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Y no todos eran delincuentes

Raúl Zarzuri
Por : Raúl Zarzuri @rauzarzuri Sociólogo Centro de Estudios Socioculturales
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Una cuestión relevante respecto de los saqueos, y popularizado por los medios, fue el robo de objetos que no eran necesariamente de “primera necesidad” para una situación como esta.


Así dejaba entrever un matutino esta semana, en relación a quienes participaron de los saqueos principalmente en la ciudad de Concepción. Entonces, la pregunta que emerge es: ¿cómo se explica que una persona normal y corriente se sume a actos catalogados de vandálicos, en el marco de una masa, que cual onda telúrica recorrió saqueando los locales comerciales de algunas ciudades?

Una primera cuestión a relevar, es que el terremoto derribó inmediatamente todos los mecanismos de control que tenemos como sujetos sociales, haciendo saltar el autocontrol, la contención del grupo de referencia y el de la autoridad. Fruto de esto, aparecieron conductas que fueron catalogadas como irracionales por parte de los medios de comunicación, que nos traen de regreso a una vieja psicología social –aquella de Le Bon por mencionar algún autor-, la cual señala, que este tipo de acciones, son realizadas por sujetos y masas que actúan de manera irracional, permitiendo la emergencia de un cierto tipo de conciencia colectiva criminal, o como lo señalaba un viejo sociólogo Gabriel Tarde –aunque otros dirán que es más un psicólogo social-, un “sonambulismo social” o cierto tipo de “hipnosis colectiva”, que se transmite como una especie contagio social a través de los mecanismos de imitación desarrollados en la teoría de este autor y que desembocan en este tipo de actos. Sin embargo, habría que señalar, que no necesariamente se estaba frente a conductas irracionales, sino que estas se pueden entender como perfectamente racionales.

[cita]Una cuestión relevante respecto de los saqueos, y popularizado por los medios, fue el robo de objetos que no eran necesariamente de “primera necesidad” para una situación como esta.[/cita]

Los individuos enfrentados a una situación catastrófica, tienen que dar sentido a su nueva realidad, cuestión que los conecta con mecanismos de sobrevivencia más primarios y miedos más atávicos, para lo cual, necesariamente tienen que recurrir a la construcción de un relato con una nueva racionalidad acorde a la situación existente que le permita sostenerse. Sin embargo, este nuevo relato o significación, estuvo teñido, de la desinformación, el miedo, la incertidumbre, la inseguridad entre otros, cuestión normal para este tipo de situaciones. Al parecer, muchos se sumaron a un relato que enfatizaba “la sobrevivencia”, posibilitando de esta forma, la emergencia de una masa o maremoto social que comenzó a moverse destruyendo todo a su paso, como fue lo ocurrió. Por lo tanto, se estaba frente a una decisión racional, fruto de un análisis que bordeaba la desesperación, donde el individuo, se permitió tomar decisiones y acciones riesgosas reñidas con lo normativo, cuestión que no realizarían como simples individuos comunes y corrientes, pero que en situaciones de incertidumbre son posibles de realizar. Esto es lo que también ha sido llamado desde la ciencia social, el “comportamiento de rebaño”, el cual, estudiado desde la psicología social y cierto enfoque económico, señala, que en situaciones extremas, la gente se deja llevar por la masa, conformando tumultos que pueden desembocar en actos altamente destructivos -cuestión que se acrecienta con la ausencia de un orden normativo- a través del llamado “contagio social” o “la imitación.

Una cuestión relevante respecto de los saqueos, y popularizado por los medios, fue el robo de objetos que no eran necesariamente de “primera necesidad” para una situación como esta. Sobre este punto, es interesante realizar una reflexión de cuáles eran –para algunos participantes en estos actos- las cosas de primera necesidad.  Si bien, la lógica dicta que en situación de destrucción, estas deberían ser aquellas que satisfagan las necesidades de subsistencia y sobrevivencia, evidentemente para otros, los electrodomésticos, los televisores de plasma o LCD, aparecían como necesarios. ¿Cómo se puede explicar esto? La respuesta para esto no es sencilla. Si bien, nuestro país tiene avances notables respecto de la superación de la pobreza y en la implementación de políticas sociales, todavía quedan muchas deudas pendientes. Así, ciertos sectores de la población -particularmente los más pobres-, ven como una parte de nuestra sociedad se ha beneficiado de los avances logrados, cuestiones que se manifiestan en la posesión de objetos que permiten visibilizar status. Esto ha generado sentimientos de frustración y rabia, frente a la imposibilidad de poseer estos objetos y alcanzar ese status deseado. Ciertamente, lo ocurrido en Concepción, nos lleva a preguntarnos, cuánta gente encontró en está situación la oportunidad de dotarse de bienes –que se suponen están la alcance de todos-  pero que ellos no tenían y que consideraban que eran de primera necesidad. Entonces, la cuestión es, ¿desde dónde o cómo se evalúa lo que es de primera necesidad? Esto vale para los sucesos de saqueo que ocurrieron en Santiago y que precisamente se dieron en comunas populares, donde no había situaciones de riesgo, pero quizás la rabia acumulada por está modernidad incompleta basada en el consumo, que no llega a todos los sujetos y espacios, también posibilitó este tipo de actos.

Mención aparte, es hablar de los “otros saqueos” ocurridos en Santiago y de los cuales nadie habló, y que los medios le restaron relevancia, pero que muestra, que en situaciones de catástrofe, los patrones conductuales y valóricos, se pueden invertir o poner entre paréntesis por un momento. Mucha gente de clase media y alta, acudió a los pocos supermercados abiertos en los días posteriores al sismo, y se llevaban carros y carros de agua y mercadería sin ninguna contemplación por los otros, los cuales se habían convertido en perfectos extraños. ¿Podemos llamar entonces también a esto un saqueo? Es posible distinguirlo del “otro saqueo”? Al parecer no. Ambos son saqueos, pero sin embargo, se cargó comunicacionalmente, los saqueos de los pobres o sujetos populares, alimentando así, la inseguridad que se vivió.

La disolución del vínculo social, nos podría ayudar a entender este tipo de situaciones también. Desde la recuperación de la democracia en nuestro país, se ha comenzado a vivir -producto del tránsito a la modernidad-, un proceso de individuación en los sujetos, que en muchos casos no los conecta con los otros. Esto, se acrecentó con la mantención de las políticas económicas neoliberales que se heredaron de la dictadura militar y que no se modificaron durante los gobiernos de la Concertación. Así, se refuerza la instalación de una “sociedad de consumidores” como diría Bauman, que produce una “vida de consumo”, lo cual necesariamente tiene que realizarse individualmente, bajo las reglas del mercado, y donde prima, el deberse primero a uno mismo y después a los otros. Esto es precisamente lo que todavía no se masifica en las “ciudades pequeñas”, pueblos, villorrios, caletas, donde se mantienen ciertos imperativos de esa vieja comunidad, que quizás les permitió sortear la emergencia de “masas y turbas saqueadoras”.

Para cerrar estas líneas, hay que señalar que estas no pretenden ser un ejercicio comprensivo acabado respecto de los hechos ocurridos, particularmente en Concepción, Talcahuano y Santiago.  Evidentemente, se pueden introducir muchos más elementos que los que acá se exponen. Por otro lado, tampoco se ha escrito para reducir el impacto de los hechos, o minimizar las acciones emprendidas por algunas personas, sólo señalar que los que participaron (se insiste, de todas las clases sociales), no eran todos delincuentes y las explicaciones, tienen que considerar los extraordinarios hechos (terremoto y maremoto) que derribaron todo tipo de control.

Por otra parte, algún discurso que ha transitado por estos días sobre la pérdida de valores o de cierta moral, debería ser matizado. No se puede hablar, que debido a cierto accionar conductual en una situación extremadamente compleja, las reacciones supongan individuos faltos de valores, amorales o irracionales. Se ha dicho en párrafos anteriores, que en situaciones donde impera la sobrevivencia del individuo -como pudo haber sido el relato que construyen cientos de personas- los aspectos normativos, valóricos y conductuales entronizados por las instituciones socializadoras, son puesto entre paréntesis o se suspenden.

Por último, habría que señalar, que este tipo de acción conductual desnuda también las grandes diferencias sociales existentes todavía en nuestro país, que imposibilitan la construcción de un tipo de cohesión social que sea sólida. Evidentemente, que en países donde las diferencias en la estratificación social son menores, quizás no hubiese ocurrido, o hubiesen sido menores, pero este tipo de situaciones se ha visto también –y no es una excusa- en países como Estados Unidos, respecto por ejemplo del huracán Katrina.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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