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Hipocresía, cortesía y protocolo


Harold Mayne–Nicholls se quejaba hace unos días de las declaraciones dadas por el Presidente Piñera, de su intención de invitar a La Moneda a los integrantes de la Selección Chilena para homenajearlos junto al pueblo, por su desempeño en el Mundial de de Sudáfrica. Pues bien, esta queja amarga formulada por el premier del fútbol profesional de Chile requiere una revisión, a saber:

Respondiendo a una consulta periodística sobre la invitación que Piñera formuló, Harold dijo que ello le molestó, puesto que él no acostumbra “…invitar a la gente a través de terceros”. Mayne-Nicholls, insistió en que “no creo que ese sea un sistema de comunicarse, entiendo que hay gente a la que le gusta este sistema… a mí no”.

En buenas cuentas, Piñera es para Harold, un mal educado, puesto que, se encontraba en la obligación de haberle consultado anticipadamente esta convocatoria a él, como Presidente  de la ANFP, es decir, como dueño de casa.

Esta situación ha generado gran polémica, puesto que las declaraciones de Mayne–Nicholls, a su turno, provocaron molestia en el gobierno, en el mundo político y aún en numeroso público que sintió que el estándar que aquel le exigía al Presidente de la República no obedecía a falta de delicadeza y educación por parte de éste, sino más bien, a conflictos de poder al interior de su corporación y, porqué no, a su personal postura política o ideológica.

[cita]La convocatoria de deportistas destacados a la Moneda es una institución republicana no escrita. Cuando Chile clasificó para el Mundial de Sudáfrica, Michelle Bachelet formuló idéntica invitación a Palacio y Harold no expresó molestia alguna.[/cita]

Por nuestra parte y, en principio, podríamos coincidir con lo señalado por Harold, puesto que es de cortesía cuando se invita, consultarles a los convidados o, tratándose de una organización, a quién la preside. Ahora bien, la convocatoria de deportistas destacados a la Moneda constituye hace rato una institución republicana no escrita, en la cual la primera magistratura de la nación invita a sus máximos exponentes deportivos, admirados y queridos, a recibir el homenaje del pueblo de Chile encarnado en la persona del Presidente de la República; y, hasta ahora, nadie había manifestado discordancia con este proceder y modalidad de invitación.

Podemos recordar que cuando Chile clasificó para el Mundial de Sudáfrica, Michelle Bachelet, al igual que Piñera en esta ocasión, fue entrevistada en las afueras de su domicilio y actuando como la Presidenta de todos los chilenos, recurriendo a la misma institución, formuló idéntica invitación al Palacio de La Moneda para que nuestros futbolistas recibieran ese merecido homenaje. Entonces, Harold, que se sepa, no expresó molestia alguna, ni se sintió pasado a llevar ni acusó a la Presidenta de mal educada por no recavar previamente su permisión.

Este infantil episodio, de paso incluyó al director técnico de la Roja, Marcelo Bielsa, quién habría actuado con deliberada descortesía hacia Piñera, ha sido propicio para que algunos comentaristas de la actividad política, aprovecharan de lanzar dardos envenenados en contra del Presidente, haciendo referencia a una suerte de “pulsión´” o mejor, compulsión, que el Presidente sufre por aparecer en los medios, de modo que su forma de ejercer el poder sería poco decorosa o desajustada a los estándares que le resultan exigibles para representar adecuadamente las instituciones patrias, incluso una tan modesta como la que comentamos. Es más, llevando la crítica al extremo, se indica que la molestia gubernamental por el desaire, obedece al sustento de valores tan desgraciados como la hipocresía, que ocultando nuestro real sentir, cedería frente a la minusvalorada “virtud de la cortesía”.

No estamos de acuerdo con esta visión recalcitrante, puesto que más allá de las características personales del Presidente, a rato tendiente a la exageración y a la sobreexposición mediática, no se aprecia de qué modo Piñera expresaría en su proceder, la despreciable singularidad de la hipocresía.

Es cierto que la hipocresía se ha transformado en una constante del quehacer partidario, es decir, en una forma de ser y entender las relaciones políticas entre innúmeros miembros de esa casta, que sonrientes se abrazan y se palpan las espaldas donde luego clavarán los sórdidos aceros, que “relucen como los peces” bajo las capas que los guarnecen. Todo ello por una foto que fija la paz  el acuerdo político al que suelen concurrir más forzados que convencidos.

Pero, que eso ocurra no significa que sea hipócrita exigir respeto y caballerosidad cuando se cumple con un rito republicano, aún cuando para algunos comentaristas pueda constituir un desagrado estrechar la mano de un adversario político e ideológico. No es hipócrita felicitar y realzar el esfuerzo de un grupo humano que nos ha proporcionado momentos de alegría y felicidad al margen de nuestras filiaciones partidarias y militancias valóricas.

No tienen razón quienes por motivos no esclarecidos hacen imputaciones desbocadas y exigencias injustificadas apoyadas en formalidades impropias de un momento de reconocimiento que pertenece a todos y nos convoca a muchos.

Así las cosas, parece más payasesco, exigir estándares conductuales que trasuntan pura formalidad o mera ritualidad frente a actos republicanos que expresan lo más feliz de nuestra humanidad: una simple manifestación de cariño a quien nos han regalado un momento de alegría.

Si el pesado y antediluviano protocolo al que tal dirigente y esos columnistas quieren confinar al Presidente fuese la regla exigible a todos los gobernantes, – so pena de ser considerados mal educados o payasos -, podría llegarse al extremo, que un presidente animado por piedad hacia a los canes que circundan La Moneda, los invitase a ésta a saborear un buen hueso, viese frustradas sus expectativas por no haber recavado previamente la autorización de las asociaciones de lustrabotas y suplementeros de la Plaza de la Constitución.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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