una precarización relativa de los asalariados en los últimos dos a tres decenios, disminuyendo en términos relativos el crecimiento del poder de compra en las economías.

Otros autores han planteado visiones más específicas. De manera similar a lo recién expresado, se ha explicado la insuficiente demanda por una muy desigual distribución del ingreso. Esto lleva a que se produzca un excesivo ahorro en la economía dado que quienes concentran los ingresos  no podrán gastarlos todo. Ello dificulta transformar en gasto -de consumo e inversión- los ingresos totales de la economía generando una situación de demanda insuficiente. También han existido explicaciones más puntuales como la insuficiencia de gasto  por la formación de «reservas de depreciación» por parte de las empresas, lo que representa un «gasto detenido» ayudando a la insuficiente demanda. Otras aproximaciones han puesto el acento en una falta de emprendimiento de los empresarios en determinados períodos, lo que impide ocupar el ahorro disponible generando esa falta de demanda y la caída de la actividad económica. Por último, ello ha sido también relacionado con el efecto depresivo que puede tener en un período  la disminución o freno del gasto fiscal, en particular la ejecución de obras públicas. Esto podría ser un factor acelerador de crisis en los últimos decenios, en ciertos países,  dada una caída relativa del gasto estatal, producto de políticas liberales.

Otro conjunto de aproximaciones se refieren a la sobre-inversión (y sobre-gasto), entendidos como la génesis de un movimiento contractivo posterior. También aquí podemos identificar una primera interpretación más estructural que señala que un período de crecimiento de la economía genera expectativas positivas de parte de los empresarios que actúan disputándose un mercado que proyectan en crecimiento. No hacerlo significa, en su cálculo, un retroceso «posicional» peligroso frente a los que puedan conquistar ese mercado adicional. De allí  se genera la base de lo que puede denominarse «sobreinversión» en el sentido que producto de la competencia inter-empresarial una parte de las capacidades productivas acrecentadas se hacen estériles pues el total de producción que son capaces de generar no logran ser vendida en el mercado y resultan excesivas. A diferencia de la insuficiente demanda en este enfoque el acento está puesto en la sobre-inversión que se produce a raíz de que la demanda en la economía está creciendo y ello produce expectativas empresariales de vender más (y competencia por vender más), llegándose a una suma agregada excesiva de inversión.  

Dentro de ese marco interpretativo nos podemos encontrar con varias teorías más específicas, varias de ellas en la primera mitad del siglo XX. Por ejemplo, la que señala que las expectativas de venta de bienes de consumo en el período expansivo se reflejan amplificadamente en las decisiones de inversión de cada empresario, en lo que sería un principio «acelerador» que va del consumo a la inversión. Asimismo, que toda expansión de los bienes de producción, por las expectativas de venta, termina aumentando tasas de interés  y con ello se detiene el proceso productivo. O que la expansión de los bienes de capital implicará una escasez en la producción de los bienes de consumo y de subsistencia, los que harán aumentar sus precios, los salarios nominales (para subsistir)  haciendo caer las ganancias y la producción. En algunos casos (mucho antes de la actual crisis) se considera que la sobreinversión tenía como base explicativa un aumento excesivo del crédito bancario, con responsabilidad de las autoridades monetarias y del sector bancario.

Podemos decir que en esta idea de la sobreinversión está el que al proceso expansivo «descontrolado» le sigue uno recesivo, aunque se planteen distintos mecanismos de cómo ocurre. Producido y acumulado el desajuste de sobreinversión, viene un movimiento de disminución de inversión y producción empresarial, el que a través de una mecánica de retroalimentación negativo entre producto, empleo, ingresos, demanda, inversión, producen un impacto depresivo.

Otra línea explicativa de las crisis ha sido la del salto significativo de los costos de producción, lo que puede ser algo radical en un período corto o la acumulación de un aumento sostenido en el tiempo. Ello puede deberse a la expansión considerable de algún sector productivo de importante significado en la economía -alto eslabonamiento con otros sectores- que termina alzando los precios de sus materias primas e insumos; o a la escasez o elevación del costo producción de algún insumo de amplio uso. Dentro, de esta línea de explicaciones pueden ser considerados también las que hacen referencia a las alzas de salarios por sobre sus aumentos de productividad, en tanto afectarían las tasas de ganancias empresariales y llevarían a reducir las inversiones y el producto, (junto a la sustitución de factores).

En algunos de los análisis de las crisis, en un lugar intermedio entre su explicación y su fisiología aparece lo relativo al rol jugado por un sector productivo específico, en tanto origen y difusor de la crisis. Este hecho parcial, en la medida que se trata de un sector con altos eslabonamientos y poca sustitución, puede generar un hecho más general de detención de la dinámica de crecimiento. El bloqueo y los aumentos de costos en dicho sector se transmiten hacia otros sectores, los que también comienzan, por tanto a estancarse.

En su expresión más simple esto se refiere a «cuellos de botella» (inelasticidades) en algunos insumos o factores productivos de dicho sector, que no responden a su demanda. También, a un aumento de costos del sector justamente a causa de su expansión; es decir el sistema de precios «avisa» que está aumentando la escasez de todo lo relacionado con ese sector en expansión. Puede ocurrir, también, el que puede agotarse un ciclo de expansión de un producto llegándose a la saturación de su demanda. En todos esos casos, cae la rentabilidad del sector, el valor de sus acciones y se detiene la dinámica que existió en torno a él, haciendo improcedente negocios que estaban planificados y poco rentables otros que se habían empezado a desarrollar. Todo ello, por la naturaleza  del sector se difunde a muchas otras áreas de la economía.

En este enfoque, la crisis aparece estructuralmente vinculada a los ciclos de innovación tecnológica que son propios del capitalismo y que abarca tanto los productos como los procesos productivos. La crisis, en este enfoque, es una parte del progreso; aparece como la otra cara de la innovación permanente y fue  popularizado con la expresión «destrucción creativa» como característica del capitalismo

La innovación paradigmática significa cada cierto tiempo una fuerte reestructuración productiva lo   que  provoca, por un lado, un proceso de expansión por el aumento de la demanda de bienes de producción que comienzan a reemplazar a los antiguos. Sin embargo, por otro lado, provoca la detención de la demanda de los bienes de producción que quedaron antiguos, asociados a procesos y productos más o menos obsoletos, generando un período de crisis cuya magnitud dependerá de la importancia de la innovación.

Como el factor clave para explicar una crisis aparece también la disminución de la (tasa de) ganancia del los empresarios. En verdad ello aparece como el resultado de los fenómenos antes descritos; todos estos conducen a que disminuyan las ganancias. Sin embargo, aunque la disminución de las ganancias sea un factor derivado de otras causas, el que aparezca destacado  como fenómeno central, por algunos economistas, es porque ella es el móvil esencial de los agentes que organizan la producción en el sistema capitalista, los empresarios capitalistas, y es cuando ella cae que se genera la crisis.  Con ello, el proceso de acumulación o la reproducción ampliada de la economía se detienen.

De acuerdo a la historia económica las caídas agudas de la ganancia empresarial puede provenir por los factores antes citados: una elevación significativa de costos, salarios, (materias primas y/o de insumos); una detención significativa de la demanda, como caída del poder de compra desde  un sector económico, reducción significativa del gasto público y/o pérdida o crisis de un mercado extranjero; una caída de precios de venta por un aumento agudo de la competencia por los mercados. Desde este enfoque, por ejemplo, el neoliberalismo que emerge en los años 70 y 80 del siglo XX fue una formula para mejorar las tasas de ganancia de las empresas que se habían visto disminuidas, dados los mejoramientos sociales y salariales luego de la segunda guerra mundial y que provocaron una crisis de rentabilidad y crecimiento, capitalistas . 

Por último, con relación a las crisis podemos encontrar en el tiempo reciente, una mayor referencia a la dinámica del sector o capital financiero, dadas las características del capitalismo actual. Podríamos distinguir dos vías distintas en que el funcionamiento del sector financiero ha sido asociado a la gestación de crisis. La primera, referida a la acción más estrictamente especulativa de buena parte del capital financiero. Este consiste en obtener rentas de corto plazo en torno al movimiento de ese capital de un tipo de inversión y de un lugar, a otro. Esto puede producir alzas y caídas de los valores de las acciones, monedas, deudas, etc. pudiendo producir un impacto de crisis bursátil, de estampida de capitales o de cambio de situación económica, que pueden llevar a distintas magnitudes de diseminación o contagio por el conjunto de las economías.

Esta realidad, creciente en la economía actual, es la que ha hecho surgir vocablos popularizados, como capital golondrina, burbuja financiera, etc.

La segunda, y que ha estado en la primera línea de discusión en la crisis actual,  es el funcionamiento del sistema de créditos, que  se refiere a la falta de garantías que los voluminosos préstamos que el sistema financiero pueda estar entregando en un período determinado sean efectivamente devueltos por los deudores. Lo que se ha entendido como una falta de autoregulación del sector.

Sin embargo, una línea de análisis respecto de estos puntos tiende a ver detrás de esas dos vías un fenómeno de fondo del capitalismo acentuado en los últimos decenios. Se trata de una enorme masa de capital acumulado y concentrado que busca su uso a la escala del mundo a través de la actividad financiera, por mayor rentabilidad, relativamente más que en inversiones físicas. A través de ello, además, el capital o la actividad financiera, con el cobro de interés, captura para sí valor producido por las actividades productivas, acrecentándose aun más en el tiempo, dicha masa de capital financiero.

Ante esto, las instituciones financieras tenderán, por un lado, a buscar y ofrecer formas de invertir dichos capitales en múltiples valores de manera de atraerlos hacia sí. Por otro lado, a buscar el máximo posible de entidades y personas dispuestas a pedir prestado de manera de movilizar  ese enorme y acrecentado capital que manejan. Esto lleva a dos fenómenos que han estado en primera línea en el debate de la crisis actual.  Lo primero, un «hiper-desarrollo» de la ingeniería financiera para atraer y usar ese capital. Se desarrollará un sofisticado mercado de instrumentos financieros dispuestos a captar y dar uso financiero y especulativo a esa enorme masa de capital

Lo segundo, alta disposición a relajar o evadir las eventuales regulaciones que existan. En este sentido, el crédito aumentado «irresponsablemente» no es una anomalía  sino el resultado lógico de las condiciones de existencia de este enorme capital financiero buscando rentabilidad. Esto puede transformarse con el tiempo en la base de un gran desajuste cuando la capacidad de pago de los deudores comienza a entrar en cuestión y la inseguridad de los acreedores crece, la desconfianza se derrumba y comienzan las primeras quiebras. Así, en un contexto en que algo de lo anterior ha tomado cierta envergadura,  la crisis puede comenzar a partir de un rumor bursátil, un mercado perdido o una cesación de pagos.

 Hurgando en los análisis

Desde las explicaciones, y considerando también las circunstancias históricas que varias de ellas toman como base, podemos hacer reflexiones sobre la realidad más general del sistema socio-económico dentro de las cuales las crisis existen.

Un análisis transversal a las explicaciones, más allá de sus diferencias y de lo que alumbran u oscurecen la comprensión de las crisis, permite señalar que éstas constituyen una forma de «ajuste» de la economía que funciona bajo la forma capitalista.

Finalmente, lo que estará siempre presente es algún desajuste apreciable entre lo demandado y lo ofrecido o entre  lo pronosticado y lo ocurrido. Este desajuste, sea de una génesis un tanto vertiginosa o, más comúnmente, acumulado en un cierto período de tiempo, lleva, llegada a una cierta magnitud, a una forma de «reequilibrio» a través de una recesión. El reequilibrio económico toma la forma de un «ajuste hacia atrás»,  es decir un ajuste en retroceso, a través de la  eliminación de capitales acumulados, de producciones, de empleos, de ingresos, de niveles de vida, etc.

La base indiscutible de ello es que el capitalismo produce básicamente valores de cambio, la concordancia de estos con lo que efectivamente se demanda ocurre cuando ya la producción o las inversiones (o las especulaciones) están hechas . El ajuste no puede sino ser ex-post y la fuerza de este, y su sentido, dependen del nivel de desajuste que se haya producido y acumulado. De este modo, las crisis no pueden ser comprendidas como una patología sistémica, sino como resultante de la lógica misma de funcionamiento de este.

Lo recién expresado conduce a una segunda reflexión relativa al mercado, en tanto forma de poner en contacto y equilibrar ofertas con demandas; pronósticos con realidades. Justamente en esa capacidad espontánea, el mercado ha sido evaluado como un mecanismo superior y eficiente El estaría permanentemente indicando a los agentes económicos las direcciones correctas de sus decisiones a través de «señalizadores» o censores de gran sensibilidad, como son los precios. Es la manera de asegurar que los desajustes se rectifiquen más o menos inmediatamente. Eso ocurre a través de las decisiones de los agentes económicos (empresarios, inversores, trabajadores y consumidores).

En dicho marco de análisis, debería reconocerse que una crisis representaría un desequilibrio que se fue acumulando, sin ajuste, y que estalla en un momento dado bajo la forma de un «ajuste traumático». Es decir, lo que sería la gran fuerza del mercado, se traduce también, bajo ciertas condiciones, en su gran debilidad en tanto no genera espontáneamente, por si solo, de manera impersonal, un «equilibrio» que sea preventivo de una acumulación del desequilibrio y de su ajuste retardado, vía una crisis. En ese tiempo que pasa entre un ajuste suave y un ajuste tardío se puede jugar la condición de vida de millones de personas.

Por último, cabe reflexionar sobre la afirmación de lo benigno de toda competencia en el mercado. Esto es algo comúnmente señalado por el liberalismo como condición de superioridad y «optimización» del mercado. Sin embargo, de acuerdo a o analizado, es juntamente dicha competencia y la necesidad de ganar mercados y en el mercado lo que conduce a producir desajustes. Es decir la agregación de conductas en competencia ciega puede producir fenómenos macroeconómicos que no son beneficiosos para el conjunto social.

En otros términos, el que cada uno movido por su interés no actúa conformando una mano invisible que lleva «al sistema» hacia la mejor situación para todos. Eso puede producir «excesos» o «déficit» que constituyen las bases de una crisis. La fisiología de las crisis pone en cuestión la afirmación liberal que los buenos resultados generales pueden provenir de la simple sumatoria de decisiones individuales, en tanto el marco en que estas se toman lleva a que los «individuos» tomen decisiones que las crean o las agravan.

Teorías y qué hacer frente a las crisis

A partir de los años 30 del siglo XX se configuró un debate en torno a cómo enfrentar una crisis en formación o ya declarada. Esto puede tomar la forma si se debe dejar al mercado que haga «su» ajuste o si es una tarea desde la política o la de quien debe «reactivar» la economía: ¿los agentes empresariales o el Estado? Asimismo, en caso de aceptarse un rol significativo del segundo, ello lleva a la cuestión de qué políticas serían las acertadas. Los temas de la «regulación», por un lado y de la «activación pública», por otro, adquieren enorme presencia en el discurso público, incluyendo a actores que transforman sus declaraciones en un corto período.

La génesis de dicho debate debe mucho a la crisis de los años 30. Hasta fines del siglo XX podríamos decir que predominaba una aproximación más «contemplativa» de las crisis. Desde los críticos al capitalismo no podían dejar de observarse las crisis capitalistas como parte de su debilidad y demostrativas de la naturaleza anárquica de fuerzas productivas enormes pero gobernadas por racionalidades privadas fundadas en la propiedad del mismo tipo. Eso estaba en la naturaleza del sistema, no era cambiable dentro de sus límites y tampoco era intelectualmente lógico construir un programa de salvación. Por otro lado, dentro de las corrientes liberales, ocupadas en mostrar la capacidad organizadora óptima de la economía por parte del mercado no había disposición intelectual ni política a fundar algún tipo de acción estatal, en determinadas circunstancias. De una y otra visión, por razones muy opuestas, no estaba, por tanto, puesto en primer lugar la cuestión del quehacer frente a la crisis, en un sentido de detenerla o aminorarla.

En ese marco, se puede decir que lo que operaba era un cierto «ajuste automático» por vía del mercado. La crisis llevaba a una caída de los precios y de la producción y del valor total vendido en el mercado. Esto actuaba como «racionalizador» de las empresas existentes, eliminando las más vulnerables y, en el fondo, al capital productivo que quedaba excedentario. A su vez, ello era acompañado por desempleo, caída de los salarios reales, baja del consumo de los asalariados, lo que contribuía a acentuar la crisis y a la eliminación de las empresas, antes señalado. El período de crisis comenzaba a superarse, por un lado, a partir de un valor de la fuerza de trabajo muy bajo mejorar las ganancias y, por otro, por la emergencia de nuevos sectores y oportunidades de inversión.

Es a propósito de la crisis de los años 30 y luego de la influencia de las nuevas teorías sobre la «fisiología» del capitalismo que va a ser fuertemente activada la cuestión del quehacer frente a las crisis. En su primer momento, ello se expresó en el debate, muy claro en Gran Bretaña, entre los economistas que hoy día serian denominado neoliberales (neoclásicos) -y que eran los más importantes – que planteaban la necesidad de dejar caer los salarios, en tanto consecuencia lógica de la caída de la producción y el empleo, de manera que en algún punto de esa caída se recuperaría el pleno empleo. Señalaban que con la flexibilidad de salarios el desempleo se disminuirá considerablemente y que era una obstinación no bajarlos con el argumento de preservar el poder de compra de los consumidores. Con ello, la depresión no sería violenta.

Por otro lado, una nueva corriente económica, aun minoritaria, reclamaba el aumento del gasto público (trabajos públicos), una política de crédito no restrictiva, y se oponían a la presión por bajar los salarios nominales. La propuesta era «relanzar la economía» sin amputar el poder de compra de los trabajadores, como condición para reducir el desempleo. Con mayor o menor  fuerza, esto justificó marcó una nueva conducta de los Estados, más activa frente al ciclo económico. 

La crisis actual, se experimenta, sin embargo, en un contexto doctrinal e ideológico que había revolucionado lo que se había elevado como dominante  a partir de la crisis de los años 30. El neoliberalismo había fuertemente atacado la acción del Estado y argumentado a favor de los agentes privados y el mercado.

Pero la fuerza de los hechos en curso -y el miedo a lo que pueda venir- se ha levantado en contra de esta visión y, finalmente, en la situación actual, pocos han rebatido la necesidad de algún tipo de acción pública. En USA si bien las acciones de la FED y del Tesoro, no surgieron espontáneamente, tuvieron que doblegarse frente al hecho que la pasividad amenazaba el corazón mismo de lo que buscaban defender a través de la prescindencia del Estado. Es dentro de esa nueva «cancha» que en general ha ocurrido el debate.

Una primera línea de acción que se ha planteado por algunos, que podrían ser calificados como neoliberales culposos -pues deben reconocer de mala gana la acción estatal- , es la política del «salvataje» del sistema financiero/bancario. El gran problema y por tanto la orientación de la acción es en relación a la descapitalización de la banca. Ello alienta una acción del Estado de refinanciación de los bancos lo que significa, a la vez, la socialización de sus pérdidas, entre los ciudadanos. A partir de allí, lo que se busca es evitar la desvalorización de los activos económicos y la crisis general de la economía.

Dentro de esa misma tendencia, quizás con mayor ortodoxia liberal, otra parte de los economistas, particularmente poderosos en Chile, en confluencia con los discursos empresariales,  han señalado la necesidad de una política de desregular (más)  el mercado del trabajo para que caigan los salarios y se ajusten a la situación de crisis. Ello, de acuerdo  esta visión, impediría que se produzca un desempleo muy alto y, menos confesado, una caída en las ganancias. Esta posición, idéntica a las señaladas posiciones liberales de los años 30, en realidad prolongan una posición sistemática en dicha escuela de pensamiento y en parte de lo grupos empresariales.

 Otra visión, no necesariamente contradictoria con lo anterior, sitúa en el centro la necesidad de una política de regulación del mercado de capitales. Paradojalmente esto también ha comprendido a sectores en general reacios a la regulación pero que, sin embargo, en nombre de la defensa de un sistema liberal, han dicho que el problema de esta crisis es del Estado que no supo regular al sistema crediticio. Más allá del caso de este cierto cinismo intelectual, lo que de esta perspectiva se plantea es la necesidad de enfrentar el déficits de las instituciones privadas y públicas con respecto al funcionamiento del sistema financiero. Las primeras en sus capacidades de evaluar bien los riesgos de los préstamos y las segundas de tener y ejercer un marco regulatorio más estricto.

En cierto grado lo que está explícito o implícito en esta visión es que el problema ha sido un capitalismo dejado al laissez faire, lo que podría superarse con regulaciones adecuadas. La regulación aparece, entonces, como factor que puede impedir las crisis. En su expresión más amplia esto se plantea como la necesidad de una reforma al mercado de capitales que, de acuerdo a lo señalado anteriormente, significaría una capacidad de «domar» al capital financiero.

Sin embargo, esta política enfrenta algunos problemas. Primero, que en la actual arquitectura que tiene el sistema capitalista ha existido una correlación de fuerzas en que el sector o capital  financiero han tenido una capacidad de lobby más fuerte que otros grupos, como los productores y la de los ciudadanos. En cierta forma, una reforma  implica abrir un frente de acción común no fácil de construir, entre otros factores por falta de voluntad política, en contra del primero. En segundo lugar, una cosa es actuar para que algo no se repita y otra es enfrentar una crisis ya en curso y cuya magnitud no esta aún definida.    

Otra visión que ha adquirido gran fuerza ha retomado las ideas emergidas de las crisis de los años 30 sobre la necesidad de una política protagónica y directa del Estado en la activación de la economía. Se levanta un «contra movimiento» al desplazamiento de la acción del Estado y se comienza a reconocer que aquel es imprescindible para activar una economía que los privados, dejados a su libre iniciativa, conducirían hacia una fosa cada vez más profunda.

Sin embargo, dentro de este discurso suelen haber diferencias no menores. Una primera variante ha puesto el énfasis en la política sobre el valor de los créditos y en evitar que la banca privada siga el curso natural de una crisis que es subir los intereses por el aumento de los riesgos propios de una crisis. Para ello el Estado debe inyectar liquidez en la economía y empujar la tasa de interés hacia abajo, confiando en que con ello se puede mantener y acrecentar la inversión y el consumo que arriesgan con caer y consolidar un comienzo de depresión. Se trata  de hacer funcionar el sistema financiero y los créditos, para la inversión y el consumo

La debilidad de esta visión es más o menos evidente y tiene que ver con cuánto realmente puede incidir la tasa de interés en la inversión y gasto agregados en una situación que es percibida como  crisis por los privados. Asimismo, que entrega dos discursos contradictorios, al mismo tiempo, al sector financiero: por un lado, que sea más responsables y cuidadosos con los préstamos que dan y, por otro lado, que «comprenda» la necesidad de créditos que tienen, por ejemplo, los pequeños y medianos empresarios, suponiendo que aquel llamado moral pueda ser un móvil de la conducta del sector financiero.

La variante más radical de este protagonismo del Estado es la que pide que este realice directamente una política de más gasto público en la economía, como única forma de cubrir el déficit que a ese respecto tienen los privados, como parte de la naturaleza de una crisis. Dentro de ese rol público activo que debe ser conceptualizado como política fiscal anti-cíclica se plantean muchas políticas: gastar en construcción u obras públicas; subsidiar a la pequeña y mediana empresa; entregar capital para iniciativas productivas, subsidiar contratación de trabajadores; ir en ayuda de las empresas productivas que entren en problemas, etc. Estas políticas son planteadas con rasgos de urgencia pues de no ser así pueden ser tardías e impotentes. Asimismo, deben poseer cierta magnitud mínima de  recursos comprometidos, menos de lo cual no alcanza a tener un efecto agregado.

A esta variante más radical suelen integrarse dos variantes que por el momento son subalternas pero que deben ser cualificadas de importantes dentro de una discusión sobre el desarrollo y la concepción del Estado. La primera es la que busca articular la política fiscal a algún tipo de proyecto de acción estatal más desarrollista. En este sentido, se planteará, que estas políticas públicas deberían tener el doble carácter de ser de «emergencia» pero a la vez, estar inscrita en orientaciones más estratégicas para el desarrollo del país. Es decir, no da lo mismo cualquier obra pública. Esto supone, por cierto, que el Estado posea esas orientaciones, lo que en buena parte de estos años ha sido relativamente abandonado.

La segunda es la que trata de articular un rol activo del Estado con una visión de carácter sustentable o ecológico. En principio este enfoque último se encuentra en un dilema respecto de asumir o adoptar, por razones sociales, un enfoque de activación de la demanda agregada para evitar caída de la producción y el empleo. Sin embargo, ello es contrapuesto, justamente con la crítica desde la sustentabilidad de hacer del crecimiento un fin en sí mismo. Sin embargo, el fuerte ambiente social en torno a políticas para enfrentar la posibilidad de la recesión deja fuertemente sitiado a una crítica al «productivismo».

En ese contexto, una manera de buscar resolver este dilema y armonizar objetivos, es la propuesta que el mayor gasto público sea con orientación ecológica y coherente con la sustentabilidad ambiental. Por ejemplo, en el tipo de iniciativas y materiales en obras públicas o tipos de formación y capacitación a subsidiar.

Comentario final: economía, política y crisis

Las fluctuaciones y crisis económicas agudas han sido permanentes en la economía moderna capitalista. Podemos decir que se puede extraer que son parte de su dinámica. No son procesos ajenos o extraños a aquella y no deben provocar sorpresa. El eventual optimismo de haber construido  un instrumental para evitarlas no esta fundado ni en teoría ni en evidencias.  

A la vez, las fluctuaciones depresivas y las crisis son momentos fuertes de penurias o dificultades para millones de familias y personas, las que pueden retroceder en sus condiciones de vida durante mucho tiempo. A la vez, pueden ser momentos de apreciables transferencias de riquezas e ingresos lo que da plena significación a la pregunta de «quien paga el costo de la crisis». Estos elementos provocan y hacen necesario, más allá de su naturalidad, de intentar enfrentar las crisis, 

Esto lleva a plantearse el lugar de la política frente a la economía. El «qué hacer» frente a la crisis, en correlación con la profundidad de esta, suele ser una base histórica desde la cual emerge nuevas ideas, visiones y recomendaciones acerca, especialmente, del rol del Estado, pero también de las empresas, los grupos sociales y las personas. La política macroeconómica moderna, en sus variantes monetarias y fiscales, fue en cierto grado fundada con la crisis de los años 30.   La crisis, en su fase inicial o declarada, produce unas intensas preguntas y debates acerca de los márgenes de acción de la política y el Estado y de sus orientaciones.

Estas políticas o acciones públicas, a su vez, no sólo deben ser vistas desde las dimensiones de si son «buenas» o «malas», «suficientes» o «insuficientes», «a tiempo» o «atrasadas». Ellas tienen también el carácter de que no son neutras respecto de quienes son más o menos beneficiados o más o menos golpeados.  Del mismo modo, las políticas que se consideraran adecuadas y posibles no son independientes de los agentes que tengan presencia social y política en la sociedad. Aún las crisis del último cuarto del siglo XIX en los países centrales que parecían «resolverse» de manera «automática» a través de un ajuste de mercado expresaban, también, una cierta correlación de fuerzas y de capacidades de negociación en la sociedad. Ambos fenómenos, ayudaron a mostrar dos cosas. Primero, que la forma del capitalismo puede variar, lo que no es indiferente para la mecánica de las crisis y su resolución  y, segundo, que

dando un paso más en el argumento anterior, en un sentido más amplio, las crisis son momentos que se balancean entre la discusión pragmática y práctica de cómo detenerla o disminuirla y la más amplia que lleva la mirada al orden capitalista y sus formas de funcionamiento y sobre si tanta racionalidad y superioridad asignada a sus instituciones, en particular al mercado, son verdad y no deben ser sometidas a juicios más severos.

Esto, además, suele darse en situaciones sociales en que los efectos de la crisis conducen a inestabilidades políticas que obligan, para enfrentarlas a cambios más profundos que simples retoques a lo que venía ocurriendo.  Sin duda, el grosor que alcance ese espacio de incertidumbre e inestabilidad  y qué fuerzas y discursos lo llenen se harán importantes en la trayectoria inmediatamente futura de la sociedad.

 

*Raúl González es académico de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Economista de la U. de Chile, Doctor en Ciencias Sociales de la Universidad Católica de Lovaina.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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