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De verdad, el machismo mata

Gabriel Angulo Cáceres
Por : Gabriel Angulo Cáceres Periodista El Mostrador
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Los relatos, las narraciones, los énfasis que como periodistas damos a estas historias fuerzan y refuerzan la idea de que los femicidios tendrían «razones». Dicha operación es contribuir con la violencia simbólica que ordena las relaciones entre hombres y mujeres.


Claudia Lagos Lira*

«Cuidado, el machismo mata», es el slogan de la campaña de la Red Chilena Contra la Violencia Doméstica y Sexual que por tercer año busca remecernos sobre algo que nos golpea casi todos los días: para miles de mujeres en Chile, su casa es más peligrosa que la calle. Sus parejas, aquellas que les juraron una y otra vez amor eterno, son sus principales agresores.

Durante el 2008, las mujeres asesinadas por esposos, pololos o convivientes llegaron a 59. El 2007, fueron 62. En lo que va corrido del 2009, el Servicio Nacional de la Mujer (SERNAM) ya registra 29 femicidios. Son muestras de las persistentes desigualdades de género en Chile.

Mujeres de todas las edades, incluso adolescentes, a lo largo del país, en zonas urbanas o rurales; en la capital o en las regiones más extremas, fueron asesinadas por sus parejas, actuales o pasadas. Los hombres las mataron amarrándolas y prendiéndoles fuego, baleándoles la cabeza, degollándolas o decapitándolas. Muchas murieron a golpes. Otras, fueron violadas y estranguladas. Algunas de ellas, en la calle o en sus lugares de trabajo. La justicia había ordenado diversas medidas cautelares para varias de estas mujeres, como la prohibición de acercarse. Precauciones que no sirvieron. No las protegieron.

Según cifras del Ministerio Público, casi la totalidad de las denuncias por ley de violencia intrafamiliar (VIF) corresponde a lesiones, amenazas y maltrato habitual. Es decir, a una espiral sostenida de violencia. Y en una proporción enorme también, los imputados en estas denuncias son hombres que mantienen o habían mantenido alguna relación con las víctimas.

En enero de este año, Paulina Vásquez Arancibia fue golpeada y amarrada a su cama por su pareja, Juan Cofré, luego de lo cual éste le prendió fuego. Los medios, sin excepción, en todos los soportes, dijeron que habría sido «por motivos de celos», «por razones familiares y sentimentales» y luego de «una discusión sentimental entre ambos».

Las «explicaciones» dadas para estos casos se repiten habitualmente en la prensa, tanto de cobertura nacional como regional. «La quería», «eran una pareja tranquila», «en un ataque de ira», «por celos», «por consumo de alcohol»… y así… Los resultados de una mirada rápida a la cobertura de la prensa sobre la violencia contra las mujeres durante lo que va corrido del 2009 no es muy distinta a lo que observamos en 2007, en un estudio sobre el tema realizado en el Instituto de la Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile.

Los argumentos del «amor romántico» -el cual justificaría incluso matar- o de los hombres en calidad de bestias incontrolables -quitándole, de paso, responsabilidad de sus actos- contribuyen a reforzar este supuesto orden natural de las cosas, donde los hombres pueden y deben recurrir a la fuerza para restituir su lugar y espacio de poder que, con los nuevos roles asumidos por las mujeres, han desarticulado sus espacios tradicionales.

Casos como los descritos son los más extremos en una cadena de agresiones contra las mujeres que se inicia con la violencia simbólica, cultural, y llega hasta el asesinato. Los relatos, las narraciones, los énfasis que como periodistas damos a estas historias fuerzan y refuerzan la idea de que los femicidios tendrían «razones». Dicha operación es contribuir con la violencia simbólica que ordena las relaciones entre hombres y mujeres. No es inocente. No es inocua. Construye y reconstruye los estereotipos masculinos y femeninos en contextos de violencia.

Aparentemente, nadie pondría en duda hoy que hombres y mujeres tenemos los mismos derechos, tal como lo consagra la Constitución. Que ambos debemos recibir salarios iguales por trabajos equivalentes, como la ley recién promulgada. Habría consenso en que las mujeres podemos acceder a puestos de poder, en el ámbito público y privado. Es más, esto sería lo deseable para avanzar hacia una sociedad desarrollada. Sin embargo, los discursos son contradictorios y parte de esa tensión entre los viejos y los nuevos roles la encontramos también en los contenidos de los medios de comunicación. Mientras se cubren informativamente estos avances descritos, se insiste en que la violencia contra las mujeres tendría, en alguna medida, «razones»: celos, ira, discusiones sentimentales, desaprobación masculina hacia actitudes femeninas que se salen de la norma, consumo de alcohol, cesantía.

Alrededor de un cuarto de los procesos por VIF, según datos del Ministerio Público, se resuelven vía suspensión condicional del procedimiento. Más de la mitad, fueron desestimados por el sistema penal. Casi la mitad de las mujeres retiran las denuncias contra sus agresores. Es evidente que la vía penal es insuficiente, tanto para entender como abordar el fenómeno. Que no resuelve los problemas de fondo de la violencia contra las mujeres. Es obvio que las causas las encontramos en ese tejido social y cultural del cual participamos todos, incluidos los medios de comunicación.

Como periodistas en una sociedad compleja y donde el debate sobre los derechos humanos se ha instalado -quizás no con toda la fuerza que quisiéramos- es necesario abordar los desafíos de mirar con otros lentes aquello que hasta ahora ha sido «natural», como la violencia contra las mujeres. Y porque, además, debemos ser conscientes que se trata del último eslabón de una espiral de violencia que se sustenta sobre un tejido cultural internalizado en tod@s nosotr@s. Los relatos periodísticos sobre el tema son parte de este entramado. Porque es cierto: el machismo, de verdad, mata.

*Claudia Lagos Lira es periodista y magíster en Estudios de Género. Académica del Instituto de la Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile, cllagos@uchile.cl.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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