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La aristocracia japonesa despierta del sueño de corrupción del PLD

Gabriel Angulo Cáceres
Por : Gabriel Angulo Cáceres Periodista El Mostrador
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Yukio Hatoyama piensa en voz alta que Japón debe independizarse de los EEUU. Recordemos que los EEUU tienen más de 90 instalaciones militares en suelo japonés y mantienen un contingente de 50 mil efectivos, lo cual da a este archipiélago japonés con forma de medialuna el aspecto de un portaviones.


Por Arturo Escandón*

La aristocracia japonesa comienza a replantearse no sólo el rumbo de la nación sino su identidad, tras el reinado del Partido Liberal Democrático (PLD) que, durante casi seis décadas, trajo primero una bonanza material sin precedentes después de la derrota de la Segunda Guerra Mundial, pero que también ha dejado un legado de corrupción política, económica y moral.

Escribo «aristocracia» porque la clase gobernante es la misma de siempre. Parece un ejercicio perfecto de reproducción social al que los sociólogos pueden hincar el diente y darse un festín de fieras. Japón es un Chile cebado en esteroides en esta materia.

 El primer ministro entrante y presidente del Partido Democrático de Japón (PDJ), que hasta el domingo estaba en la oposición, Yukio Hatoyama, es nieto de primer ministro, y el saliente, Taro Aso, no sólo es un patricio sino que está vinculado a la nobleza, a la mismísima familia Imperial, amén de haber nacido en el seno de una familia con importantes inversiones en la industria cementera. Y un dato ilustrador: el hombre que propugnaba reformas estructurales en Japón, el de la cabellera leonina que estuvo en Chile en 2004 para la reunión de la APEC, Junichiro Koizumi, se retiró de la política activa dos años después sólo para legar a su hijo, el ex actor de televisión y guaperas, Shinjiro Koizumi, su escaño en la Dieta. «Privatizó Correos y entronizó a la parentela», podría ser un epitafio con resonancias chilenas.

 Pero hubo lagrimones en las filas patricias del PLD. Algunos diputados que llevaban treinta o cuarenta años apernados a su butaca en el hemiciclo han tenido que decir adiós. Entre ellos algunos muy importantes y conocidos por legisladores y empresarios chilenos tales como Taro Nakayama, ex canciller japonés y presidente fundador de la Liga Parlamentaria de Amistad Japón-Chile. El recambio de senadores se había producido en 2007, año en que los demócratas se hicieron con el control de la Cámara Alta.

 Yukio Hatoyama piensa en voz alta que Japón debe independizarse de los EEUU. Recordemos que los EE.UU. tienen más de 90 instalaciones militares en suelo japonés y mantienen un contingente de 50 mil efectivos, lo cual da a este archipiélago japonés con forma de medialuna el aspecto de un portaviones: el USS Japan. La defensa de Japón recae en los EE.UU. y sus fuerzas de autodefensa deberían estar, en principio, sólo para actuar en conflictos bélicos que comprometan directamente la seguridad del país. Tal es el mandato de la Constitución que los propios estadounidenses impusieron en Japón, como para poner punto final a las aventuras militares expansionistas japonesas.

 El primer ministro entrante cree que el país debe buscar su destino entre sus vecinos del este de Asia, con lo cual está pensando en la relación con el dragón emergente: China. En un artículo que lleva su rúbrica, publicado recientemente en el New York Times, Hatoyama se pregunta: «¿Cómo puede Japón mantener su independencia política y económica y proteger sus intereses nacionales cuando se encuentra atrapado entre los Estados Unidos, que luchan por mantener su posición como potencia dominante del mundo, y China, que busca formas de volverse dominante?» Para Hatoyama, los EE.UU. están en plena decadencia: «Siento que como resultado del fracaso de la guerra de Irak y la crisis financiera, la era de la globalización liderada por los EE.UU. está llegando a su fin y nos aproximamos a una era multipolar». Sin embargo, se le olvida que Japón está en una situación mucho peor que la de los EE.UU., como veremos más adelante.

 Los planes de Hatoyama sólo serían factibles si Japón se asienta como una potencia militar autónoma en la región. Los demócratas saben que si se distancian de Washington, tendrán que ejercer el músculo militar y la población japonesa, salvo un grupo de agitadores nacionalistas, no dejan de tener pesadillas con Hiroshima y Nagasaki. China no sólo habla con monedas sino con armas y se merendaría a un Japón militarmente débil sin pensárselo dos veces. Paradójicamente, los demócratas quieren ver el país replegado militarmente, ciñéndose estrictamente al espíritu del artículo noveno de la Constitución.

 Si Tokio se distancia de Washington en temas de defensa, el Gobierno del presidente estadounidense Barack Obama tendrá dificultades en mantener su maquinaria militar funcionando en Afganistán, puesto que las fuerzas de autodefensa japonesas repostan el combustible que consume el Ejército norteamericano en territorio afgano en aguas del Océano Índico. Pero esto no va a ocurrir. Japón pasa por un momento de mucha debilidad y el mensaje que acaba de recibir de Washington lo ha puesto en su sitio: el gobierno de los EE.UU. no renegociará el acuerdo de relocalización de la base militar de Futenma, en Okinawa, acaba de declarar un vocero del Departamento de Estado, 48 horas después del triunfo de los demócratas. Según el funcionario, Washington simplemente no va hablar del tema, menos sobre cualquier cambio logístico que impida al Ejército repostar combustible en aguas del Índico, punto.

 El modelo alternativo que ofrece Hatoyama a la región es el de la Unión Europea. Primero se establecen acuerdos comerciales, arancelarios y aduaneros y después se arreglan los temas políticos y sociales, para acabar unificando el marco jurídico-judicial. Sueña con una moneda única, aunque no se sabe cómo se podría establecer una divisa común cuando China y Japón deprecian sistemáticamente sus monedas para abaratar sus exportaciones, hacerse con dólares y comprar bonos del Gobierno americano, con lo cual, más o menos, compran algo más efectivo que un lobby, es decir, un grado de injerencia importante en la política de Washington, en especial, un trato de naciones preferentes a la hora de colocar sus exportaciones en los puertos estadounidenses.

 El golpe de timón de Hatoyama parece basado más en la necesidad de hacer populismo que en dar respuestas reales. En el mismo artículo Hatoyama denuncia que «(…) en la búsqueda fundamentalista del capitalismo, se trata a la gente ya no como un fin sino como un medio» y sostiene, aludiendo a los ideales de la Revolución Francesa, que Japón debe enmendar el rumbo y poner la fraternidad por encima de todo. De nuevo, es un fin muy loable. Pero para cumplir su programa de gobierno, que promete reducir el despilfarro de la burocracia ministerial, dar más acceso a la educación, garantizar la sanidad y las pensiones y estimular el crecimiento demográfico, Hatoyama no contempla romper con el esquema que ha venido empleando el oficialismo, que se resume simplemente en mantener o aumentar el gasto público. Tal vez la novedad será el cómo lo haga, pero la subida de los demócratas no implica un viraje.

 Tras veinte años de estancamiento y uno de recesión, Tokio ha recurrido constantemente al expediente de la huída por delante. La deuda pública está a punto de duplicar el PIB, convirtiendo al país en la nación más endeudada del mundo desarrollado. Algunos economistas aseguran que el país tiene cinco años para sanear sus finanzas. De lo contrario, se arriesga a que los inversionistas dejen de confiar en las emisones de bonos del Gobierno, lo que, eventualmente, acabaría encareciendo su financiamiento y podría producir el colapso generalizado de sus finanzas.

 Los subsidios indirectos al sector exportador del país, mediante la política de devaluación del yen, la inyección de dinero dulce en las instituciones financieras con el fin de distender el crédito y la flexibilización laboral, amén de una compleja estructura de pequeñas empresas subcontratistas familiares que paga el pato y salva de las llamas del infierno a las grandes corporaciones en las coyunturas más difíciles, han conseguido mantener a flote empresas que en otros países hubieran ido directamente a la quiebra. Japón tiene aún en funcionamiento alrededor de 21 mil compañías fundadas hace más de un siglo, lo cuál explica por qué el precio de las acciones de las sociedades anónimas ha venido cayendo desde hace dos décadas sin que esto signifique su quiebra. El país no es capitalista. Nunca lo ha sido y no se entiende bien cómo los demócratas podrían poner fin al «fundamentalismo capitalista». Lo que ha hecho Japón en las últimas seis décadas es potenciar la maquinaria exportadora de bienes manufacturados a cualquier precio. En un principio, esto subió el estándar de vida de la clase media y trabajadora, pero hoy en día los beneficios del modelo no llegan a esos sectores y lo que se advierte es un sacrificio inútil que sólo beneficia a unos pocos, hasta el punto que esa masa, que no tiene conciencia de sí misma, pero que ha hablado en las urnas, ha pedido el recambio político.

 He aquí la encrucijada japonesa: ¿cómo volver a poner a punto la maquinaria exportadora sin seguir sacrificando a una población que observa el aumento imparable de la brecha que divide al Japón de las multinacionales del Japón de la industria más precaria de servicios? El modelo no es malo, pero necesita niveles mínimos de transparencia y, por encima de todo, reconquistar de alguna forma a las masas con una fórmula que no caiga en el populismo. ¿No está acaso Chile en una encrucijada similar?

*Arturo Escandón, Escuela de Gobierno de la Universidad de Kyoto.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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