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El «rupturismo» del Sernam

Iñigo Adriasola
Por : Iñigo Adriasola Doctorado en Historia del Arte y Estudios Visuales y diplomado en Estudios Feministas de Duke University (NC, EEUU).
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Me cuesta creer que en el Sernam no haya habido alguna voz que se levantara para objetar lo que claramente es un mensaje inefectivo, retrógrado, machista, heterosexista y derechamente homofóbico.


En la publicidad, Jordi Castell, de brazos cruzados y con su ceja levantada, interpela al espectador. «Ciento de veces me han gritado maricón… Maricón es el que le pega a su mujer.» Esa es la nueva, «agresiva» campaña del Sernam contra la violencia intrafamiliar. Imagino lo novedoso que resultó para sus mandantes eso de apropiarse del tan manoseado «Mariquita Pérez que le pega a las mujeres» del patio del colegio: el mismo dicho que jamás evitó que los niños le siguieran pegando a las niñas; o a quienes pareciesen de cualquier modo distintos, sensibles, raros… maricones.

La campaña es un fracaso, si su objetivo es poner fin a la violencia de género. Poner fin a la violencia intrafamiliar, sexual o de género requiere intervenir en la estructura que la permite. Sin embargo la campaña no interroga ni busca modificar el concepto de masculinidad que fomenta la violencia contra las mujeres. Por el contrario, transfiere esa violencia contra quienes somos (o nos vemos) distintos: quienes optamos por amar otramente, sea en público o privado; nos identificamos de un género distinto, o sin género, o ambos a la vez; quienes expresamos nuestra identidad de género o sexual de modo visible. Esta es una campaña que ofende a lesbianas, bisexuales, gays, gente trans e intersexual. Es una campaña que violenta a quienes se encuentran forzados a vivir su sexualidad secretamente, a quienes dudan, a quienes viven en la precariedad sexual.

[cita]Me cuesta creer que en el Sernam no haya habido alguna voz que se levantara para objetar lo que claramente es un mensaje inefectivo, retrógrado, machista, heterosexista y derechamente homofóbico.[/cita]

La campaña se sustenta en la única manera de ser visibles: la normatividad, tanto heterosexual como homosexual. El problema que identifica la campaña es, finalmente, el ser diferente: «maricón» – desviado, invertido, raro. Un maricón, sujeto a vigilancia por la mirada disciplinadora de la sociedad, y -recordemos el contexto de una campaña gubernamental-  el Estado. Bajo la semblanza de una campaña contra la violencia de género, el Gobierno ampara la violencia contra quienes no somos ni deseamos ser o vernos «normales». La campaña se funda en un discurso no sólo contrario a la diversidad. Solidifica y reproduce roles de género: hombre victimario, mujer víctima; el escenario de este drama es el hogar heterosexual nuclear. El villano es ese indeseable raro, el maricón que debe ser eliminado.

Creando a este otro – indeseable- imaginario, la campaña logra acotar su intervención al punto de la irrelevancia completa. Porque en la campaña se divorcia a la violencia intrafamiliar de otros tipos de violencia -su contigüidad y conexión permanente con el odio hacia otras modalidades y expresiones de la diferencia, sea esta de clase, racial/étnica o nacional, de género y sexualidad, de habilidad física, visión política, entre otras.

Me cuesta creer que en el Sernam no haya habido alguna voz que se levantara para objetar lo que claramente es un mensaje inefectivo, retrógrado, machista, heterosexista y derechamente homofóbico. La campaña no sólo está mal enfocada y formulada: es contraproducente. Al contrario de lo que dirán quienes reducen nuestras reivindicaciones feministas a ser «políticamente correctos», el problema no es el simple uso de la palabra «maricón.» A través del modo que da forma a su mensaje -desde su gramática visual hasta su contenido ideológico- la campaña se hace cómplice en la reproducción de la violencia en contra del otro; la reificación y reproducción de una visión reaccionaria de la masculinidad; y la invisibilización de otros tipos de violencia dentro del hogar (y fuera de él).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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