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Las elites y las audiencias

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Alejandro Führer
Por : Alejandro Führer Sociólogo de la U. de Chile y Magíster en Comunicaciones de la UDP. Coordinador del área estratégica de la Fundación Chile 21.
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La existencia de la más abundante oferta de información y comunicación, sobre una sociedad fragmentada y amurallada entre ricos y pobres, entre integrados y excluidos. Instituciones públicas que no dejan de funcionar, mientras la elite espera su próximo vuelo y las audiencias regresan a sus hogares después de un agotador día de semana.


Las elites leen los diarios muy temprano. Las audiencias prenden la tele. Se calienta el pan en el tostador, mientras en el otro extremo, los cereales se mezclan con la leche descremada. Los sectores “vip” se transforman en conductores de sus coches privados, en las zonas “bip” las audiencias se convierten en pasajeros del Transantiago. La ciudad despierta por separado y luego se duerme, digitando una clave secreta en la puerta principal o cerrando el portón con candado.

Las elites no caben en su asombro, cuando un sacerdote es culpado de abusos sexuales. Las audiencias confirman lo que le decían sus abuelos: los que tiene el poder saben esconder bien sus pecados. A la misma hora en que la “Sra. Juanita” prepara la once para ver la teleserie vespertina, los sectores más cultos asisten al último seminario de algún economista destacado. Mientras las audiencias cuentan los años de educación que no tuvieron, las elites añaden otro diplomado a su postgrado.

[cita]Las elites no caben en su asombro, cuando un sacerdote es culpado de abusos sexuales. Las audiencias confirman lo que le decían sus abuelos: los que tiene el poder saben esconder bien sus pecados.[/cita]

Es la lucidez letrada de las elites gobernando los impulsos mediáticos de la ciudadanía. Orientando la soberanía popular por los anchos caminos del crecimiento y los angostos callejones de las oportunidades. Ensayando sofisticadas estrategias comunicacionales para gobernar las demandas sociales y hacerle el quite a las deudas históricas. Suelen ser muy creativos y prudentes a la hora de hacer promesas electorales: la nueva forma de gobernar y la protección social en la medida de lo posible.

En el apogeo de las democracias globales, asistimos a una extraña manera de vivir juntos, con más información dando vuelta y menos comunicación entre los que gobiernan y los que son gobernados. Los unos votan por sus representantes, los otros se sienten con la potestad de interpretar los intereses de sus electores, pero nadie confía en la voluntad del otro. “Las audiencias no saben lo que quieren” (sentencian con arrogancia las elites); “estos apernados saben proteger muy bien su fortuna” (replican con sorna los ciudadanos).

Extravagancias de una convivencia estable y moderna: la distinguida clientela y el respetable público. Un matrimonio sin atisbos de divorcio, con patrimonios concentrados y brechas transparentadas. Rebeldías programadas y la paz social como sinónimo de orden público y oportunidades de endeudamiento. Una soberbia estabilidad política y social sobre una democracia líquida donde la izquierda no está donde debe y la derecha se corre al centro delicadamente. Una economía colmada de elogios internacionales y una política vacía de ciudadanos.

Una tierra con más celulares que habitantes multiplicando sus opciones de comunicación y conectividad. Audiencias que a las 21:00 horas comparten el noticiario central de la TV para enterarse de lo que ha pasado en el país. Elites que eligen informarse navegando por Internet en sus hogares WiFi y en sus notebooks personales. La existencia de la más abundante oferta de información y comunicación, sobre una sociedad fragmentada y amurallada entre ricos y pobres, entre integrados y excluidos. Instituciones públicas que no dejan de funcionar, mientras la elite espera su próximo vuelo y las audiencias regresan a sus hogares después de un agotador día de semana.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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