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Escritores y Fumadores

Juan Pablo Meneses
Por : Juan Pablo Meneses Escritor, cronista, blogger, columnista y periodista portátil.
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De pronto, esa luz de “no fumar” se apagaba y entonces uno sí podía fumar y sacaba el cigarrillo aparatosamente. Venía entonces la primera bocanada de humo, mirando por la ventanilla, con la ciudad allá abajo, dejando todo atrás mientras uno estaba en las nubes, en una nube de tabaco que hacía un juego perfecto con el vuelo.


Antes se podía fumar arriba de los aviones. No fue hace mucho tiempo. Es más, en los aviones todaví a hay asientos donde el cenicero está a la mano: hambriento de cenizas, preparado por si levantan la restricción.

Antes, no hace mucho, todo era diferente. De pronto, esa luz de “no fumar” se apagaba y entonces uno sí podía fumar y sacaba el cigarrillo aparatosamente. Venía entonces la primera bocanada de humo, mirando por la ventanilla, con la ciudad allá abajo, dejando todo atrás mientras uno estaba en las nubes, en una nube de tabaco que hacía un juego perfecto con el vuelo.

No sólo alcancé a fumar arriba de los aviones. Me hice un fumador serio y responsable en un vuelo de avión. Tenía poco más de 20 años, el viaje iba a durar 14 horas, y me pareció un buen momento para comprar mi primer paquete de cigarrillos. Pedí asiento en sector fumadores, y abroché mi cinturón de seguridad.

Avión Cabina No Fumar Signo SeñaleticaRápidamente, en ese viaje entendí que el sector fumadores era una farsa. Los que realmente estábamos ahí, soportando lo bueno y lo malo del lugar, éramos pocos. Los más ilusos. La mayoría de los fumadores, astutos ellos, viajaba en la zona libre de humo.

Recuerdo especialmente el caso de dos amigas, mujeres mayores, sentadas en la segunda fila del avión, pero que ahora estaban junto a mí, en la penúltima. Eran mujeres con peinados elegantes que olían a plástico. Con una ansiedad terminal, las dos se tragaron un par de cigarrillos en pocos minutos y a medio metro de mi oreja. Como si fuera poco, mientras fumaban me decí an que las disculpara, que ya se iban de ahí, que esperaban no molestar, que ellas tenían asientos adelante porque les molestaba el humo, que el humo se les podía quedar en la ropa, en el pelo, que el humo se les podía quedar para siempre, pero que, sin embargo, les gustaba tanto fumar que para la próxima vez se sentarían en sector fumadores, pero que ahora no.

Cada vez me cruzo con más escritores que son como esas dos viejas peinadas con fijador: fumadores que viven libres de humo. Novelistas que el fin de semana hablan de dar la vida por la escritura, de los riesgos por ser escritor, de cómo se han jugado por hacer verdadera literatura. Tipos que citan y ponen de ejemplo y se equiparan a autores célebres -y ahora muertos- por haber convivido con el humo. Nuevos escritores convertidos en verdaderas viejas fumadoras que después de tirarnos en la cara el humo de su gran compromiso con las letras, vuelven a su sector no-fumadores: en el caso de ellos, su sector libre de humo son las universidades, los departamentos comunicaciones de las grandes empresas, los cargos públicos y los lobbys privados.

Puestos donde no llega el humo, ideales para estar lejos de todas las dificultades que significa ser escritor.

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