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Literatura en tiempos de Twitter


Una semana de vacaciones en Jamaica. Como siempre, lo primero es decidir qué leer en el viaje. Pongo en el maletín un solo libro, Angels, de Denis Johnson. Tengo mi Kindle para lo demás. Veré cómo me va. En tres meses he descubierto que es útil para leer manuscritos en Word o PDF, pero, por lo demás, yace ignorado en un rincón de mi mesa de noche.

VIERNES, Montego Bay.Hace poco comencé a coquetear con el Twitter. Tenía una cuenta abierta años atrás, pero la ignoré hasta el terremoto en Chile. La necesidad de noticias, el hecho de que un buen grupo de amigos chilenos está en Twitter, me animó a reactivar la cuenta. Me había prometido no hacerlo, ya con el Facebook tenía suficiente, pero por lo visto siempre hay buenas razones para perder el tiempo.

Escribo un tuit (tweet): «El aire de Montego Bay huele a ganja».

SABADO. Reviso el manuscrito de mi nueva novela en el Kindle. De pronto, el Kindle se muere. ¿El sol, la arena, los caprichos de la tecnología? Recuerdo a Abel Posse, que decía: «la electrocultura funciona hasta que alguien desenchufa el aparato».

Me pongo a leer la novela de Johnson. Leo 60 páginas de corrido. Lo comento en mi Facebook. Cinco minutos después me entero que Iván Thays también la está leyendo. Antes, a través de Twitter, Tryno Maldonado ya me había contado que Angels era una de sus favoritas.

DOMINGO. Me interesa la relación de los tuits con la literatura. Cómo se pueden distinguir estilos, una poética, una estética. Tryno tiene humor: «Cuando era niño era tan feíto que mi madre me rentaba como Barrabás para el viacrucis de la colonia». Cristina Rivera Garza anda por los aforismos a lo Jabès y Porchia: «Infinitamente viva. Finitamente aquí».

El Kindle sigue sin funcionar. Por la noche, continúo con Angels. «Cómo escribe el cabrón», pongo en Facebook.

LUNES. En el Bobsled Café, me entero de la concesión del premio Alfaguara a Hernán Rivera Letelier. Siglo a través de Twitter las reacciones generadas en Chile. Baradit escribe: «Hay un montón de vaquitas sagradas que deben estar llorando sangre XD XD XD XD».

Me pregunto qué significa XD. Escribo un tuit: «Reggae como música de fondo en el desayuno. Con muchas ganas de no escribir».

MARTES: Termino la novela de Johnson. Una novela de un grande escrita para ser devorada en un avión o en la playa. Personajes tan patéticos como desesperados. Descripciones que se te meten en la piel.

MIÉRCOLES. El Kindle resucita gracias a instrucciones en un blog. Bajo un ejemplar de la revista Electric Literature. Hay ahí un cuento de Rick Moody, «Some Contemporary Characters», escrito a través de tuits. El cuento es un agudo comentario sobre nuestra relación obsesiva con la tecnología y las redes sociales. Los personajes de Moody son capaces de ir al baño en medio de una cita solo para mandar por celular un mensaje acerca de cómo está yendo la cosa. Lo más interesante, sin embargo, no es tanto la preocupación temática sino la cuestión de la forma. En las manos de Moody, Twitter se revela como un descendiente directo de las reglas estrictas para escribir del grupo Oulipo: Perec y su novela escrita sin usar la letra e, los malabares de Queneau… El rigor formal como un punto de partida, un desafío para la escritura.

Escribo un tuit: «Groundhog Day del bueno: otra vez café y playa y lectura».

JUEVES. De regreso a los Estados Unidos. En el aeropuerto de Charlotte, Homeland Security nos detiene a mi pareja y a mí. Estoy escribiendo una novela sobre migrantes y fronteras, la experiencia puede ser buena. Pasamos a una sala llena de polacos. Me pregunto por qué los han detenido.

Nos dejan en la sala más de una hora. No se puede usar el celular, tampoco hay conexión a Internet. Recuerdo la semana en Jamaica. Las playas eran espectaculares, y Kindle y Twitter tuvieron sus momentos, pero lo mejor de todo fue la novela de Johnson.

El agente nos llama a su ventanilla. Voy pensando en mi próximo tuit.

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